Nos está tocando vivir tiempos en los que se pretende imponer el absurdo ante la lógica. Ni lo fehaciente cuenta ni el sentido común puede ni lo constatable importa. Es solo la intención interesada la que alcanza la condición de “relevante”, solo la ambición descontrolada la que opta al “premio”, solo la demagogia de poco calibre, el cretinismo subliminal y la estupidez, congénita o adquirida, la que cuenta con posibilidad de “triunfo”; circunstancias, todas, que no pueden conducir a ningún otro lugar que no sea al más absoluto desastre.
Las mentes, a menudo diminutas, de gran parte de la ciudadanía; la incultura, enraizada con fuerza, en los usos y costumbres de las gentes; la obsesión, rayana en lo paranoico, por un consumo exacerbado, manipulado y dirigido; la ausencia, casi absoluta, de criterio propio, ese modo de carácter que lleva a estudiar, comparar y confrontar la información que nos llega antes de postrarse ante ella y rendirle obcecada pleitesía. Todo se constituye en un conglomerado de supina idiotez que hace maleables a las masas y procura incautos a las causas populistas.
Estoy convencido que entre las hordas de ecópatas y animalistas irredentos podríamos contar con bastantes cabezas pensantes conscientes, y sabedoras, de la irreemplazable trascendencia de la caza. Solo los fanáticos, con gran número de sus neuronas entumecidas; los iletrados, embrutecidos por las huecas proclamas de los cabecillas a los que siguen como las ratas de Hamelín al flautista; o los pusilánimes, carentes de criterio y ansiosos por dejarse mecer al son de las olas con más espuma… Solo –es un decir– estas tres subespecies del género Homo –porque de sapiens, nada tienen– se muestran como irrecuperables para la justa causa de la defensa del medio ambiente, la sostenibilidad del equilibrio ecológico y la diversidad de la fauna salvaje y la flora. Entre los demás, tengo la débil esperanza, aunque esperanza al fin, de que antes o después comiencen a surgir voces, opiniones y hechos, discrepantes con las aberraciones que llenan los bolsillos de los falsos gurús, verdosos por fuera y verde dólar por dentro.
Nosotros, los cazadores, no somos el enemigo; lo he repetido hasta la saciedad; nosotros somos la solución. Si, en verdad, en el ecofascismo y el animalismo embrutecido hay voluntad clara de salvar lo que tenemos y mejorar lo que nos queda, solo pido que piensen en cómo hacerlo, sin prejuicios, sin etiquetas, sin seguir, como borregos, consignas populeras que únicamente sirven a los intereses de quien las inventa. Ejercitar la mente para afianzar criterios propios es uno de las condicionantes que definen a las personas que por tales se tienen, como lo es escuchar, dialogar y asumir evidencias, aunque estas no corroboren lo que creíamos cierto.
No más incongruencias absurdas: solo perjudican lo que pretendemos salvar.
Alberto Núñez de Seoane