Sábado 3 de junio de 2017, un día que quedará escrito en la memoria de Gonzalo Bravo mi memoria. No solo por el ámbito futbolístico –el Real Madrid levantaba la duodécima-, sino por lo acontecido en “la previa”.
Es viernes y llego a casa bastante tarde de cazar, a eso de la una y media de la mañana. Al meterme en la cama pienso en mis planes de caza para el resto del fin de semana: Mañana final de Champions, por la tarde puedo olvidarme de cazar. No es que sea muy futbolero la verdad, pero estos partidos hay que verlos (o eso repite la voz de mi novia Irene en mi cabeza). Total, decido poner el despertador a las 5:30 teniendo en cuenta la media hora de coche que me separa de uno mis cotos.
Las 5:30 am, ya suena el despertador, ¡no puedo con mi vida! Salgo rumbo al coto con buenísimas perspectivas. Toda la noche diluviando y la mañana está perfecta cual mar en calma.
Nada más llegar y bajarme a abrir la puerta, un corzo de 6 puntas con muchos años de desarrollo por delante me recibe. A éste no lo conozco y me quedo un rato disfrutando de su vista.
Continúo mi viaje y en una tierra de cebada cercana localizo una vieja corza: es grande de cuerpo y con mechones de pelo por cambiar. Fijándome bien me percato de que no está sola, la acompaña un joven corcino que no sale de entre las faldas de su madre. Estas maravillas son las que hacen que merezca la pena los madrugones, los kilómetros y todos los sacrificios que conlleva la caza.
Allí dejo tranquila a la enternecedora familia y pongo rumbo al cazadero elegido para la mañana. Aparco el coche cerca de unas alargadas tierras, las cuales delimita un tupido zarzal por un lado y la linde del monte donde decido dejar el coche por otro. El aire estupendo, paralelo a ambas lindes y dándome en la cara.
Me acerco a la esquina de la tierra caminando entre pajas y hierba alta. He olvidado las botas de agua y en veinte metros llevo las botas y los pantalones encharcados. Pienso: Eso es asunto para preocuparse en un par de horas. El sol asoma tímidamente por el horizonte y aún no calienta la siembra, decido esperar y dejar que corzos y corzas abandonen su refugio y salgan a secarse.
Llevo diez minutos detrás de una chaparra y puedo contar aproximadamente veinte picaduras de mosquito en mi cuerpo. ¡Mala época para cazar la vega de un río!
Mientras mis molestos compañeros se pegan un festín a mi costa, empiezo a recechar la tierra que ya es bañada por Lorenzo. No llevo más de veinte minutos andando cuando algo anaranjado brilla al otro lado. Rodilla al suelo, y prismáticos en mano observo al visitante. La tierra hace un hoyo y solo soy capaz de ver la parte alta de su lomo y cabeza. Una corza, sigo a lo mío.
Un ruidito a cincuenta metros dentro del monte, capta mi atención y decido dar tiempo a que salga a la tierra. Mientras decido deleitarme con la visión de la corza.
Pero, cual será mi sorpresa, la corza está marcando una chaparra. Decido fijarme bien y compruebo que no es una corza, tiene algo entre las orejas. Los ocho aumentos de los prismáticos no me permiten valorar qué es exactamente el bulto que tiene. Busco apoyo en el morral y miro con los 12 aumentos del visor del rifle. Efectivamente tiene un cuerno, uno solo, de unos 13 centímetros.
Os pongo en situación, no hay cosa que más me atraiga que los corzos raros. Multipuntas, demonio, unicornio… todos me vuelven loco. Cambio sin dudarlo un corzo de este tipo por un corzo bonito de seis puntas.
Mi socio Manu me escribe preguntando como voy. Él está cazando en Guadalajara, sentado en un alto controlando las siembras y puede permitirse fastidiar mi rececho –sin acritud amigo-. Informo que tengo un corzo que parece un unicornio/demonio a unos 250 metros.
Lo observo durante diez minutos pegando a todas y cada una de las ramas de la linde de la tierra.Marca territorio con las patas delanteras y de vez en cuando ramonea alguna florecilla. Tengo un tiro perfecto pero no quiero arriesgar.
Me preocupa muy mucho que la poca luz ambiente y la distancia me estén jugando una mala pasada y no sea un corzo raro, sino un vareto con una vara rota o muy corta. Decido jugármela y dar la vuelta a la tierra para acercarme más y valorarlo.
Vuelvo sobre mis pasos, doy un rodeo cerca del coche y me sitúo en la linde del zarzal en paralelo al extraño visitante. Lentamente me acerco a él. La hierba aquí está aún más alta y me voy poniendo perdido de agua, noto el frío en las piernas y mis pies suenan como si estuviera vendimiando.
Una pequeña curva no me deja ver la zona en la que lo vi por última vez y a la tierra no ha salido. Juego con cierta ventaja, pues la tierra tiene un pequeño talud en el borde y llevo medio cuerpo cubierto.
200, 150, 100 metros…
No lo veo, comienzo a pensar que ha desaparecido. De repente, nos encontramos de frente a unos 90 metros. Está metido en el hoyo y solo veo su cabeza. Me mira, lo miro y ambos permanecemos inmóviles durante al menos dos minutos. Gira la cabeza para mirar al borde del monte y aprovecho para dejarme caer sobre el talud. Viene hacia mi, se huele que ocurre algo raro y tengo la cabeza fuera del talud…
Es en este momento cuando me percato de la nube de miles de mosquitos que ronda mi cabeza. Empiezo a notar las picaduras en la cara y no puedo mover mi mano pues el corzo saldría huyendo al ver el movimiento brusco. Y así, con él acercándose lentamente a mi, los mosquitos dándose un festín y el pantalón y la ropa empapada, pasan unos quince minutos.
No puedo mirarlo ni con el rifle ni con los prismáticos pues me verá y huirá.
Finalmente se gira y comienza a pastar entrando a la tierra. Ahora veo su paletilla asomar del hoyo. Apoyo el codo en el talud, me tumbo boca abajo y lo valoro. Efectivamente, ¡un unicornio!
Tiene un pivote sin cuerno y una vara que en la parte baja muestra ciertas irregularidades. Quito el seguro, pongo la cruz en su sitio, aguanto la respiración y tras apretar el gatillo veo como se desploma dentro de la mira.
Mi felicidad es indescriptible, dejo el rifle en el suelo y voy corriendo cual novato hacia él. Me puede la emoción, llego a él y efectivamente contemplo que es posiblemente el corzo más raro que he conseguido abatir. Antes de precintarlo observo algo extraño. Su cara es de hembra y las trazas estilizadas de su cuerpo junto con su fino y largo cuello indican lo mismo.
Giro su cuerpo y no puedo creer lo que veo: ¡es una hembra con cuerna!
Inmediatamente llamo a mi padre y a Manu, no doy crédito.
Siento cierta pena por dentro, jamás había matado una hembra. Por una parte porque en mis cotos no hay una gran densidad como para hacerlo necesario, y por otra porque es un animal que me apasiona y siento cierto romanticismo por las hembras.
Pienso: menos mal que tengo el precinto de hembra, la ley de caza de CYL que tanto he criticado me ha salvado esta vez. Y es que cito textualmente la época hábil para el corzo:
“Para ambos sexos, desde el 1 de abril hasta el domingo, 7 de agosto, y desde el 1 de septiembre hasta el domingo, 16 de octubre. Desde el 1 de enero hasta el domingo, 26 de febrero sólo hembras.”
Siempre he considerado que era un crimen permitir la caza de hembras durante épocas en las que están a punto de dar a luz o en las que tienen pequeños corcinos entre las patas. Dicho esto, me ha tranquilizado siempre pensar que todo cazador conocedor de las épocas de cría del corzo, jamás dispararía contra una hembra durante los meses en los que se permite la caza del macho.
Así que ruego perdonéis mi error, creo que nos podría pasar a todos.
Llevo el animal a casa para aprovechar su carne, allí me esperan varios amigos curiosos que se han enterado de la noticia y no quieren perderse semejante sorpresa de la naturaleza.
Uno de ellos, ingeniero de montes y con gran interés por las rarezas con las que sorprende esta especie, menciona este artículo de la Asociación del Corzo Español. Digno de leer, sus colaboradores explican detalladamente las posibles razones que conllevan al crecimiento de cuernas en hembras.
Él me pide por favor que abramos la corza, muestra las mamas inflamadas y sospecha que pueda estar en cinta. Yo ya me había percatado de esto, y mi sentimiento de culpa se palpaba en el ambiente. Para mi tranquilidad, dentro tiene un feto formado al que faltaban pocos días para alumbrar, presenta malformaciones en cabeza y patas delanteras. Habría nacido muerto o no habría salido adelante, ¡que alivio!
Y es que la naturaleza nunca deja de sorprendernos. Todos los días que salgo al campo aprendo algo nuevo, siempre digo que el día que no lo haga dejaré de cazar. Es ésta una de las verdaderas esencias de nuestra pasión, ser capaces de integrarnos con el medio natural y aprender de él.
Crónica cedida por Gonzalo Bravo