Un día de montería

El despertador suena con fuerza anunciando que es hora de levantarse; son las cinco de la mañana y hoy toca montear con amigos rehaleros. Ducha rápida, café para espabilar el cuerpo y coger todos los archiperres para tomar rumbo a tierras de Salamanca.

Toda madrugar, empieza el día


La madrugada es fría, propia del mes de diciembre y por delante casi 300 kilómetros hasta el lugar donde había quedado con Álvaro, joven rehalero que, junto a su novia María, íbamos a montear una mancha en un pueblo cercano llamado Cereceda de la Sierra.

El viaje, como muchos otros que he realizado durante mi vida montera, lleno de ilusión, con la incertidumbre de no saber lo que nos deparará el día, pero con muchas ganas de compartir estos momentos que me apasionan y que no son otros que montear en la sierra con los valientes perros de rehala.

Compartiendo momentos previos


A la hora prefijada, llego al pueblo de Álvaro donde ya tiene preparada la furgoneta con todos los valientes cargados, con las miradas tensas y los nervios a flor de piel que delatan su nerviosismo, sabedores de que hoy toca montear.

Unos cuantos kilómetros hasta Cereceda y ya, entrando en el pequeño pueblo, se atisba el bullicio de las conversaciones de los cazadores que anuncia que hoy hay montería.

Saludos a caras conocidas, olor a café y migas, los monteros pendientes del comienzo del sorteo, los rehaleros atentos a cualquier movimiento en los furgones de los valientes, ellos están ya nerviosos y de vez en cuando, hay algún altercado que los perreros calman rápidamente con una voz bien fuerte y contundente.

Entre los rehaleros se respira un gran ambiente, compartimos café, algún pitillo –los que fuman– y todos con la misma ilusión por comenzar lo antes posible.

Durante estos momentos previos a la suelta, Álvaro y María van preparando collares, revisando que no falte nada, zahones, polainas cuchillos, emisoras, el botiquín de emergencia; hay que adelantar para cuando el capitán de montería de la orden y salgamos hacia el lugar de la suelta.

Con ellos hablo de perros, de montería, me cuentan sus vivencias que son muchas a pesar de su juventud y que día a día van adquiriendo veteranía en el monte junto a sus perros, unos podencos de armas tomar, fuertes, con instinto cazador y que no se amilanan ante nada.

El capitán de montería da el aviso, hay que salir hacia la suelta; con celeridad subimos a las furgonetas y emprendemos camino hacia la sierra.

Empieza la contienda


Ya con los zahones bien ceñidos a la cintura, el cuchillo bien ajustado al cinto, la caracola y el morral en su sitio y escuchando los ladridos nerviosos de los valientes suplicando que abramos portones.

Son las doce en punto y soltamos, la sierra se llena de alegría montera, por delante una solana de monte apretado con un repecho de los que calientan el cuerpo y la cuerda que se ve lejana y donde tenemos que llegar para coger la mano y empezar la batida.

Suenan las primeras ladras detrás de los rastros, las voces de los perreros retumban por todos los rincones de la solana y empieza el movimiento.

Una ladra por aquí, otra más lejana, paramos para dejar montear a los perros y que vuelvan, no se puede quedar ningún rincón sin montear.

María anima a sus valientes, Álvaro un poco más abajo, se adentra en una hoya apretada llena de rastros, otra ladra se arranca anunciando la carrera de un cochino que pone pies en polvorosa tratando de buscar esa trocha que solo el conoce por la que saldrá a otros rincones del monte más seguros.

Uno de los valientes vuelve con signos de haber batallado, lleva una herida importante en una pata; rápidamente Álvaro y María sacan el botiquín y comienzan a atenderle. Todo se para, el resto de perros rodeando a su compañero y en unos minutos, se realiza la cura de urgencia para poder continuar con la montería.

Poco a poco vamos avanzando, disfrutando de unos paisajes maravillosos de las sierras salmantinas, los perros realizando su trabajo a la perfección, levantando a las reses de sus encames y dirigiéndolas hacia las posturas; este es su cometido y lo cumplen excelentemente.

Llegamos al tope de nuestra mano, ahora toca volver por el camino ya andado, alguna ladra más a algún cochino que, encamado, ha sabido despistar a las rehalas y, a pesar del esfuerzo, los perros todavía sacan fuerzas para intentar cazarlo.

Los furgones se ven ya cerca, estamos llegando a la suelta, el sonido de la caracola retumba en la sierra anunciando a los monteros y a los valientes que la montería está llegando a su fin.

Abrimos puertas, los perros van subiendo al furgón exhaustos, pero satisfechos de haber cumplido con su cometido.

Una lumbre para templar el cuerpo ante el frío que se avecina en el atardecer esperando a los rezagados que tardan en volver.

María, contando sus perros; faltan algunos y por la emisora otros compañeros avisan que tienen alguno, ella se va en un coche a por sus perretes.

Álvaro sigue tocando la caracola, ya quedan menos por llegar, el resto de perreros van recogiendo mientras intercambian vivencias del día.

Por fin, todos han vuelto y ya están descansando en el coche, ya cambiados, sin cueros ni aceros en la cintura, tomamos camino hacia el bar de la junta donde compartiremos viandas y un tinto de la tierra.

Conversaciones en la comida comentando el día, orgullosos de cómo han monteado los perros y deseando volver a la sierra para montear otra mancha de nuestras benditas sierras españolas.

El camino de vuelta


Nos despedimos del resto de rehaleros. Yo, personalmente, me he sentido como en casa, compartiendo una pasión por la rehala y la montería que hace que volvamos cada fin de semana a disfrutar de esta modalidad de caza única en el mundo y nuestra al cien por cien.

Subimos a la furgoneta y toca visita al veterinario para que vea al valiente herido, la prioridad es su bienestar y no importan los retrasos ni el tiempo empleado.

Antes de llegar al pueblo del veterinario nos paran en un control de la Guardia Civil en la entrada de otro pueblo: revisan documentación, vehículo, chips de los perros y, una vez realizado el control, emprendemos de nuevo el camino. He de reconocer que en este caso y con la celeridad por llegar que teníamos para que viera el veterinario al perro herido, no entiendes que te paren, pero es necesario; siempre defenderé la labor de la Benemérita, de los controles que hacen y que redundan en beneficio de todos los cazadores que cumplimos con la legislación vigente y nos comportamos en el monte como mandan los cánones.

Ya en la consulta del veterinario se realiza una operación de urgencia y es aquí donde se puede ver el cariño y respeto que tienen los rehaleros por sus perros. Con los nervios a flor de piel, viendo al podenco con los músculos en tensión, dolorido por una herida fea que requiere bastantes puntos y un cuidado especial que el veterinario, con maestría, realiza demostrando su buen hacer.

Terminamos y, de nuevo, en carretera para llegar al pueblo de Álvaro, recoger mi coche y de vuelta a Madrid.

Un día especial, lleno de emociones, compartiendo momentos en el monte y fuera de él con personas apasionadas por la rehala, por la montería española y por nuestras sierras.

Gracias a estos momentos y a todos los rehaleros que, con su pasión, mantienen una rehala con todos los sacrificios, personales y económicos que conllevan su cuidado, nuestra montería nunca desaparecerá.

La rehala es la esencia de la montería, merece todo el respeto y reconocimiento de su trabajo; si la rehala desaparece, la montería tocará su fin.

Desde aquí quiero expresar mi agradecimiento a Álvaro, a María y al resto de rehaleros y cazadores con los que pude compartir este día montero en las sierras de Salamanca.

Carlos Muñoz.