A estas alturas, los pollos nacidos en mayo ya cuentan con plumas en las alas y con algunas timoneras, han dado sus primeros vuelos persiguiendo a pequeños saltamontes y, guiados por su madre, por fin han descubierto charcas y aguaderos en los que saciar su sed.
Las altas nubes teñían de rojo el amanecer cuando salí al llano de la casilla tras una noche más en la que había decidido pernoctar en la finca. Aunque ya había tachado varios días del mes de junio en el calendario, efluvios de humedad me embargaron al entrar en contacto con el cielo descubierto.
La primavera estaba siendo lluviosa y eran frecuentes las tormentas, a pesar de que, pasito a pasito, se iba aproximando el estío. A guisa de bastón me apropié del paraguas decidiendo emprender una corta caminata que supuse me abriría el apetito para el esperado desayuno.
Algo alejado del cortijo, el canto de un macho de perdiz me sacó de mi ensimismamiento momentáneo y supuse, sin riesgo a equivocarme, que aún estaría incubando su hembra a escasa distancia de donde éste cuchichiaba con toda su energía y ardor.
Suele ocurrir que, cuando las primeras puestas de las perdices se desgracian por cualquiera de los motivos que puedan presentarse en el campo, éstas realizan una nueva incubación de los huevos que por segunda vez hayan podido poner.
Los perdigones nacidos en mayo ya tendrán unos días de vida y, aunque el primitivo bando haya podido sufrir posibles bajas, contará todavía con un buen número de componentes.
LOS PRIMEROS DESCUBRIMIENTOS DE LOS PERDIGONES
A estas alturas les habrán crecido las plumas de las alas y algunas timoneras, así que podrán dar frecuentes vuelecillos y perseguirán a los saltamontes con más posibilidades de atraparlos que en los primeros momentos de su existencia.
Seguirán dándose frecuentes baños de tierra con los que desparasitarse y acicalar su nuevo plumaje. Y también habrán descubierto, guiados por “mamá perdiz”, aguaderos y charcas donde mitigar su cotidiana sed.
Para los amantes del campo es entrañable observar a la pollada en sus continuos trasiegos por su hábitat. Comprobarán la ágiles carrerillas de los perdigoncillos persiguiendo al que lleva la presa atrapada en el pico, e igualmente es alentador verlos caminar unas veces casi mimetizados con el entorno, ante el posible y temido ataque de algún depredador, y otras erguidos y arrogantes como disciplinada tropa que se desplaza siguiendo unas pautas preestablecidas.
Tiempo atrás eran asediados por algunos desaprensivos que pretendían comerciar con sus capturas. Hoy esto está seriamente penalizado y los cazadores del reclamo, cada vez más comprometidos con lo legalmente establecido, deben huir de estas compras, ya que únicamente producen daño y bajas para nuestra admirada patirroja.
LA IMPORTANCIA DEL INSTINTO SALVAJE
Cuando antaño se conseguían pájaros criados de pequeños sin su madre, productos de un primitivo secuestro, eran casi todos inservibles como reclamos, ya que, al estar prematuramente alejados de los adultos, no habían adquirido todo el instinto salvaje y las enseñanzas propias que atesora una perdiz que alcanza el total desarrollo en compañía de sus progenitores.
Los huevos expoliados de perdices eran también incubados por gallinas que criaban a los perdigones como si fueran sus polluelos. Hay algunas anécdotas curiosas sobre este tipo de reclamos, algunos de ellos llamados “gallinos”, pues al ser una gallina la encargada de cuidarlos y protegerlos durante su desarrollo, solían sentirse estos perdigoncillos más estimulados por el cacareo y canto de dichas aves que por el reclamo, piñoneo y el dar de pié de las perdices camperas.