¿Qué es un cazador sin su perro? Para una inmensa mayoría de cazadores no se puede concebir la caza sin su compañía. Incluso algunos aprecian más la faena del perro que el número de piezas cobradas, sin importarles el volverse bolo si han sido testigos de una muestra espectacular o de un cobro imposible de su fiel compañero. Sin embargo, si se asilvestran, los perros pueden volverse peligrosísimos enemigos para la caza… y para las personas, pues en este estado suelen mostrar una gran agresividad.
Se entiende que el proceso de asilvestrarse (volverse inculto, agreste o salvaje) es justo lo contrario que el de domesticación. Este proceso normalmente ocurre a nivel de poblaciones, lo que implica cierto grado de comportamiento social y cooperativo, aunque se han propuesto teorías que explican por qué y cómo puede ocurrir también a nivel de un solo individuo.
Normalmente, el asilvestrarse depende mucho de la historia pasada del animal. En el caso concreto de los perros, tienen muchas más opciones de sobrevivir en la naturaleza los que poseen experiencia previa en la caza que aquellos cuya historia personal ha estado más ligada a un papel como animal de compañía. Incluso los perros de compañía tienen sus opciones, si sus dueños los han acostumbrado a salir a pasear y a correr libremente por el campo.
No obstante, la experiencia no lo es todo. Existe también un componente genético importante (la raza) que permite que ciertas clases de perros tengan más habilidad que otros para sobrevivir cazando. Algo similar ocurre con los gatos, que por su naturaleza, normalmente más arisca o más independiente, conservan mucho de su instinto cazador.
Cuando un perro se escapa o se queda perdido en el monte comienza un proceso de desocialización progresivo hacia el hombre. También puede ocurrir que el animal, por su propia naturaleza, nunca haya sido demasiado sociable.
En cualquier caso, el animal empieza a comportarse como un perro no doméstico e independiente de forma progresiva.
Su principal preocupación para sobrevivir es la de buscar alimento. En los pueblos y ciudades las basuras suponen un recurso fácil y casi inagotable. En el campo esto es más difícil y es ahí donde resurge el instinto del cazador. La gran capacidad de desplazamiento de los perros les lleva a recorrer grandes distancias, en las cuales acaban encontrando a otros compañeros de viaje con los cuales se sociabilizan pronto, formando grupos que pueden acabar en manadas, como las de los lobos, con una jerarquía y unas funciones perfectamente establecidas que les permiten solucionar sus problemas de forma cooperativa. En los vertederos de Marruecos he llegado a ver grupos de perros de entre 50 y 100 individuos viviendo en colonias y funcionando como una verdadera manada, y muy agresivos con el hombre.
El impacto sobre la caza menor
Pocas dudas hay sobre la importancia de controlar los perros errantes o asilvestrados en los coto de caza menor. Su impacto es variable según la especie que analicemos. Dado que el instinto de cazador y su capacidad de desarrollarlo dependen mucho de la vida anterior del perro, es muy probable que un galgo sea capaz de capturar una liebre o un conejo; o que un perro de madriguera consiga hacer un desastre en una hura de conejos.
Sin embargo, hay pocos datos que permitan confirmar esto.
Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que hay factores que facilitan la depredación de los perros, por ejemplo, sobre los conejos. La densidad de los mismos, la escasez de presas alternativas, su desarrollo corporal o el estado fisiológico y sanitario, son algunos de estos factores.
Es evidente que cuando los conejos están sufriendo la mixomatosis o su estado está debilitado por alguna otra enfermedad, son más fáciles de capturar.
También es de pura lógica que los gazapos son más vulnerables que los adultos. De lo que sí hay datos es del impacto de los perros sobre los nidos de perdiz (y por extensión de otras aves que aniden en el suelo). El comportamiento errático y divagante de los perros les lleva a recorrer grandes distancias. Durante estos recorridos suelen utilizar carriles, arcenes, linderos o bordes de cultivos como vías de desplazamiento.
Aprovechan esos desplazamientos para prospectar el medio. No hay que ser muy perspicaz para adivinar que, si encuentran un nido, el hambre les hará aprovechar los huevos. Como todos sabemos, los nidos de perdiz suelen estar ubicados en los bordes y linderos, por lo que a los perros este tipo de comportamiento les viene muy bien para dar con ellos.
Se estima que casi un 30% de los nidos de perdiz depredados en medios agrícolas son responsabilidad de los perros, por encima incluso de los zorros. Este porcentaje puede variar según la estructura del medio. Si el medio es más complejo (entendido como que las estructuras vegetales que hay no son exclusivamente lineales), los perros tienen más dificultad para encontrar los nidos y su impacto es menor.
Como ejemplo hay que resaltar los estudios sobre depredación con nidos falsos en monte mediterráneo, en los cuales las autorías de perros no llegan a superar el 10%. Pero si el medio es simple, por ejemplo porque, como ocurre en los cultivos leñosos, se haya eliminado la vegetación del suelo y sólo permanezca en los linderos, se estará facilitando el trabajo a los perros y su impacto será mayor.
Aunque este artículo va de perros, no me resisto a comentar que el patrón de depredación de los gatos es totalmente opuesto. La capacidad de desplazamiento y el área de campeo de los gatos es mucho menor que la de los perros. Su comportamiento no es tan errante, sobre todo en las hembras, y eso les lleva a ser responsables de la depredación de nidos, sobre todo cerca de los cortijos y las casas de campo.
Y sobre la caza mayor
¿Pueden los perros asilvestrados suponer una amenaza en un coto de caza mayor? Probablemente algunos de los lectores lo duden y otros crean que sí, pensando en su capacidad de coger algún gabato o una cría durante la época de la paridera, algo parecido a lo que hacen los zorros o los jabalíes. Que, por cierto, los jabalíes llegan a desarrollar un comportamiento cooperativo para hacerse con los chivos recién paridos en los rebaños de cabras que pastan libremente en el monte. Lo que probablemente no acierten a sospechar los lectores es hasta qué punto son capaces los perros de impactar sobre una población de ungulados.
Durante seis meses he tenido la oportunidad de seguir a una manada de perros asilvestrados en una finca con especies de caza mayor (ciervos, gamos y muflones). El grupo de perros lo componían entre tres y cuatro animales de tamaño mediano y aspecto de perros escapados de una rehala. Durante el tiempo de seguimiento (junio a diciembre) los perros capturaron un total de 57 presas, todas ellas ungulados silvestres. Hay que hacer constar que en la finca no había ganado, ni estabulado ni en extensivo.
El grupo de perros capturó 21 ciervos, 27 gamos y nueve muflones. Aunque parezca que capturaron muchos ciervos, considerando la densidad de los mismos en la finca y la densidad de las otras presas, los perros mostraron un claro patrón de preferencia hacia los gamos y muflones, las presas de menor tamaño disponibles. De hecho, en el caso de los ciervos capturaron sobre todo crías y algunas hembras, nunca machos adultos.
No hicieron distinción en cuanto al sexo, pero sí en cuanto a la edad, excepto en los muflones. Al igual que los ciervos, los gamos capturados eran sobre todo crías (tanto machos como hembras) y algunas hembras adultas. Pero con los muflones, probablemente debido al menor tamaño de los adultos, crías y adultos eran capturados en igual proporción.
Los perros seguían la misma estrategia de captura que la de los lobos. El grupo funcionaba como una manada bien estructurada, acosando a las presas y cansándolas, hasta arrinconarlas en algún sitio, sobre todo contra la valla perimetral de la finca.
Una vez agarrada y arrinconada la presa, era abatida echándose todo el grupo sobre ella. La mordían preferentemente en los cuartos traseros y en la garganta y se comían sobre todo las vísceras, dejando el cadáver cuando se sentían satisfechos, para volver a él en días venideros. La tasa de éxito de los perros capturando ungulados fue de casi un 31%.