Parece ser que nunca fueron abundantes, o al menos eran difíciles de ver, pero, hasta mediado el siglo XX, los linces estaban presentes en prácticamente todos los montes de caza mayor de la mitad sur peninsular, especialmente en aquellos donde abundaban los conejos.
Después vino el descenso generalizado de su población, la desaparición del gato de muchos de los terrenos donde eran habituales, y su censo alcanzó un nivel crítico a finales de siglo. ¿Fue la mixomatosis, el veneno, la persecución directa por su catalogación como animal dañino, o fue una combinación de todos estos factores, añadidos a cambios y destrucción de sus hábitats? Lo cierto es que hasta hace pocos años había un pesimismo generalizado acerca de la pervivencia de la especie.
Desde muy pequeño yo había añorado ver el felino en libertad –lo había visto en el zoo y había admirado las fotos de amigos y familiares, retratados junto a alguno cobrado en una montería. Siempre había oído que era muy escurridizo. Pero llegó aquel día de mi adolescencia en Doñana, cuando uno cruzó el carril al galope por delante del Land Rover y fue a meterse en una zarza en el borde mismo de la marisma.
Por entonces aquellas praderas de la Vera hervían de conejos. Rodeamos la mata y lo obligamos a salir con el mismo galope hasta volver a perderse en el jaguarzal. Desde entonces he tenido el privilegio de toparme con él de vez en cuando y de presenciar episodios varios protagonizados por este animal.
Uno de ellos tuvo lugar cuando una pareja, en la época del celo, se echó al agua para intentar capturar unos patos que habían entrado en una nasa, colocada cerca de la orilla de la marisma para capturar y anillar anátidas invernantes. Quedaron encerrados en el engaño y fueron llevados a unas jaulas en el Palacio de Doñana.
Yo los alimentaba cuando pasaba allí temporadas, a base de cazar conejos que distribuía entre estos y otros animales cautivos. He oído historias de su afición por los perros y gatos domésticos, y conozco la desaparición de los últimos a manos de su hermano mayor, el ataque a gallineros y la mutilación de pequeños perros de las casas de los guardas.
También historias de gatos clavo que saltaron el porche de alguna casa para apresar y llevarse los patos mascota de la familia que vivía allí. Mi amiga Sue Orr tenía mucho interés en verlo y un día, volviendo a casa tras una larga cabalgada por la marisma y los cotos, saltó uno de los mismos pies de su caballo, cuando andábamos por Aguas Rubias. Sue gritó de alegría y poco después de aquel descubrimiento me regaló un pequeño lince de bronce.
Los viejos guardas contaban que el gato era muy apreciado en la culinaria local y proporcionaba un exquisito guiso de carne blanca (!).
Luego he presenciado el acoso a que fueron sometidos, por parte de los científicos, los pocos que quedaban cuando se disparó la alarma de su desaparición. Los capturaban y los marcaban con un collar portador de radio emisor. Se volvían mansos tras la manipulación, y conocí algunos que entraban todos los días en la trampa intentando comerse el cebo.
Después vinieron los proyectos de cría en cautividad con millonarios presupuestos dotados por la UE.
Ahora me place constatar que el lince está de vuelta en algunos terrenos que reúnen las condiciones ideales requeridas por el felino. Y estos terrenos son fincas privadas dedicadas a la caza, donde abundan las presas apetecidas por él: conejos, perdices, patos, cérvidos, etc.
En la visita a una de estas propiedades allá en la Sierra de Andújar, durante la última berrea, pude comprobar el retorno de la especie. La primera noche, fareando, observamos a corta distancia a una hembra con su cría crecida, que no mostraba la más mínima señal de alarma por nuestra presencia.
Al día siguiente, y desde un apostadero, volvimos a ver a esta pareja campeando a media mañana; y en el tercer día ya vimos, también a media mañana, un gran macho caminando a lo largo de un carril de la sierra. En los mismos terrenos crían el águila imperial, la real y un buen número de buitres negros.
El secreto de contar con todas estas especies no es otro que la abundante caza presente. Su propietario ha invertido en aclarar el monte, crear praderas naturales, reforestar allí donde era conveniente, fomentar puntos de agua, y un sinnúmero de actuaciones que, aparte de beneficiar a las especies cazables, están generando una rica biodiversidad. Es justo esto lo que deberían hacer las Administraciones públicas en los espacios protegidos manejados por ellas.
Las noticias con citas de lince son ahora frecuentes. En estas páginas Juan Delibes ha publicado una fotografía de uno de ellos junto a un cazador, intentando cobrar por su cuenta la paloma que este acababa de derribar. Otra foto, circulada en las redes sociales, nos muestra un lince caminando entre los toros bravos de una conocida ganadería.
Está claro que si la gestión de estos terrenos privados sigue adelante, aunque sea para favorecer a las especies cinegéticas, la expansión del lince irá por buen camino.
Ahí queda un atisbo de esperanza que debemos a la labor de conservación que realiza el denostado gremio cazador.
Javier Hidalgo