El futuro del pasado (y III)

Es de justicia, conveniente y hasta necesario, que tengamos presente lo que entonces se consiguió, no relegar al triste olvido los avances que nos dieron la posibilidad de conseguir metas antes ni siquiera soñadas. La trascendencia, realidad y vigencia que la caza alcanzó, y en las que se estableció, supusieron un espaldarazo esencial para el afianzamiento en las estructuras de la sociedad de esa pasión que nos conforma y nos mueve.

Con el pasado que nos es propio, me refiero a ese tiempo, que fue, en el que descorrimos el velo que nos abría el mundo que queremos y necesitamos habitar: la caza. Tiempo en el que aprendimos y nos formamos como cazadores, en el que la cinegética se plasmó en el sentimiento que nos define; tiempo en los que tomamos un sendero sin posible retorno: la venatoria, arte sublime y sencillo, natural y humano.

Modelamos nuestro carácter, aprendiendo los valores elementales para ser personas comprometidas con el esfuerzo, inmersas en el silencio que sabemos compañero, ansiosas de esas soledades que no nos dejan sentirnos solos…

No habría presente si no hubiésemos tenido un pasado. En lo que aquí nos ocupa, el presente del que disfrutamos lo debemos a los tres pasados que hemos reflejado; en la medida que los tengamos –valga la paradoja– presentes, observemos lo que nos enseñaron y respetemos su legado, así será la intensidad, valor y calidad del hoy que tendremos a nuestro alcance.

Pero, era, y sigue siendo, nuestra intención, meditar sobre el mañana que a la caza y, por ende, a los cazadores, pudiese aguardar. Para lo que, de modo inevitable, hemos debido llegar hasta el hoy. Y lo hemos hecho subiendo por las tres laderas de esa colosal y misteriosa pirámide que es el tiempo pasado.

Y si en el «hoy» estamos, mirando al futuro que queremos vivir, hemos de saber que para que en él seamos, habremos de no relegar, y menos olvidar, sus dos facetas: la que atañe al pasado y la relativa al presente.

El futuro del pasado es irrenunciable para situarnos en la actualidad en la que somos. Asumir las tres estadías a las que nos hemos referido, es condición sine qua non para instalarnos en la realidad cierta que conforma nuestro existir; sin él, el cotidiano acontecer no sería otra cosa que un vacío yermo, enmascarado por apariencias baladíes e insustanciales.

La asunción del futuro del pasado nos habilita para acceder al hoy, y desde aquí, al futuro de nuestro presente: ese mañana que al siguiente día será ayer, pero sin el que la esperanza se encadena al olvido y la ilusión naufraga sentenciada por una condena evitable, pero consentida.

Alberto Núñez de Seoane.