La caza peligrosa es una asignatura pendiente en la vida de cualquier aficionado con ciertas inquietudes cinegéticas. Con el arco este propósito toma otra dimensión: las cortas distancias de tiro, la lentitud de repetir disparo y el poco poder de parada de una flecha –aunque sea igual de letal que una bala– incrementan la dificultad de la cacería. Así que, con esto claro, nos dirigimos a Sudáfrica, concretamente al norte del Limpopo, para intentar abatir una leona a la huella con arco.
Vas a cazar una leona grande y vieja, muy vieja, que no te teme… Una vez que os pongáis tras su huella y deis con ella, la primera ocasión es la buena. Seguramente ya sabe que estáis allí, pero, por curiosidad, va a darte una oportunidad, la mejor que vas a tener, intenta aprovecharla. Si no le puedes tirar, la partida empieza de nuevo, pero ahora ella te cazará a ti, se alejará unos cientos de metros, quizás kilómetros, y te va esperar. Tu segunda oportunidad será con el animal tumbado o sentado y listo para cargar, si no lo hizo ya. Tendrás poco tiempo para colocar tu flecha en un objetivo pequeño, la zona del pecho debajo de la barbilla, y una leona mirándote y rugiendo a escasos treinta metros es capaz de intimidar al más valiente de los mortales. Si carga, no intentes correr, la distancia que os separa la recorrerá en menos de cuatro segundos, así que juega bien tus cartas».
Con estas palabras empieza una de las cacerías con sentimientos más contradictorios que he realizado en mi vida…
Mientras esperamos a Jackson, el agente del gobierno de Limpopo que nos acompañará para supervisar que la cacería se realiza de forma ética, legal y que el animal se encuentra en plenas facultades (en la caza peligrosa, por desgracia, a veces se suelen utilizar ciertos métodos que merman la conducta agresiva del felino, facilitando su abate), Koos, el profesional, me va dando los últimos consejos: «Nos moveremos siempre en fila, cerca uno del otro, las leonas casi nunca atacan por los laterales. Mide, corrige, abre el arco, pero siempre detrás mío, cuando estés listo yo me apartaré…». «¿Y si carga antes de que suelte la flecha?», le pregunto. «Nuestro propósito es que el cazador tire siempre primero; pero, con el arco, si nos ataca, hay que detener la carga, la prioridad es la seguridad», mientras de su canana saca un cartucho Norma del 500 Nitro Express con 570 grains de proyectil… «Por lo que cabe la opción de que no le pueda tirar y tengas que abatir la leona», señalo, a lo que me contesta con un simple «Yes». ¡Un poco de presión extra, para no bajar la guardia!
Con el tema seguridad bastante claro, dos horas más tarde llega Jackson, un tipo de unos 2,30 metros de altura y con voz grave. Hacemos el papeleo y nos montamos en la pick-up, empezando a cortar rastros. En la zona hay dos hembras muy viejas y grandes, cualquier de las dos nos valdría: son tan grandes que su huella se puede confundir con la de un macho. Descartamos varios rastros por antiguos o por ser de animales jóvenes y, una hora más tarde, damos con uno que podría ser nuestra leona. «Big lioness», confirma Koos, y seguimos el rastro con el 4×4 para dar con el lugar donde el animal sale de la pista y se adentra en el bush.
Ni diez minutos llevamos cuando, de reojo, a mi izquierda, veo una sombra de color bayo, «¡Koos, Koos, the lioness!» y Koos, sin parar el coche, coge los prismáticos para valorarla: «Is our lioness». Está de pie a unos sesenta metros, me parece ¡enorme! y con una expresión facial de ¡muy muy pocos amigos!
Aunque hayamos tenido contacto visual con el animal, ellos siempre prefieren seguir las huellas: el animal puede desaparecer, ¡sus huellas no! Así que, seguimos conduciendo por el carril hasta dar con el punto donde las huellas se adentran en el bush. Aparcamos la pick up en un lateral, cogemos los bártulos y reviso todo mi equipo, ¡nada puede fallar, nada! Me preparo psicológicamente para dar el cien por cien de mí –sobre todo después de ver el tamaño del animal–, respiro hondo y nos adentramos tras las huellas del felino.
Koos va delante, yo le sigo más pegado que su sombra y, detrás de mí, van el tracker y Jackson, el agente gubernamental, que cierra el grupo. Llevamos cuarenta minutos tras sus huellas, en una zona bastante espesa… Cuarenta minutos de puro nerviosismo.
«Allí, allí está», indica Koos… ¿Dónde? Enfrente nuestro, a 25 metros o quizás menos, ¿pero, dónde? Detrás del bush que tenemos en frente está de pie, cruzada… «Es muy buena oportunidad, intenta tirarle…». ¿Tirarle a qué? Si no la veo… ¡Ahora, sí! Entre el bush una larga cola, al moverse, la delata, pero es imposible tirarle: con lo espeso que es el ramaje que tiene enfrente sería una lotería que la flecha llegase a alcanzar el animal y nos movemos para ganar ángulo. Koos no deja de apuntar a la leona mientras susurra: «Si puedes, tira… Si puedes, tira…». Dos pasos más y, quizás, entre ese hueco… De repente, la leona ruge y huye en dirección contraria para perderse de nuevo en el espesor. Os puedo asegurar que ese rugido a menos de veinte metros hace aflorar tu miedo más interior, aunque creas no tenerlo.
Koos comenta que la partida empieza de nuevo, que ella sabe que estamos aquí y ahora nos estará esperando: no va a huir como un antílope y hay que abrir bien los ojos.
De nuevo, tras sus huellas. Al principio marcan un galope, al poco, un trote y, luego, al paso. En ese punto todo el equipo empieza a cambiar la expresión de sus caras y Jackson mira más hacia atrás que hacia delante, y Koos insiste en ir bien juntos en fila. Ochenta y tres minutos más tarde Jackson susurra: «The lioness…». La tenemos a nuestra derecha y por detrás, pues había dado un rodeo y nos estaba esperando sobre sus huellas… No la veo, pero oigo como emite pequeños rugidos… Muy apretados, uno junto al otro, reculamos. «Está en posición de carga, tumbada y de frente; cuando la veas, tírale… Recuerda apuntar justo debajo la barbilla, no aguantará mucho sin cargar», me advierte Koss mientras agarra con fuerza su 500 Nitro Express.
Ahora sí la localizo rápido, tapada por el ramaje, pero justo en su pecho hay hueco. Mido la distancia, 31 metros, corrijo el carro, enciendo el escope, abro el arco y meto el pin debajo de su barbilla por el pequeño hueco que tienen las ramas. El felino intensifica el tono de sus rugidos, abriendo sus fauces al mismo tiempo que mueve su cola bruscamente. Por el visor puedo ver esa mirada, que jamás, jamás, olvidaré. Intento concéntrame para no «caga…la». El tiempo se detiene, me hago ajeno a todo lo que me rodea, solo me importa ese pequeño hueco, solo eso, abrazo el gatillo, relajo manos y el tiempo se detiene… Toda la adrenalina y el nerviosismo, acompañado de los rugidos y movimientos agresivos del felino que me sigue clavando la mirada, los canalizo para hacer una suelta perfecta. Estoy donde quiero estar.
Con el pequeño destello verde de mi pin flotando en el pecho de la leona, exhalando, el pulso disminuye y se produce la suelta: la flecha vuela y pasa por el hueco del bush, impactando a la leona en medio del pecho. La felina ruge mientras da vueltas sobre sí misma. «Perfect shoot, nock another arrow and be ready», me dice Koos mientras sigue apuntándola. Trato de poner otra flecha cuando la leona arranca en dirección opuesta con una torpe carrera para desplomarse ¡a escasos 40 metros del tiro! Se hace el silencio, las caras de Koos, Jackson y el traker muestran una felicidad contenida, ¡incluso más que la mía! «Lioness down, with just one arrow». Dejamos pasar veinte minutos y, muy despacio, vamos al lugar del lance, encontramos la flecha y en pocos metros un rastro de sangre grotesco que nos lleva hasta la leona. Koos va primero, por detrás la toca con la punta de su express y se gira diciendo: «Congrats, aquí tienes tu leona». Nos felicitamos con el resto del grupo, ya que el mérito es más suyo mío y, por fin, puedo trocarla, es ¡enorme!, la más grande que visto jamás y muy vieja.
Mientras la acaricio estoy lleno de sentimientos contradictorios: por una parte, dulces porque ha sido la cacería donde más adrenalina y nervios he tenido, llegando a sentirme más presa que cazador, y mi punto de vista sobre este tipo de caza ha cambiado por completo y no me arrepiento de ello, todo lo contrario, será un lance que jamás, jamás, olvidare. Y, por otra parte, amargos por haber abatido a un animal tan majestuoso y poderoso, y no poder cumplir el principio básico de lo que hacemos: ¡el aprovechamiento cárnico!
Joan España.