Memorias de África

El polvo me entra directo a la nariz, tengo la cara pegada al suelo y casi no puedo respirar, oigo los latidos de mi corazón agitado, pero el dulce olor del agua próxima me llega igual. Son las últimas luces del día, ya me cuesta distinguir entre las sombras, un grupo de moritos me sobrevuela a corta distancia y con su ruido del batir de sus alas acierto a ponerme de rodillas…

¿Qué magia atesora esta tierra de norte a sur, de este a oeste? No lo puedo explicar, pero es como una musa prodigiosa. Su belleza es de tal calibre que no acierto a encontrar nunca, para describirla en toda su extensión y complejidad, las palabras que le deberían hacer justicia. Su luz, sus colores, su tremenda variedad, sus contrastes, sus olores, sus animales, sus gentes, su viejísimo corazón… la paz que transmite. Amo esta tierra, amo África.

Yo no conocí, ni conoceré, el África de los imaginarios Allan Quatermain y Beu Geste, del Dr. Livingston, de Ernest Hemingway, de Karen Blixen, de Paul Von Lettow-Vorbeck, de Frederik Selous y de tantos otros, ni siquiera la del maestro Sánchez Ariño, no, esa quedó impresa en el recuerdo que sabiamente nos transmitieron; pero la tierra sigue ahí, la luz no ha cambiado, sus ecosistemas en algunos lugares tampoco y, a mí, como a ellos décadas atrás, me enamora cada vez que la piso. Es un amor limpio, delicado en sus procesos y arrebatadamente real.

Con el arco… ¡a Mauritania!

Por eso, cuando me propusieron ir esta vez a Mauritania (lugar que no conocía) a recechar facocheros con arco, me costó poco decidir. Cuando al acabar cerré lastimeramente el estuche del arco para volver a casa, mi satisfacción era plena. El embrujo seguía vivo, el hechizo nada, ni nadie, podía romperlo, transgredía la capacidad de que nada, ni nadie, pudiere hacerlo.

África es una madre generosa y a la par la más bella de las novias y da igual por donde la abordes, con sus luces y sus sombras jamás te dejará indiferente…

Los dos facos hunden su robusta napia en el lodo de la ribera, arrodillados como ellos acostumbran a hacerlo mientras rebuscan algo con que llenar sus estómagos, los primeros luceros pintan el firmamento con la tenue luz que por ahora emiten. Ya no puedo esperar mucho más.

He entrado a gatas los últimos cuarenta metros y me he tumbado en dos ocasiones y, por fin, ahora, a treinta y dos metros de distancia, según me marca el telémetro, voy a jugarme un lance que he trabajado con esfuerzo y mucha pasión. El pin casi es imperceptible, pero suficiente para poder subirlo por encima de la pata hasta el codo y ahí corregir un poco a la izquierda buscando el corazón.

Todo parece detenerse en ese momento, mi respiración lo hace, no oigo el bullir nocturno de la laguna, mi mente registra y graba ese momento en mi alma de cazador para los anales de mis recuerdos. Suelto y la flecha traza una certera trayectoria de muerte que a mí me colma de vida. Caigo agotado en el suelo agrietado, que en ese momento se me antoja como el mejor de los divanes posible. Solo puedo mirar al firmamento ya cuajado de estrellas y dar gracias al Creador por tanto recibido.

Mi ensoñamiento lo rompe mi tracker (El Hassen) que se acerca para saber qué ha pasado (acostumbrado a cazar con rifle, no entiende aún la complejidad del arco). Vamos al tiro y hay abundante sangre. El rastro parece claro, mejor pistear al día siguiente. Estos animales son duros y su fama de geniudos se la han ganado a pulso. Tienen una mala leche de reconocido prestigio si andan heridos y ya es de noche. Si nos arremete no tendríamos con qué pararlo.

Vuelvo al campamento que gestiona Sahel Safaris en la zona y allá coincido con mis compañeros de aventura. Ocho arqueros embaucados por una única pasión, la caza, y la caza con arco.

Las expectativas que Rafael Centenera y su hija Belén (que nos acompañó y cazó con nosotros) nos transmitieron en Madrid al calor de unas cervezas, se fueron cumpliendo según avanzaban las jornadas de caza. La abundancia de animales nos permitió disfrutar de muchos y variados lances, con las lógicas limitaciones que condiciona la caza con arco.

Aquello es una verdadera escuela de rececho que puede llevarse a cabo en biotopos diversos. Zonas desérticas, semidesérticas, cultivos, zonas de ribera y el espinoso bush, conforman el mosaico de caza que nos ofrecieron en esta enorme concesión que con acierto gestionan Rafael y su socio Tálev.

Un campamento suficiente. Demba, un cocinero de altura, y Mami, un gerente eficaz y simpático, conformaron un cuadro de acogida que invita a la repetición. Públicas gracias a todos ellos.

Cuando uno viaja en grupo, sin que todos se conozcan, los riesgos de posibles dificultades pueden ser el pan nuestro de cada día. En esta escapada, sucediendo lo anterior, se dio esa confabulación entre todos que acabo de poner la guinda al pastel. Belén, los dos Jorges, Joaquín, Alfonso, Alfredo, Luis y yo, gestamos un grupo de esos difícil de olvidar. Las risas, el aprendizaje que nos transmitió el sabio canario con su simpatía e ilusión, el compañerismo, el disfrute colectivo, fueron el hilo conductual que grabó una sinfonía de caza para el recuerdo.

Cazadores de lances

La llegada de cada pick up con sus dos cazadores, sus dos trackers y su conductor, era celebrada con entusiasmo por los que ya hubieran llegado anticipadamente, se hubiese tenido éxito o no. El cazador con arco no es un cazador de número, es un cazador de lances que, de alguna manera, descomprime la presión y el ansia que el arma de fuego a algunos les transmite. Si el cazador cuando empuña un arco no cambia ese chip, lo mejor es que lo deje en la funda y vuelva a coger el arma de fuego.

El cazador con arco está acostumbrado a no poder culminar el lance en muchas ocasiones por las más diversas circunstancias, aun teniéndolo en la punta de los dedos, sin que por ello su ilusión y empeño se vean merma dos, reducidos por la imposibilidad final de abatir.

Por el contrario, la pertinaz adversidad, entendida como dificultad añadida, le conducirá a perseverar en la acción de dar caza y a crecer como cazador en categoría, calidad y respeto, pues admirará las enormes cualidades de defensa de las presas que persigue, intentando recortarlas con su ingenio, su paciencia y su habilidad.

La caza de facos en Mauritania, de la mano de Sahel Safaris, es una ventana abierta para poner en práctica todo lo anterior, pues habrá muchas oportunidades de hacerlo.

Son las 4:30 a.m. y por mero error me he levantado y preparado una hora antes para salir a cazar. Advertido el yerro, ante la ausencia de ser alguno levantado en el camp, tomo asiento al pie de los rescoldos de la hoguera y bajo los miles de estrellas que velan nuestro sueño, concluyo que todo lo anterior se hace aquí muy palpable y evidente.

Todos tiramos y cobramos facocheros y la experiencia de cada uno, que compartíamos al volver de cazar en el porche del comedor, incrementaba día a día el aprendizaje de esta rústica y primigenia forma de cazar. A todo aquel que sienta de este modo el desarrollo de la caza tiene en Mauritania, de la mano de Sahel Safaris, la posibilidad real de practicarla bajo tales parámetros.

Que todo aquel que pueda no deje de hacerlo, no se arrepentirá. Acaricio la crin de una preciosa hembra cobrada tras una larga entrada que ha tenido de todo: cansancio, suspense, sigilo, habilidad y fortuna, mucha fortuna, la que debe hacerse inevitablemente presente cuando pretendes arrebatar la vida de un ser vivo rompiendo su zona de seguridad.

Resuenan gritos de victoria rubricados con un sentido abrazo con mi moreno amigo que, inesperadamente, me da las gracias por haber podido participar de algo que intuye salvaje y grande.
Contemplo extasiado la naturaleza que me rodea. Así es África, un inmenso y profundo regalo. Continuará…

Ramón Menéndez-Pidal.

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