Los ánimos se hallan encrespados. Y no creo que sea solamente por el hecho de que el Congreso no haya modificado la Ley de especies exóticas, como parecía que iba a ocurrir. Pienso que la votación que se llevó a cabo entre los diputados, en la que se decidió no modificar la ley, simplemente ha sido la chispa que ha encendido la mecha de un malestar que lleva mucho tiempo incubando.
En realidad la Ley de especies exóticas y la posterior sentencia del Tribunal Supremo al respecto no afectan demasiado a los cazadores. El problema de los arruís de Sierra Espuña es prácticamente el único punto conflictivo. No parece razonable, desde luego, extinguir una población animal que se aclimató oficialmente en el año 70, que se halla recluida en un entorno concreto y que está bajo control en todo momento.
La situación no es muy distinta a la del hucho o salmón del Danubio, especie foránea introducida en aguas del Tormes salmantino; sin embargo al Tribunal Supremo, en una decisión un tanto personal y subjetiva, le pareció que el arruí debía ser declarado especie exótica en Sierra Espuña, y por tanto debía erradicarse, mientras que el hucho no lo es.
A los pescadores les afecta en mayor medida la Ley de especies exóticas y la sentencia del Supremo de marzo de 2016. La trucha arcoíris apenas representa ningún impacto ambiental, y está bajo control en todo momento ya que los individuos liberados no se reproducen. En casi toda Europa se siguen soltando truchas arcoíris con mucha más ‘alegría’ de lo que se ha hecho nunca en España, entre otras cosas porque restan presión a las truchas autóctonas.
La carpa lleva siglos coexistiendo con nosotros, aunque a muchos no nos agrade, y deberíamos pensar en considerarlas como parte de nuestros ecosistemas. El no pescar más cangrejos rojos, para muchos expertos en medio ambiente puede constituir un impacto ambiental negativo mucho mayor que si se capturan. En la pesca, además, hay muchos profesionales que se van a quedar en paro tras estas polémicas medidas.
En realidad todo se ha convertido en un despropósito. Creo que casi todos los buenos cazadores y pescadores estamos absolutamente en contra de las especies exóticas introducidas y nos parece que hay que tomar medidas para atajar este grave problema. Pero tras una ley controvertida para regularlo, una denuncia de asociaciones ecologistas y una sentencia cuando menos sorprendente, la cuestión se ha enrevesado de tal manera que estoy convencido de que muchos conservacionistas también dudan que las medidas adoptadas vayan a servir para reducir el impacto ambiental.
Las especies exóticas han sido el detonante, pero el malestar incubado viene por la escasa comprensión social que hay hacia la caza y la propensión de un sector importante a terminar con ella. Un oscuro cerco se va cerrando paulatinamente sobre nuestra actividad, en forma de limitaciones acerca de la tenencia y uso de armas, de los trámites burocráticos a la hora de cazar, de la limitación a todo lo que concierne al uso de perros…, y en definitiva a la cuestión que algunos plantean acerca de si la caza es admisible éticamente en el siglo XXI.
Cazadores, pescadores, toreros y hombres del campo se han unido tratando de defender sus actividades bajo un palio común, que es la Alianza Rural. No estoy convencido de que sea el mejor camino, y el tiempo dirá si ha sido una decisión acertada, aunque no tengo dudas de que hay que tomar medidas para dignificar nuestra actividad.
Hace poco tiempo me preguntaban sobre el ‘placer’ que se siente al matar un animal. Mi respuesta fue que el término ‘placer’ lo suele utilizar con frecuencia la gente que odia visceralmente la caza. Yo lo único que mantengo es un instinto predador inherente a muchas especies y creo que los que lo hayan perdido deberían preguntarse por qué son las primeras generaciones en 200.000 años de especie humana que no sienten así.
Juan Delibes