Esta frase de Indio Solari, cantautor argentino, podría servir como epitafio de cualquiera de las veintidós especies de aves, nueve de mamíferos y dos de reptiles, de las que son responsables los gatos asilvestrados, el 14 % de todas las extinciones de vertebrados registradas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), eso sin contar las aniquiladas por los morrongos en tierras continentales, ya que el estudio solo se refiere a las especies isleñas.
En otro impactante trabajo publicado por Nature Communications, uno de sus autores, Pete Marra, del Smithsonian Conservation Biology Institute, expone el devastador impacto de estos felinos sobre el resto de la vida animal en Estados Unidos.
En él se concluye que los gatos son la principal amenaza para la vida silvestre y se afirma que son responsables de la muerte de entre 1.400 y 3.700 millones de aves y entre 6.900 y 20.700 millones de pequeños mamíferos cada año solo en ese país.
Y las cifras son correctas, las hemos repasado incrédulos varias veces. Calculan que entre 23 y 46 pájaros y entre 129 y 338 pequeños mamíferos, como ratones, gazapos o ardillas, mata un gato cada año, y lo que más ha alarmado es el significativo impacto de los gatos domésticos con sus correrías. Afirman también que son al menos 33 las especies con las que han acabado en total en todo el mundo.
Desde hace ya varias décadas, científicos y autoridades de todo el planeta han emprendido una lucha sin cuartel, con todos los medios a su alcance, incluyendo el veneno, para acabar con las siete vidas de estos felinos.
En algunas zonas han conseguido llevarse el gato al agua y la medida ha dado su fruto.
En una investigación liderada por la bióloga estadounidense Holly Jones, de la Universidad del Norte de Illinois, publicada en la revista científica PNAS, se constató que su desaparición benefició a 236 especies animales nativas de 181 islas y muchas vieron rebajado su riesgo de extinción en la Lista Roja de especies amenazadas de la UICN, como la pardela culinegra, un ave que cría en un puñado de islas del océano, o el rabihorcado de Ascensión, que estaba en peligro crítico de extinción y recolonizó su territorio.
Para hacerse una idea del potencial peligro de un gato suelto, esta reconocida científica recordaba el caso de la gata del farero de la isla de Stephens, en Nueva Zelanda, que se escapó preñada y su prole acabó en unos pocos meses con todos los individuos del chochín de Stephens, un ave endémica de la isla.
Y es que en Oceanía el problema es aún mayor que en otros continentes, debido a que es el único, sin contar la Antártida, donde la vida animal evolucionó sin gatos o felinos similares, hasta que en 1.804 llegaron los mininos.
La profesora Sarah Legge, de la Universidad de Queensland, junto con expertos de otras universidades australianas han estudiado este fenómeno y han constatado que los gatos asilvestrados ocupan actualmente el 99,8 de la superficie de Australia, incluyendo casi el 80 de la de sus islas.
Según el ministro del Medio Ambiente Greg Hunt, en 2015 habitaban 30 millones de estos felinos que han llevado a la extinción a 27 especies de mamíferos en la tierra de los canguros, mientras que otras 120 se encontrarían en peligro de desaparecer.
En España son muchos los que advierten del peligro. La propia SEO/BirdLife mantiene que los gatos asilvestrados son una de las peores amenazas para la avifauna y la presencia de gatos en libertad no es compatible con la conservación de algunas especies.
También Manuel Nogales, del Grupo de Ecología y Evolución en Islas del CSIC, afirma que los gatos asilvestrados son
«una de las especies invasoras más perniciosas para las comunidades de vertebrados en islas»
y se lamenta de que
«en España, y en general en Europa, a las autoridades les cuesta organizar campañas de erradicación de gatos».
A esto hay que añadir que los gatos asilvestrados transmiten enfermedades a los domésticos y a través de ellos a sus dueños, como el parásito Toxoplasma gondii, que puede causar problemas neurológicos, reproductivos y respiratorios incluso en los humanos; o la rabia donde no esté erradicada y el virus de la inmunodeficiencia felina, la fiebre por arañazo de gato o la leucemia felina, algunas de ellas también mortales para otros parientes cercanos como el gato montés o el lince.
Y mientras, aquí nos dan gato por liebre, unas leyes de bienestar animal que instruyen cuidadores-alimentadores de gatos vagabundos y colonias gatunas urbanas amparadas por comunidades y ayuntamientos.
No cabe duda de que a la conservación se le ha cruzado por delante un gato muy negro.
Pablo Capote