Relato de una jornada montera en abierto con espectacular jabalí entre amigos

Tranquila está la noche del sábado 18 de diciembre. En casa, sentado en mi sillón, me encuentro viendo en el televisor programas de cacerías cuando cerca de las 23 horas el sonido del teléfono desvía mi atención. Es la voz de mi amigo Lolo quien me pregunta qué voy a hacer el próximo día. Al estar mi mujer e hija de visita turística por Roma, le respondo que no tengo nada previsto para el domingo. Acto seguido me lanza que si le quiero acompañar a una montería. ¿Dónde es? En la finca “El Carrascalejo” en Santa Marta de Magasca. ¿Que si conozco esa zona? Lo conozco bien y a Manuel, el guarda, mucho más aún.

En el bar “Las Palmeras” de Villanueva quedamos en tomar café y desde allí nos encaminamos hacia Trujillo en cuya entrada paramos en una panadería a comprar pan y algún dulce de esta época navideña, por cierto, muy ricos. Desde la cuna de Pizarro seguimos camino hasta la finca donde al llegar estaban ya preparando el desayuno: ricas migas extremeñas con sus correspondientes huevos y choricillos fritos.

No tardó en aparecer Manuel, el guarda, a quien tiempo hacía que no veía. Saludos y presentaciones de cortesía para fundirnos en un afectuoso abrazo con la mascarilla de por medio por eso del dichoso coronavirus. Juntos tomamos nuestro segundo café del día y como el sorteo ya se había realizado, nos asignaron el puesto nº 4 del cierre del río hasta el que nuestro pastor nos llevó.

Era un bonito lugar con la hierba propia de las precipitacioness recientes y una vegetación formada por bastantes chaparreras de no mucha altura y escobas y retamas que daban vista a todo el cauce del río Magasca, pobre en caudal en espera de más abundantes lluvias que aquella meseta trujillano-cacereña. Un buen puesto de testero al que llegamos cuando faltaban escasos minutos para las 11 de la mañana, hora de comienzo de la montería.

Y escasa fue la espera pues poco tardamos en oír los disparos a nuestra derecha. Era en el puesto siguiente y por el testero de enfrente se mete un guarro entre unas escobas por las que que escapa y desaparece. A mi lado, Lolo no hacía más que relatar y enredar con el móvil, ante lo cual le advierto en broma que se lo voy a tener que tirar al río. Que esté atento que las piezas se presentan  sin avisar.

Algo llama mi atención, pues frente nosotros, río de por medio, aparece una enorme guarra seguida de dos marranchos de unos 40 Kg. Se encara Lolo el rifle Remington calibre 7mm-08 y dispara quedándose corto en el tiro. Va a efectuar un segundo disparo cuando veo a unos 60 metros que viene por la misma senda un enorme guarro. Le empiezo a decir: “La guarra no, la guarra no”, repetidas veces. “El de atrás, el de atrás”. Lolo, que no lo ha visto, me responde: “¿Dónde, dónde, dónde…?”, hasta que lo ve. Un certero disparo sobre el macareno al que acertará en la base del cuello cuando pasaba entre unas escobas.

Al no verlo salir me pregunta: ¿Lo he matado, lo he matado? Le contesto que sí, que no ha salido de las escobas, que lo he visto claro y que el animal seguro que está sin vida frente a nosotros en la otra ribera del río, entre las escobas y retamas, motivo que nos impide su visión.

Siguió animada la mañana, pues el sonido de los disparos así lo testificaba, mientras nosotros vivíamos con la incertidumbre de cómo sería la pieza que esperaba inerte la culminación de la montería para verla y ser cobrada. Me contaba que se conformaba con que tuviera por fuera 4 o 5 cm, que para él sería ya todo un éxito. Como era de rigor le dije que si fuera así se tenía que invitar a una comida, lo cual poco tardó en darlo por hecho.

Y llegó el momento. Terminada la jornada de caza, cruzamos ambos las limpias aguas del río Magasca y nos aproximamos al lugar. Yo lo vi primero y cual no fue mi asombro al ver un pedazo de animal enorme. ¡Qué navajas y qué amoladeras!¿Qué belleza de animal que hasta ese día había burlado monterías y aguardos, que había escapado a todos ellos para para alcanzar hechuras de gran animal. El asombro dejó paso a la alegría y a la euforia del momento con los abrazos y  las felicitaciones de los integrantes de la armada del río. Entre todos le calculábamos que tendría entre 10 y 12 años de vida.

Hubo de cruzar el pastor con un mulero – personal contratado para sacar las piezas del monte cuando estas caen en lugares poco accesibles-  pues hacerlo a mano era empresa imposible. De esta guisa emprendimos el camino de vuelta con la amplia sonrisa que se dibujaba en nuestras caras. Al llegar, con el guarro a lomos del mulo, la admiración dejó paso a las felicitaciones y fotografías con tan bello animal que después de tantos lances en su vida salvaje había caído esa mañana de otoño en “El Carrascalejo”. También él nos había hecho vivir a nosotros una experiencia inolvidable, nos parecía que la lotería ya se había adelantado y nos había premiado este año.

El asombro se convirtió en admiración al llegar a la junta de carne. La alegría general de todos los asistentes a la montería  se reflejaba en cada rostro. Se había convertido la jornada en una mañana para no olvidar con los numerosos trofeos y con un ejemplar que cualquiera de los monteros hubiera deseado darlo muerte. Aquel día su camino le llevó hasta nosotros y de allí no pudo escapar.

Terminada la jornada, con un  deliciosos cocido y postres ofrecido por el gestor de Monteros del Salor, rematamos la tarde tomando un buen cubata con mi gran amigo Manuel, el guarda de la finca a quien todos conocemos por su conocido apodo de El jabalí hasta que el veterinario procedió al reconocimiento del animal, puso el precinto y guía para traernos tan hermosa pieza hasta tierras de la Serena.

Aquí se mostrará previo trabajo del taxidermista, en todo su esplendor mostrándolo de pecho para ser admirado en la pared del salón de trofeos de su cazador, el cual recordará toda su vida la experiencia vivida pues un guarro de esa categoría, de esa talla y que pocas veces el destino te permite  cruzarte en su camino  para tener la fortuna de abatirlo.

En memoria de mi gran amigo Alfredo Martín, Tío Luna, que habrá vivido este lance desde arriba. Va por ti, amigo Alfredo.

Pedro Pérez Gallardo

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