Uno tiene que investigar en los diccionarios en español para encontrar el significado que le damos en el mundo de la caza a la voz ‘embarque’. Y pasas del diccionario de la Real Academia al de María Moliner, amén de otras publicaciones, hasta que descubres la acepción que se da en América como ‘engaño’.
Antes de esto hemos desechado embarques de mercancías y personas en diferentes medios de locomoción, conocimientos de embarque y las frecuentes tarjetas aéreas, y puertas en los aeropuertos. Cosas del lenguaje cinegético; supongo que algún criollo americano hace muchos años, ante el embolado sufrido en una cacería ibérica, en la que quedó como boludo, lo clasificó como embarque, con tan notable éxito, que la difícil y sutil acepción de embarque es palabra común en la caza. Todos los años en septiembre es como una emigración, pero al revés, es decir, una inmigración.
Me llegan noticias de descalabros en viajes de caza fuera de nuestras fronteras. Son flor de otoño, como la melancolía y la caída de la hoja; para algunos ha sido como la caída del guindo, pero más fuerte pues les ha afectado a su ilusión, a su afición, a su tiempo, a su cartera, y a su prestigio; encima a miles de kilómetros de su dulce hogar. Esta cercanía al hogar es lo que perdonamos en cada temporada, por el inevitable embarque montero que sufrimos, casi sin excepción, en nuestras sufridas costillas.
El embarque internacional es muy vergonzoso, pues como dijo Don Mendo «significa que mal tasas». En España las ofertas por distintos medios para hacer un safari en Sudáfrica (la modalidad de caza más común fuera de España, y de paso la caza mayor más económica del mundo) superarán el centenar; en origen superarán el millar, no he tenido paciencia para hacer un recuento exacto. (Como puro dato estadístico, y sin venir a cuento, solo en la provincia canadiense de Quebec están registrados 384 proveedores de caza.)
Pues lo dicho, de las muchas ofertas para Sudáfrica de nuestra piel de toro, algunas llevan la tarjeta de embarque al desastre incluida. Y no es que te la den con queso manchego en destino, es que el avispado embarcador carpetovetónico afirma que se cazará en abierto en miles de hectáreas a la huella, o que el desierto está lleno de facocheros, o que podrá traerse un leopardo cuando su caza en 2016 está prohibida, o cualquier cosa que desee oír el incauto que ha caído en su ponzoñosa red.
Cuando la realidad es que la finca será muy reducida, se hartará de coche, los facocheros solo los comprará en la duty free del aeropuerto, y la mitad de las especies prometidas están sí en Sudáfrica pero a miles de kilómetros de donde se ubicó. A veces la salida del propietario de Safaris Timos y Timazos es afirmar compungido, en un inútil intento de sobrevivir, que el engañado ha sido él; «échale la culpa de lo que pasa», casi dice una canción. A veces, rizando el rizo, tiene la osadía de decir que el safari lo había organizado otra compañía de gran renombre, y esta compañía había confundido a Tim Timazo (la noche le confunde). ¡ Un disparate casi esquizofrénico!
Puse hace más de veinticinco años a unas reservas de caza públicas de Sudáfrica el nombre de la Joya de la Corona; envié, hasta que se convirtieron en parque nacional, a miles de cazadores españoles, y fue para todos la mejor zona de caza de antílopes del mundo. Pues más de uno vendió a incautos cazadores safaris en falsas la ‘Joya de la Corona’ como si fuera una denominación de origen; más de uno llegó a ponerse en contacto conmigo extrañados de su fracaso en mi cacareada ‘Joya’ , y qué disgustos se llevaban cuando se enteraban que, engañados, habían estado a cientos de kilómetros del paraíso. Todos al final se acaban cayendo del pretencioso caballo, del burro indolente o del poni trotón. Es la consecuencia natural del embarque exportado fuera de nuestras fronteras.
José García Escorial
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