Granja de liebres – Entrevista a Leocadio Galán

La idea inicial de poner en funcionamiento una granja de liebres en Alsasua, parte de D. José Manuel Goikoetxea (e.p.d.), veterinario, alcalde de esa localidad y viceconsejero vasco de Agricultura. Éste conocía a Leocadio Galán.

Goikoetxea, en palabras de Leocadio —quien aparece en la foto de portada de este artículo—, fue un visionario, estuvo en Francia y vio granjas de liebres para repoblar. Por su parte, Leocadio había trabajado dos años en una granja de cunicultura en Agurain, así que algo sabía de conejos.

Los científicos —prosigue Leocadio— constataron que la liebre francesa no era adecuada para repoblar esta zona, ya que le costaba adaptarse. Pesan seis kilos, casi el doble que las nuestras, paren hasta catorce lebratos y los franceses las importaron en su día de Rumanía y Polonia; además, nuestra idea era conservar las líneas genéticas locales. De no ser así, con seguridad, la administración vasca hubiese puesto trabas.

Leocadio —de la mano de su amigo Goikoetxea y ambos amparados por el gobierno vasco— contó con la ayuda de un taller de inserción laboral para jóvenes y en 1993 la primera tarea consistió en dar cuerpo a un lecho de hormigón en la finca Larrasal, una parcela de 8.000 metros cuadrados cedida por el ayuntamiento, sita a las afueras de Alsasua. Sobre este basamento firme, aislado de la humedad, se instalaron jaulones de reproducción empleando en su montaje la madera reciclada procedente de palés, de ahí el nombre de “granja artesanal”.

A día de hoy, Leocadio está al cargo de esta granja. Su buen hacer en la cría de liebres, como el trato que dispensa a quienes se interesan por su trabajo —como ha sido mi caso— y su red de contactos, personas relevantes en el mundo de la cinegética, ciencia y medios de comunicación, con que se adorna, lo convierten en un referente no sólo en España, sino incluso más allá de nuestras fronteras.

Leocadio repasa los jaulones de reproducción

La labor de cría de liebres que se lleva a cabo en la finca se enmarca dentro del proyecto de Conservación de la liebre europea en la Comunidad Autónoma del País Vasco.

A día de hoy, mediante la reintroducción y recolonización de la liebre europea (Lepus europaeus) se está consiguiendo el restablecimiento de sus poblaciones autóctonas en el País Vasco, Cantabria, Asturias y Navarra, comunidades en las que llegó a estar en franca recesión y en el caso de Guipúzcoa en vías de extinción. En la granja, nacen unos 450 lebratos cada año. Son liebres cantábricas, con un perfil genético acreditado por Fernando Palacios Arribas, científico del CSIC.

Leocadio Galán, persona de la que hablaremos en los párrafos que siguen, cuenta con más de treinta años de experiencia en la cría y suelta de liebres para repoblación, siendo a día de hoy un referente tanto nacional como internacional en este tema que, dado el declive de las poblaciones de liebres en la Península Ibérica, precisa contar con personas responsables, expertas y, a ser posible, amantes de este prodigioso animal silvestre, como es el caso de la personalidad que hoy traemos a estas páginas.

Pero demos paso a las palabras de Leocadio, que sin duda resultarán de sumo interés para quienes, como es nuestro caso, estamos afanados en salvar a la liebre con fundamento, sensatez, cumpliendo los requisitos legales de protección de la fauna silvestre y de manera ecológica, esto es, respetando dicha especie y el ecosistema en que vive.

Si bien la granja desde sus comienzos estuvo muchos años dedicada a la cría de liebres europeas, la especie silvestre común en zonas del País Vasco y Navarra, entre otras más del norte de España, a día de hoy también cría liebre ibérica, especie propia del centro y sur de la Península Ibérica.

Capturamos las liebres con una escopeta-red —así inicia Leocadio su ponencia—, un artilugio prestado por el CSIC para este proyecto, ya que es material de trabajo de campo de dicho organismo científico. Se trata de una escopeta con cuatro brazos que lanza una malla recogida en una cesta de plástico, red que al desplegarse en el aire ocupa algo más de un metro cuadrado de superficie y alcanza una distancia de hasta quince metros. Con la ayuda de los guardas de cada coto, de noche, empleando un foco, damos caza a ejemplares que permanecen en su cama o bien quedan inmóviles sobre el terreno creyendo que no se las ve. Otras veces, se monta una línea de red de unos 150 m. La liebre se encama mirando al sur, es decir, coloca su trasero hacia el norte y lo hace en cunetas, esquinas de los rastrojos, entrante de una zona arbolada que linda con un prado… Estos animales siempre frecuentan los mismos lugares.

De cada ejemplar, una vez capturado en el monte, se toman muestras y se realiza un estudio genético, descartando para reproducción toda liebre que no sea autóctona, según su genética comprobada.

Cuando iniciamos el proyecto, estos análisis genéticos los realizaba la universidad de Alcalá de Henares (Madrid), pero a día de hoy es tarea del Departamento de Genética de la universidad pública del País Vasco.

Una vez comprobado que se trata de ejemplares autóctonos, desparasitados tanto exteriormente como en su interior, por parejas de madre productora y macho, pasan a un jaulón de reproducción de dimensiones 2 x 1 metros que se divide en dos zonas: una mitad superior en la que comparten un mismo recinto y otra inferior con huecos separados, para que cada animal tenga su propio espacio.

La edad de mayor fecundidad de la liebre hembra —prosigue Leocadio— va de los dos a los cuatro años, con un periodo de gestación de 38 a 42 días y una producción anual por hembra de unos ocho lebratos.

Desparasitación de un lebrato de liebre europea

A los veinte días de su nacimiento, los lebratos se destetan y desparasitan de coccidios —unos parásitos del intestino—, empleando para ello una jeringuilla, suministrando el medicamento por vía oral.

De cara a la repoblación, una vez los lebratos tienen entre tres y cinco meses de edad, cada uno se marca con un crotal que se coloca en su oreja. Se trata de una chapa doble galvanizada que lleva su número de identificación. De seguido, una vez en el cazadero a repoblar, los lebratos, conservando su cajón de transporte en el nuevo asentamiento, pasan a un cercón de unos 200 metros cuadrados que está rodeado de un “pastor eléctrico”, esto es, un cable unido a una batería, dispositivo que sirve para ahuyentar a todo depredador que toque la alambrada, recibiendo una descarga eléctrica que a buen seguro impedirá su entrada en el recinto. Al cabo de unos veinte días, se abren tres o cuatro portones de salida en el perímetro del cercado de cara, por una parte, a que las liebres puedan entrar y salir a su antojo, así como para dotar al vallado de varios pasos o puertas de escape en caso de entrar un depredador.

Dichos cercones, sitos en el monte, deben estar próximos a una zona de siembra o pasto. En caso de soltarse para repoblación, por ejemplo, veinte ejemplares, unos doce serán hembras y ocho machos. Dentro del recinto se instala una zona de comedero con avena, pienso y forraje.

Un problema de gran calado —aclara Leocadio—, que se remonta a unos treinta años, consiste en la importación, tanto por Francia como por Italia, de ejemplares de liebre procedente de Rumanía, país que contaba con excedentes de liebres y las ofrecían a bajo precio. Se trata de una variante de la liebre europea que viene hibridando con las liebres europeas propias de estos dos países.

Leocadio, en un tono de preocupación y en un gesto de sinceridad, que es de agradecer, expresa su “miedo” a lo que se pueda hacer en el centro y sur del territorio español, si cada vez más, como parece, proliferan granjas ilegales de liebres que venden animales por debajo de su coste al carecer cada ejemplar de control tanto genético como sanitario. Se trata, según sus palabras, de una industria floreciente y en expansión que incluso cuenta con el beneplácito de determinados cotos que emprenden una repoblación sin contar con documentación y permisos, soltando en el campo liebres no homologadas que, sin duda, causarán un daño en la especie autóctona y que en su mayoría caerán en las manos de depredadores al no haber tenido un periodo de adaptación a ese cazadero concreto, desconociendo por completo las zonas de refugio y alimentación. Al respecto, nuestro interlocutor lo tiene muy claro: “Más vale soltar treinta ejemplares certificados que un centenar de liebres sin desparasitar ni referencia genética alguna: lo barato siempre sale caro”.

Una vez más, insiste en que las cosas hay que hacerlas bien, desde resultados comprobados, de ahí que siempre deban cumplirse las dos etapas que requiere toda repoblación de liebres que se precie: una primera será contar con ejemplares numerados, desparasitados y de línea genética comprobada; una segunda emprender la necesaria adaptación de estos animales a su nuevo hábitat, empleado a tal fin cercas de campo que las protejan durante al menos tres semanas.

Malla del cercón de adaptación

Leocadio dedica las últimas palabras de su amena disertación recordando un tema capital como es la urgente necesidad de contar con una legislación a nivel estatal que regule tanto las granjas de cría de liebres como el método de repoblación de esta especie, poniendo en marcha servicios de inspección sanitaria encargados y especializados en esta temática concreta, normativa común para toda España que, a su vez, será supervisada y puesta en marcha por cada Comunidad Autónoma en colaboración directa con las distintas Federaciones de Caza, las mismas que, temporada tras temporada, supervisan los planes técnicos de caza de cada acotado.

«Muchas gracias, José, por el interés que muestras hacia las liebres» —así se despide Leocadio.
Un abrazo, amigo.

Autor:
José Riqueni Barrios
Escritor del libro “Caza y amistad. Añoranzas”
Editorial Canchales