La caza es un instinto atávico impreso en la naturaleza del hombre, y cuando digo hombre lo hago sin utilizar el lenguaje inclusivo que está tan de moda, porque me parece muy equívoco y porque en lugar de igualarnos al desaparecer de la palabra hombre nos desgaja de ella y nos excluye. Como mujer, perteneciente a una familia donde hemos sido iguales desde generaciones, me repele esa exclusión que hace el actual feminismo progre.
Pues bien, manifestada esta premisa por la que podría ser perfectamente quemada en el aquelarre de la hoguera de la corrección política, diré que ese instinto predador impreso en la naturaleza humana, lo está, como no podía ser de otra manera en la de la mujer.
La madre naturaleza es el espejo donde nos tenemos que mirar y en ella vemos a las hembras cazadoras, muchas veces más que a los machos, que esperan sesteando bajo un espino a que su harén de leonas le aporten su ración diaria de proteínas.
Las rapaces hembras están dotadas de mayor envergadura no sólo para la cría sino también para facilitarles la captura de las presas y no tener que depender en exclusiva de la habilidad del macho para cuidar a su prole.
Pero lo normal en la naturaleza es que la caza se realice por machos y hembras, en solitario o la mayoría de las veces en equipo.
En múltiples documentos gráficos vemos cómo la manada, a menudo liderada por la hembra más vieja, caza en equipo y proveen de alimento al clan.
Esa sensiblería hacia la hembra, esa ficticia protección aparece en la literatura, en el cine en el arte… Todos ellos, obra de la inteligencia humana y no de la madre Naturaleza. A todos nos impactó la muerte de la madre de Bambi por el malvado cazador y nos llenó de satisfacción la lucha de Bambi contra la terrible jauría para salvar de sus fauces a su novia, la dulce Falina.
Los que nos movemos por el campo sabemos bien que muchas veces es la cierva vieja y ensillada en el lomo quien salva al macho grande de la emboscada montuna y que sólo los gabatos que aprenden de una hembra astuta el arte de vivir en la sierra llegan a venados palmeros.
Una investigación del equipo del Museo de la Evolución Humana de Burgos recoge que existen mujeres cazadoras desde la prehistoria. La muestra ‘Evolución en clave de género’, que se pudo ver en la Universidad de Zaragoza (año 2018), cuestiona la interpretación convencional de la evolución humana que relega a la mujer a un papel secundario
¿Qué evidencias científicas hay de que la mujer no se dedicara a la caza durante el Pleistoceno? ¿O no elaborara las primeras herramientas de piedra al igual que el hombre? La respuesta a estas preguntas se encuentra en este estudio que os menciono y que cuestiona la interpretación convencional que se ha hecho sobre la evolución humana y que ha relegado, como acabo de decir, a la mujer a un papel secundario.
Tradicionalmente la fabricación de las primeras herramientas de piedra en la Prehistoria se atribuye sólo a los hombres. No sólo su elaboración, también su diseño y su uso y, en general, toda la producción tecnológica. Pero no hay una evidencia científica de que esto fuera realmente así, solo es una interpretación normalmente llevada a cabo por la arqueología en la que siempre han destacado por su número los arqueólogos hombres, habiendo un número muy insignificante de mujeres que se dedicaran a esta ciencia.
La habilidad para la fabricación de utensilios o armas no depende de que el artesano sea hombre o mujer. La necesidad de subsistencia y defensa del clan, por lógica, hacía que las armas las fabricara el mejor, y no me cabe la menor duda de que entre ellos siempre habría una mujer habilidosa y, sobre todo, una mujer detallista que con sus dedos más finos, por su naturaleza, llegara a donde las manos toscas de un hombre no llegaba. Siempre habría una mujer donde la paciencia exigiera un pulido o un detalle especial.
En un viaje que realizamos el Real Club de Monteros a los Yacimientos Atapuerca y al MEH nos dejaron muy claro los arqueólogos e investigadores que la supervivencia del clan concernía a TODOS, y cuando las expediciones de caza salían en busca de los grandes mamíferos, independientemente de la creencia generalizada de que en el grupo de caza siempre iba alguna mujer bien dotada para el pisteo o para el lanzamiento del venablo, en el campamento quedaban las mujeres al cuidado del hogar, de los niños y ancianos… La vida seguía. Eran ellas, LAS MUJERES, quienes proveían de carne al clan en ese tiempo de espera aportando roedores, aves y en muchos casos pequeños cérvidos.
Incluso en esa caza documentada a través de vestigios científicos, que consistía en la caza de la manada de animales al ojeo en dirección a La Torca, las mujeres tenían un papel muy importante porque no me cabe la menor duda que el vocerío más agudo y el que antes llegaba a los oídos de las piezas seguro que era el de las mujeres. Por tanto, la caza siempre ha estado asociada al HOMBRE, incluyendo en el concepto, como no puede ser de otra manera, a la mujer que parece que sólo pertenece a la especie si es de determinada ideología.
Las mujeres siempre hemos estado presentes en el mundo cinegético de manera activa, como cazadoras, cocineras, batidoras, criando perros o perdigones para los cazadores de casa, pero sobre todo hemos estado presentes como educadoras, transmitiendo a nuestros hijos el amor por la caza, por el campo, por los animales y enseñándoles que cazar no es matar como reza el logo del Real Club de Monteros al que tengo el honor de representar.
Carmen Basarán Conde
Presidenta del Real Club de Monteros
Publicado en el Blog de Mutuasport