El futuro del pasado

Sí, necesitamos que haya un mañana nítido y firme, para la caza, y no sólo los cazadores. El Homo llegó a sapiens gracias a la caza. Sin ella, no hubiera sido posible la evolución del cerebro que, gracias al consumo de carne, permitió a nuestros antecesores acometer con éxito la evolución de primates a humanos. Tampoco hubiese tenido lugar, en el tiempo y modo en el que ocurrió, la socialización de los individuos para, unidos, organizarse en partidas que hiciesen factible la captura de animales que les sirviesen de alimento, conseguir pieles para cubrirse y vestirse y refugiarse, huesos para fabricar útiles, herramientas y armas de defensa, etc. Fue la evolución la que hizo la caza imprescindible; fue la caza la que contribuyó a la realidad de la evolución tal y como la conocemos, tal y como ocurrió.

En nuestros días no necesitamos cazar para tener un filete en el plato, ni conseguir pieles para disponer de un buen calzado, ni obtener huesos para procurarnos herramientas, cierto es; no obstante, hoy, la caza sigue siendo tan imprescindible para nosotros como lo fue entonces para los que nos precedieron, aunque las razones sean, en parte, diferentes.

En los tiempos que corren, la caza sigue siendo… continúa estando… se mantiene viva, mal que a muchos ignorantes, fanáticos o enemigos sin razón suficiente alguna, les pese; pero, en mi opinión, su mañana depende de su ayer. Si hemos de tener futuro debemos asentarlo, también, en el pasado: es el futuro del pasado.

Debemos de considerar tres tiempos pretéritos, tres diferentes -aunque relacionados entre sí- pasados: primigenio, evolutivo y propio.

Sobre los orígenes de la actividad cinegética repetiremos, sin extendernos en demasía, que fue tan determinante como imprescindible en el desarrollo evolutivo que llevaría al Ardipithecus ramidus – en lengua (amhárico) del lugar del hallazgo, Etiopía, ardi significa «suelo» y ramid, «raíz»; en griego, pithecus quiere decir «mono»; así que tenemos «un mono con raíz en el suelo», ya no en los árboles- de hace 4,4 millones de años, hasta el Homo sapiens, originario de algún lugar de África, entre 140.000 y 290.000 años atrás; pasando por varios eslabones que se sucedieron durante los que duró la adaptación -en África, hace unos 2 millones de años-, Homo habilis -en África, entre 2,3 y 1,65 millones de años atrás-, Homo ergaster -en África, con una antigüedad de entre 1,9 y 1,4 millones de años-, Homo antecessor -en Atapuerca, España, Europa, datado en fechas pretéritas, entre 1,6 y 1 millones de años- y Homo erectus -en África y Europa vivió en un periodo de entre 1,9 millones y 117.000 años antes de nuestros días- (los lapsos de tiempo son aproximados y se superponen unos con otros, hablamos de evolución no de un «cambio de tercio»).

[…]

Alberto Núñez de Seoane.

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