Andaba yo todo contento con mi artículo casi cerrado sobre la muerte a finales en 2021 de Edward O. Wilson y de Tom Lovejoy, dos de las principales figuras de la Conservación mundial (así, con mayúsculas, de la Conservación científica y realista), cuando, de repente, me sacan de mi limbo y me preguntan sobre lo que están poniendo en el telediario:
—Jefe, ¿qué le parece lo que dice Garzón sobre que mandamos carne de vacas maltratadas a Inglaterra?
—Hombre, pero si le pillaron cazando con el fiscal Bermejo hace ya un montón de años, no creo que ahora se haya vuelto vegano.
—No, jefe, no, Garzón el atolondrao, el que es ministro…
Me puse a buscar la información en el medio original, The Guardian, y no podía salir de mi asombro. No les cuento toda la historia porque ya la habrán leído por ahí, pero, resumiendo, decía que las grandes macrogranjas españolas son una fuente de contaminación y de maltrato animal, y que exportamos lo que producimos en esas granjas de mala calidad a, entre otros, el Reino Unido. Y, además, que a los que nos gusta la carne, somos unos machistas traumatizados.
Claro, el señor Garzón, como es ministro, no sabe que The Guardian es uno de los periódicos británicos más beligerantes contra España, y que el 70 % de la gente, en España y en todo el mundo, incluido Reino Unido, lee solo los titulares y los recuadros. No se le ocurre que, de momento, si quitamos las macrogranjas, la carne valdría el doble y solo comerían, como en el siglo pasado, la gente con dinero, como él.
No se le ocurre que podría decir exactamente lo mismo sin poner a parir a nuestra industria (que, por cierto, se limita a cumplir la legislación que emana del Parlamento Europeo y del Gobierno de España, del que él mismo forma parte). Decir algo así como: «En España tenemos una carne magnífica. La exportamos a todo el mundo. Creo que tenemos que luchar para que la ganadería extensiva, en España y en toda Europa, vaya ganando poco a poco cuota a la intensiva, y así todos comeremos un poco mejor e, incluso, reduciremos paulatinamente nuestro consumo, algo que beneficia al medio ambiente, es decir, a la humanidad». Incluido a él, por supuesto, que se zampó con los cientos de invitados a su boda unos riquísimos carpachos y solomillos.
Como es un ministro que considera que «el único modelo de consumo sostenible es el de Cuba», dando fe de lo buen comunista que es, no tiene reparo en criticarse y criticarnos en un periódico extranjero sobre algo de lo que es, a fin de cuentas, responsable. Imaginemos en su idolatrada dictadura cubana a su ministro de Agricultura declarando en El País: «El azúcar que exportamos a España no es de muy buena calidad, pues está bastante contaminado. Y, además, ya sabemos que es muy malo para la salud, cuanto menos consumamos, mejor». Les aseguro que un agente de la DGI (ahora G2) lo desaparecía en un par de horas, y me temo que sé de lo que hablo.
Claro que nos gustaría a todos, todas y todes que la cría de vacas y cerdos fuera siempre extensiva y que las gallinas fueran camperas y que las ocas produjeran foie sin sufrir, pero le corresponde precisamente a él luchar por estos objetivos de una manera equilibrada, no ponernos a parir en los medios internacionales.
Lo de que las criticas provienen «de hombres que sienten que su masculinidad se ve afectada» (sic) se ha diluido un poco con todo el follón que ha montado, pero es una palpable evidencia de su tenue capacidad cerebral. Por poner algún ejemplo, no sé de qué pie cojea el crítico Lambán, ni en su caso me importaría, pero tengo la certeza de que mi querida madre, que parió y cuidó a sus cuatro hijos, y que alucina con estas declaraciones, no es nada masculina. Claro que nos gustaría a todos, todas y todes que la cría de vacas y cerdos fuera extensiva, y que las gallinas fueran camperas, y también que no hubiera dictaduras, pero le corresponde precisamente a él luchar por estos objetivos.
—¡Pues no estaba la cosa fácil para exportar carne de caza a Reino Unido con lo del Brexit, y ahora este tío nos viene con esto! —me comenta un buen amigo un tanto mosqueado con Garzón.
Según un estudio del ICEX, la exportación de carne de caza española a los británicos había empezado a subir de manera exponencial desde 2009, pero las barreras brexísticas y el Covid jorobaron toda la operación.
Para ponernos en contexto sobre la importancia de todo esto, The Guardian es uno de los pocos periódicos del mundo que tiene más de un millón (¡1.000.000!) de lectores de pago. Los 700.000 que han leído solo los titulares y los recuadros se lo pensarán muy mucho antes de elegir nuestra carne de caza y preferirán la marroquí, que, como sabemos, cuida mucho mejor a los animales que nosotros. Está claro que The Guardian preguntaba lo que tiene que preguntar, pero el ministro tenía que haber contestado lo que tenía que contestar. Y, si no, tenía que haber sorteado la cuestión. Ya se lo advirtió Santiago Auserón hace ya unas décadas: «Eres tonto, Garzón, y no tienes elección, de tu cráneo rapao al cero quita esa gorra de obrero, y sortea la cuestión, Garzón».
Y es que la carne de especies silvestres, denostada por el actual Gobierno, es una de las carnes más ecológicas que existen. Ciervos, liebres o perdices no consumen más agua de la que les procura la propia lluvia, tiene poca grasa y muy poco sodio, son sostenibles, se producen en extensivo (qué hay más extensivo que los 30.000 cotos de caza que tenemos en España), el bienestar animal durante toda su vida es inigualable y, encima, fomentan el desarrollo rural y la conservación de la biodiversidad. Pasan sus días comiendo hierbas, frutos o insectos, siempre libres, y además, algunas de estas especies nos protegen de los incendios forestales.
– Ya, pero es que Garzón también está en contra de la caza…
– Pues apaga y vámonos.
Fernando Feás Costilla | Abogado ambiental