Al Alba

Al alba se comienza a desperezar el día y junto a ella el alma de tantos y tantos cazadores que rumian en sus entresijos la esperanza por una nueva jornada que comienza con el nacer de los primeros rayos del sol.

Al alba se concitan las ilusiones de tantos y tantos cazadores que se mueven por una pasión común, para generar una sinergia que les empuja juntos a vivir la esencia del campo y del monte, el complejo entramado de la vida y la muerte.

Al alba se desatan esas ilusiones cual caballo desbocado de difícil contención.

Es la ilusión la que mueve los hilos, la que lo mueve todo. Sin ella, todo se tornaría en algo gris y sin sentido. Y los cazadores lo saben.

Da igual número de salidas que uno haya hecho a lo largo de su vida. Al alba de cada jornada esa ilusión será renovada nuevamente, como si del primer día se tratase. Si así no fuere, la caza habría acabado para el infortunado.

Al alba, tantos y tantos cazadores verán rondar por sus mentes imágenes de lances inolvidables que les transportaran a tiempos pasados, quizá a la niñez o a la juventud, y que resultarán acicate y combustible para lo que el día en curso pueda deparar.

Al alba, tantos y tantos cazadores estarán ya alerta valorando y exprimiendo las primeras horas del día mientras muchos otros continuarán durmiendo. Y, con ello, la cumplida promesa de seguir participando de una creación de sobrecogedora belleza.

Otros no comprenderán el empleo de tal esfuerzo, prefiriendo permanecer cómodamente entre sábanas al abrigo de la intemperie y de las inclemencias del tiempo que, al alba, tantos y tantos cazadores muchas veces padecerán.

Lejos de hacerlo pesarosos, lo harán dibujando una sonrisa, respirando profundamente, degustando los perfumes que el viento llevará hasta sus caras, extasiados por los cuadros hiperrealistas que la naturaleza dibujó para regalo de sus escrutadoras miradas.

Al alba la incomprensión, el desprecio, acaso el ataque furibundo de los otros («Yo no soy una alimaña», dicen ahora, como si supiesen algo de las mismas), carecerá ya de todo sentido, no tendrá ya importancia alguna, desdibujándose en la ignorancia y el desconocimiento de los que sin saber pretenden asestar un golpe de muerte a la caza, como las alimañas en que se han convertido.

Al alba comienza a bullir la vida de los seres diurnos, mientras que los nocturnos tornan a sus huras tras sus correrías nocturnas en pos de congéneres, presas y alimentos. El guarro irá al encame, el tejón a su tejonera, el cárabo a la oquedad del mutilado chopo en el que año tras año saca adelante a su prole… y así multitud de bellísimos seres vivos que pueblan nuestros campos y bosques.

Cada mochuelo a su olivo.

Al alba hará frío en invierno y fresco en verano, y a tantos y tantos cazadores no nos arredrará el enfrentarnos a los rigores del clima, sencillamente, porque nacimos para esto, para vivirlos con la intensidad que merecen.

Al alba, por fin, mucho pondremos nuestros vehículos en marcha para, en silencio, abandonar la mole urbana, con sus ruidos y distorsiones, comenzar nuestra huida a nuestros cotos, nuestras reservas, nuestros campos. Otros, más afortunados, se levantarán y saldrán caminado de su casa para alcanzar en pocos minutos sus cazaderos habituales.

Entonces, al alba, nos dirigiremos en mudo silencio a ocupar nuestras paranzas en las monterías, mantendremos el temple al ubicarnos en la pantalla del ojeo, afinaremos la vista y aguzaremos los oídos para salir en mano o al salto tras la menuda, ataremos bien nuestras botas y prepararemos la mente para el rececho, mantendremos firme el pulso y nos encomendaremos arriba cuando fijemos el culatín al encoque… y seguiremos creciendo como cazadores, como personas.

Sí, nos fugaremos de un medio absorbente para buscar ese ansiado oasis de tranquilidad donde nos enfrentaremos a nuestras propias limitaciones ejercitándonos en el oficio más antiguo de la tierra, junto con el de las meretrices, cazar, solo cazar.

Y le daremos la espalda a la ciudad por unas cuantas horas, quizá días, sin resquemor alguno, sin volver la mirada atrás para no quedar convertidos en figuras de hierro y hormigón, porque estaremos complacidos cumpliendo con una parte importante de nuestro destino.

Al alba dará comienzo nuestra caza, para siempre.

Ramón Menéndez-Pidal.

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