A sus 93 años, este veterano y experimentado cazador acaba de cumplir uno de sus sueños: abatir una cabra montés. Y es que la caza, como el amor, no entiende de edad… Y como muestra, un botón: Pepe continúa sintiendo la misma afición y entusiasmo que cuando era un chiquillo. Por ello, y para conocer ésta y otras de sus muchas vivencias cinegéticas, hemos querido mantener con él una distendida y amena conversación.
¿Colgar la escopeta? Nunca. Ni se me pasa por la cabeza, nos abronca José Benito Urquijo cuando inocentemente le preguntamos. El pasado año sumó un nuevo y bonito lance a su morral de experiencias cinegéticas. Y ya van unos cuantos… A sus 93 “primaveras”, el destino quiso que fuese el agraciado de un precinto de cabra montés hembra que le fue asignado por sorteo entre los miembros del Club La Golondrina, en Navacerrada (Madrid), sociedad a la que pertenece desde hace años.
Me enfrentaba a un nuevo reto. La ilusión me volvió a invadir como a un chiquillo…, nos confiesa Pepe, como prefiere que le llamen cariñosamente sus amigos.
SU AFICIÓN DESDE NIÑO
Este castreño se interesó desde muy pequeño por la caza, y cuando apenas se tenía en pie, ya acompañaba a su padre como morralero en aquellas jornadas que hoy rememora con nostalgia.
Allí no había mucha caza, pero si conseguíamos cobrar un zorzal, un mirlo o una avefría, para nosotros era todo un triunfo. Y si abatíamos una tórtola, ya ni te cuento…, afirma Pepe.
Cuando de él escuchamos tan sentidas palabras, su rostro le delata: la cinegética es parte de su vida, de su personalidad, de su ADN…
Los sábados son sagrados para mí. Durante la temporada, no falto ni uno solo de ellos a mi cita con el campo. También soy socio fundador del coto La Soledad, ubicado en el municipio madrileño de Parla. Allí cazamos perdices y conejos. Ah, y también alguna paloma en media veda. Lo pasamos genial,
Nos cuenta Pepe mientras nos muestra con orgullo el álbum en el que ordenadamente guarda las fotos de su último rececho de cabra montés.
¿La verdad? Me hizo la misma ilusión que si hubiese sido un macho. Para mí, lo importante es el lance, ese momento en el que, vacilante, te encuentras con el animal y entonces te asalta la incertidumbre…, reconoce.
Comprobamos la franqueza de tal aseveración cuando, emocionado, como si lo estuviese viviendo en ese preciso instante, nos lo narra con pelos y señales:
¡Qué gran paliza me pegó mi gran amigo… Sí, Óscar “El Chaquetina”. A lo lejos, vislumbramos un grupo de 5 o 6 hembras y decidimos rececharlas. Si no errábamos en nuestros movimientos, conseguiríamos acercarnos a ellas a apenas unos metros. ¡Hasta la Bola del Mundo! Sí, sí… tuvimos que subir hasta lo más alto de esta montaña para tener a tiro a las cabras.
CUMPLIENDO SUEÑOS, NO AÑOS
Sin duda, es admirable la entereza física y psíquica de un hombre que se afana en seguir disfrutando día a día, jornada a jornada, de su gran afición. Sí, superando desafíos, sumando experiencias… Al fin y al cabo, en eso consiste la vida. Perplejos, nuestros oídos continúan alimentándose de un bello relato que se acerca a su momento culmen:
Llegamos reventados, con la lengua fuera. Nos asomamos… y ahí estaban, a unos 60 o 70 metros. Entonces, Óscar situó su mochila sobre una roca a modo de almohadilla, mientras yo me agachaba muy lentamente, sigiloso… Apoyé el rifle y miré a través del visor. Sí, era la cabra que buscaba.
Tras unos segundos de titubeos, logré domar el nerviosismo que me asaltaba. La tenía en la cruceta…
Mientras Pepe revive en el salón de su casa aquel inquietante pasaje, cerramos los ojos y nos trasladamos por momentos hasta el alto de las Guarramillas, un lugar único en plena Sierra de Guadarrama que se convierte en fiel testigo de excepción junto a los ojos de Óscar, que espera impaciente el feliz desenlace. El eco del disparo aún retumba en sus oídos mientras se miran el uno al otro.
¡Ha caído!, le dice un eufórico Pepe a su acompañante. Óscar sale corriendo hacia donde debería yacer el animal. ¡Ni la has tocado, Pepe! ¡Aquí no está! ¡Ven y verás…!, le grita Óscar al cazador, que raudo parte incrédulo al encuentro con su amigo. Al llegar, y sin apenas darle tiempo a Pepe a agachar su cabeza, los dos se funden en un abrazo: la cabra no se había movido del lugar donde fue abatida por aquel certero disparo.
LA CAZA SINÓNIMO DE AMISTAD
Óscar es así, no hay quien le cambie. Le encanta bromear. Quizás por eso nos llevamos tan bien. ¡Qué suerte es tener amigos como “El Chaquetina”… Con él he cazado muchas veces. Concretamente en Navacerrada me ha acompañado a recechar varios corzos. Mira, esos son algunos de los trofeos, nos apunta Pepe mientras señala a una pared repleta de cráneos y tablillas que guardan gratos recuerdos.
Y precisamente eso es lo que más feliz le hace a nuestro entrevistado: esos inolvidables momentos junto a sus amigos divirtiéndose mientras practica lo que a él más le gusta, la caza.
¿Disminuir? ¡Para nada! La afición va en aumento. Es algo insustituible. Nada del mundo me llena más que ir de caza con mis compañeros. Precisamente, tanto en el club La Golondrina, de Navacerrada, como en el coto La Soledad, de Parla, tengo muy buenos amigos. Y para mí eso es lo más importante. La edad es solo un número; lo importante es la ilusión, asevera.
Antes de despedirnos, y como no podía ser de otro modo, nos interesamos por su próximo reto.
Pues tengo algo en El Maestrazgo, pero aún no te lo puedo confirmar al cien por cien. Cuando lo sepa, te llamo y te cuento, nos contesta Pepe.
Ahí le dejamos, colocando con primor, junto a los libros de la estantería que preside el salón de su casa, un álbum de fotos colmadas de remembranzas e historias del pasado de un hombre que continúa viviendo la caza con la misma ilusión y entusiasmo que aquel chiquillo que corría ágil a cobrar un zorzal abatido por su padre.
¡Qué envidia, don José! ¡Que sea así por muchos años!
Jaime Valladolid