Vaya por delante mi natural inclinación por la caza de verdad, la salvaje. Como decía Ortega, la caza debe ser escasa y difícil. No obstante, últimamente prolifera entre las tertulias venatorias lo que podría denominarse el purista plasta. Una suerte de ‘ecologista coñazo’ cinegético, con muy malas pulgas si se le lleva la contraria.
Debemos ser especialmente cautos cuando sobre dicho elemento coincide la presidencia de alguna asociación, pues nos lo podemos encontrar dando conferencias de las que es harto recomendable la huida sin paso atrás.
En efecto, uno llega feliz después de un maravilloso divertimento en un cercón de cochinos, donde se ha puesto a prueba en varios lances su puntería, y, antes de terminar de contarlo, el purista coñazo, popularmente conocido como el ‘masilla’, interrumpe con el topicazo: «Eso no es caza».
Se advierte igualmente su desagradable presencia cuando, después de una agradabilísima jornada de perdices, convenientemente soltadas, entrenadas e incluso genéticamente preparadas para la feliz ocasión, se escucha un bufido seguido de la afirmación: «Esos bichos son de plástico».
Ambas aseveraciones suelen glosarse por el pelota pelma de turno, quien, además, acaba de comprarse un perro de caza algo tontorrón, con las siempre originales… «Eso es verdad, a mí no me gusta cazar así». Lo dicho, tópicos y lugares comunes al alcance de cualquier conversador inexperto deseoso de quedar bien.
Un purista coñazo, en el que concurre la condición de agricultor intensivo, se modula bastante cuando se le menciona el envenenamiento del campo a base de fitosanitarios, con la consecuente muerte masiva de perdices silvestres. En ese instante, el ecologista coñazo de la caza pura tiende a darle un sorbo al tinto mientras pregunta por la salud de cualquiera de los perros de los presentes. El purista coñazo es así de sensible con los canes…
Volviendo a Ortega, resulta indudable que la mayor satisfacción viene acompañada de la escasez y de la dificultad; de ahí mi admiración, por ejemplo, hacia el cazador de montaña. Sin embargo, no conviene denigrar una modalidad sobre otra o viceversa, pues todos disfrutamos de un buen pescado o una carne en su punto, porque alguna vez nos hemos hartado de pollo frito aderezado con salsa de mostaza, y nos ha parecido una delicia.
Prestigiosas entidades como la Junta Nacional de Homologación distinguen ya, con excelente criterio, los bichos cazados en fincas abiertas de los abatidos en aquellas cerradas. Los premios Caracola diferencian, a la hora de calificar sus distinciones monteras, entre cotos cercados o no. Y todo ello con respeto a ambas casuísticas, pero acaso reconociendo un mayor mérito a los lances producidos ‘en abierto’.
Creo sinceramente que la mayoría de los cazadores somos conscientes de dicho mérito, del fuste de una manera de cazar sobre la otra; pero, como diría un chileno, no nos dedicamos a dar ‘la grasa’ o, lo que viene siendo, el coñazo purista impartido por el ‘masilla’ de turno.
Conviene recordar, como se ha afirmado recientemente en el Parlamento europeo, que las actividades cinegéticas practicadas por el hombre, todas en general, contribuyen indiscutiblemente a la preservación de nuestro entorno y sus diversas especies, protegen el campo, constituyen una fuente de riqueza medioambiental y económica impagable, convirtiéndose asimismo en pilares de un desarrollo rural sostenible.
La predación humana es, pues, fundamental dentro del ecosistema. Consecuentemente, la ‘caza de bote’, como es conocida en sus diversas modalidades, tiene también un valor ecológico esencial y, sobre todo, una incidencia innegable sobre la conservación de la biodiversidad, como ya se han encargado de subrayar prestigiosas universidades del mundo anglosajón nada sospechosas de ser procaza, sino todo lo contrario.
Así, pues, cuando me fallan los reflejos y no consigo escapar, por cuestiones de protocolo, del discurso con ínfulas sobre las virtudes de una modalidad de, por ejemplo, rececho corcero sobre otra modalidad de, por ejemplo, batida vallada, me siento absolutamente indefenso. El purista coñazo, el ‘masilla’, acecha en cualquier salón de actos, en muchas de las sobremesas monteras y en la mayoría de los cenáculos venatorios.
El ‘masilla’, pelmazo de altura, empieza contando su penúltimo lance en el cual su perro bobalicón no consigue cobrar la pieza y la pierde… «En la Sierra de la Culebra nunca se sabe». O bien, nos aburre con el relato de su última montería en la que apenas se oyó un tiro «por ser en abierto». Tienen una ventaja: pasada cierta edad, solo toleran hablar de caza con quienes ellos consideran. ¡Gracias a Dios! La cuestión es saber si quienes ellos toleran son tolerados por ellos…