La caza social de Patricio Simó

Desde hace muchos años tengo los terrenos de la finca, cerca de 80 hectáreas, cedidos al coto social de Fontanars dels Alforins para su caza. En su momento, me propusieron cederlos para un coto privado que se constituyó en la zona, pero me negué.

 

Siempre he considerado la caza como una actividad social y participativa. Los cotos privados se rigen por otros criterios, más orientados a la rentabilidad económica.

Los cotos sociales no atraviesan su mejor momento debido a diversos factores. Uno de ellos es la falta de relevo generacional: no hay jóvenes que continúen con la tradición familiar. Además, la caza no está bien vista por una parte importante de la sociedad, que desconoce su relevancia, no solo como motor económico de muchas poblaciones rurales que viven de ella, sino también porque la caza social es una de las soluciones a la despoblación del mundo rural. La España vaciada, de la que tanto se habla, requiere soluciones, y una de ellas es la caza.

La caza social se define como “aquella modalidad de aprovechamiento cinegético en la que se prioriza el acceso de los ciudadanos, especialmente de aquellos sin grandes recursos económicos, a terrenos de caza, a través de las sociedades de cazadores y cotos municipales o sociales”. En este sentido, los cotos sociales cumplen una importante función: favorecer la práctica de la caza en igualdad de condiciones, de modo que la situación económica no sea un obstáculo.

Fue la Ley de Caza de 1970, en su artículo 18 —que entró en vigor un año después—, la que introdujo la figura del coto deportivo o coto social como alternativa a la concentración de la actividad cinegética en grandes fincas privadas. Hasta entonces, la caza se había considerado un privilegio reservado a las élites económicas. Cosa de reyes y marqueses. Por suerte, esa idea forma parte del pasado.

Gestionar un coto de caza conlleva mucho trabajo. La presencia de fauna cinegética en los acotados depende de una buena gestión. Los cotos sociales se financian únicamente con las aportaciones de sus socios, que son cada vez menos, en parte porque también hay cada vez menos caza.

Los cazadores participan activamente en la gestión del medio natural de múltiples formas: arreglando caminos, colocando bebederos y comederos, y controlando la proliferación de especies cuya población ha crecido exponencialmente, como es el caso del jabalí.

La caza ayuda a paliar los daños económicos que la fauna salvaje ocasiona a los agricultores, con pérdidas que muchas veces alcanzan cifras millonarias. Además, en los últimos tiempos, se ha convertido en un factor clave para reducir riesgos para los conductores, ya que los animales salvajes son responsables de numerosos accidentes de tráfico.

Texto y fotos: Patricio Simó