El cuento del oso hormiguero

El jefe hormigo, con la superioridad que le dan sus millones de votantes, se plantó de una vez por todas y exigió sus condiciones si el gobierno quería contar con su apoyo.

«Cada oso hormiguero adulto se come 35.000 hormigas al día; en diez días, 350.000; en un mes, un millón para redondear la cifra; en un año, por tanto, 12 millones de hormigas son devoradas por este asesino en serie… Esto sí que es un holocausto y no tantos otros que se van pregonando por el mundo», razonaba el líder formícido.

Como la viabilidad del gobierno dependía del voto de estos artrópodos, no tuvieron más remedio que tragar sus exigencias.

Todos los osos hormigueros del país fueron capturados, algunos que no se dejaron hacer presos pagaron con su vida, otros fallecieron por estrés y el resto fueron ubicados en una especie de campos de concentración donde los alimentaban con un compuesto basado en comida artificial, pero con sabor a himenópteros que les ayudaba a mantenerse en buen estado de salud. Algunos osados intentaron la fuga, fue inútil: si fallaba la captura inmediata por las fuerzas del orden del estado, el resto de la población, cuando los encontraba, los linchaba porque eran unos demostrados asesinos en serie.

El jefe hormigo se convirtió en el redentor de sus huestes y las hormigas fueron felices y, como son tan trabajadoras, extendieron sus áreas de distribución de un modo que llegó a ser abusivo, al poner en riesgo la supervivencia de otras especies al eliminarles su espacio vital.

El gobierno contaba con el casi innumerable voto de las hormigas, pero el resto de especies amenazadas exigieron en el parlamento que, si no se ponía remedio a la situación, serían ellos los que no apoyarían con sus votos al gobierno y le harían caer…, las cosas que ya sabemos que conlleva vivir en democracia.

Como la inteligencia no está reñida con la clase política, a pesar de que no sea muy común, a uno de los cientos de asesores se le ocurrió la solución, que suponía la liberación de los osos hormigueros que, al estar libres, pondrían freno a la expansión de las hormigas y, de este modo, se llegaría a un statu quo aceptable para todas las partes.

El ingenioso remedio, a pesar de ponerlo en marcha, no funcionó. Las generaciones de osos hormigueros viviendo en cautividad se habían acostumbrado al pienso diario; además, sus madres no les pudieron enseñar a buscarse la diaria pitanza, porque el comer una sola hormiga significaba la muerte a manos de las fuerzas represoras del gobierno.

Las hormigas siguieron conquistan do todo hasta tener el control absoluto del estado y, por ende, del gobierno; pero fue tanta su expansión que acabaron con todos los recursos alimenticios, hasta que ese país sin control biológico perdió la biomasa, se desertizó y fue un estado fallido sin ningún tipo de recursos y de alimentos.

Muchos de los que acaso lean este cuento en periodo estival quizás no entiendan nada, pero la gente del campo, los que viven de él y para los que el campo es nuestra pasión, sí que han entendido que todos nosotros somos los osos hormigueros.

Felices vacaciones de verano.

José García Escorial.