Allá por 2006 me alquilé en Huelva una finquita llena de naranjos, con una casa preciosa y una piscina enana, para pasar un verano al fresco. Estuve casi un mes en Cartaya, contento y relajado, leyendo sin parar, visitando los pinares para ver azores y recorriendo las zonas húmedas prismáticos en ristre para poder observar fochas, garzas, espátulas y canasteras. Ni un solo día de playa: felicidad total.
Algunas mañanas me levantaba temprano para recorrer el naranjal e intentar descubrir la fauna que vivía por allí. Muy a mi pesar, la escasísima cosecha que obtuve en varios días fue de apenas un par de mirlos y una liebre despistada, y un número bastante elevado de ratas, la mayoría de ellas con cara de pocos amigos.
Pregunté a mis vecinos cercanos por la apabullante soledad faunística de los naranjos y todos me contestaron lo mismo: muchos pesticidas y pocos lugares donde refugiarse.
De vuelta por Andalucía, leo en un periódico local que la Junta acaba de conceder un premio al mérito medioambiental a una empresa llamada Hiberhanse, que se dedica a exportar cítricos a medio mundo. El fundador de la empresa, Luis Bolaños, tuvo probablemente la misma sensación que yo al pasear por sus cultivos y decidió crear un protocolo denominado ‘Agricultura bioinclusiva’. Luis escogió las hectáreas menos productivas y las transformó en escondrijos para la fauna. Plantó cereal. Limpió los riachuelos. Y, así, donde hace un lustro no había nada, puedes observar ahora a una familia de nutrias peleándose por un cangrejo. Y otras muchas especies más.
Luis no sólo ha conseguido que en sus naranjales se encuentren animales que antes eran imposibles de ver. Además, ha reducido el consumo de agua un 25 %, el consumo de electricidad un 20 % y un 70 % los pesticidas tóxicos. Me dicen los aguiluchos laguneros de la zona que están realmente contentos con el trabajo de este señor.
Tenemos que comer, para lo que debemos plantar y recolectar. Así ha sido durante miles de años. Y así será. La agricultura moderna ha traído muchas ventajas, pero también importantes daños colaterales: insectos y aves han pagado un gran peaje. Muchas zonas se quedan sin vida para que los humanos podamos tener una ensalada en la mesa a las dos de la tarde. Me encantaría ver campos de trigo rebosantes de sisones, avutardas y alcaravanes. Creo que a todos. Pero no siempre es posible. Y luego los radicales echan la culpa a los cazadores, como si estos no sufrieran al ver los barbechos sin conejos y sin perdices.
Luis Bolaños nos hace ver que otra agricultura es posible. Cuidando a la fauna. Protegiendo a la flora. Ojalá le den muchos premios más y su ejemplo cunda en otros lugares de España.
Fernando Feás Costilla.