El día previo a ir a cazar no suelo pegar ojo, esta noche pasada, además, el fuerte viento hacía imposible conciliar el sueño. El rugir del viento estremece a cualquiera. Vivo rodeado de pinos, algunos de ellos pegados a la casa, lo que hace más peligroso si cabe las rachas de viento por el riesgo de caída de los árboles.
A las 6,15 ha sonado el despertador. He aguantado un poco más en la cama.
Llevábamos un par de semanas sin ir a cazar porque Kiko lo ha tenido completo estas últimas semanas, razón de más para que nuestras ganas fueran aún mayores.
Sobre las 7,15 he pasado a recoger a Mauro por su casa que me esperaba impacientemente con todos los bártulos preparados.
Hoy hemos cazado con dos amigos de Alcoy: Óscar y Miguel. El cazadero ha sido el mismo de días anteriores: Fuente Agria. Un lote con abundancia de perdiz.
El día amanece muy nublado con previsiones de agua. Dividimos la mano en dos grupos. Elías nos acompaña a Mauro y a mí, mientras que Nicolás va con Miguel y Óscar, cerrando la mano.
Los primeros disparos no se hacen esperar. Óscar y Miguel se cuelgan las primeras perdices de la mañana. Elías ha traído a su perro “Chulo”, un spaniel francés que mueve muy bien la caza. Hoy, además, ha cobrado su primera pieza. Elías no ha podido ocultar su felicidad. Ha sido una perdiz larga que ha abatido Mauro y que Chulo ha traído sin decirle nada. Con el resto de perdices ha hecho lo mismo.
Óscar y Miguel llevaban otros dos perros. La braca se ha alargado mucho y sacaba las perdices fuera de tiro, pero el perro, una mezcla de spaniel y bretón, lo ha hecho francamente bien, cazando a la mano y cobrando todas las piezas.
En uno de los lances, he perdido el equilibrio al cruzar una acequia y me he caído al suelo con tan mala suerte que se ha disparado la escopeta. Por suerte ha sido solo un susto.
He descansado muy poco y eso se nota en los reflejos. A muchas perdices no he tenido tiempo ni de encararlas cuando en circunstancias normales les hubiera descerrajado los dos tiros. He estado bastante lento. Ello me ha impedido tirar a algunas perdices. Hasta Elías se ha percatado.
Blaki lo va haciendo cada vez mejor, pero sigue sin querer traer la caza. Se espera al lado de la pieza hasta que yo llego y no deja acercarse a ningún perro. Ha cobrado varias perdices de ala y ha hecho la muestra a otra que estaba escondida en unas piedras. Otra que ha caído alicortada en un sembrado se le ha perdido al refugiarse en un montón de piedras. Al menor hilo de vida que tienen se meten en el agujero, escapando a los perros.
El día es perfecto para la perdiz. Hace un poco de frío y el cielo está muy nublado. Cae una pequeña llovizna, que no resulta molesta para cazar.
Se han movido algunos tordos de las carrascas. Yendo a la perdiz no me gusta tirar a los zorzales para no estropear la mano.
Mientras caminaba detrás de las perdices he encontrado una herradura que es señal de buena suerte. La he cogido y me la he echado al chaleco.
Los bandos de perdices animan la jornada cinegética. A mitad mañana hemos parado a tomar un pequeño taco y a contar algunos de nuestros lances. Más allá de las piezas abatidas, la caza son anécdotas, lances y, sobre todo, buen compañerismo. El día que no sea así dejaré de cazar.
Óscar y Miguel van por delante con media docena más de perdices que nosotros.
En la segunda vuelta hemos cogido la misma mano. Yo solo he conseguido tirar a tres perdices que he conseguido abatir. Una de ellas ha sido gracias al perro. Pensaba que no la había tocado y el perro se ha percatado de donde ha caído.
Por las orillas de las siembras las perdices apeonan y vuelan largas. Es difícil que se quede alguna rezagada. Las lindes son muy buenas, ya que sirven de refugio a las perdices.
El terreno está algo resbaladizo, hay mucha piedra suelta por medio de la ladera por la que camino y vuelvo a caerme, pero no soy el único porque Mauro también se cayó, aunque le echó la culpa a las botas.
Recordar todos los lances resulta casi imposible porque son muchos y variados. Se abaten perdices largas y, sin embargo, se fallan otras que son, aparentemente, fáciles. Esto es lo que hace realmente atractivo la caza. Si no falláramos nunca, sería realmente aburrido.
Tras terminar la jornada que se ha dado francamente bien con casi medio centenar de perdices entre los cuatros hemos comido en un restaurante que se encuentra en el mismo pueblo de El Bonillo, que he frecuentado en alguna ocasión, pero que hacía mucho tiempo que no iba, donde se come de maravilla, como es La Fonda de Santiago, además cuenta con una carta realmente amplia donde puedes comer unas gambas frescas, unas almejas de carril o una cazuela de angulas. El menú del día tampoco está nada mal. Hemos comido unas migas con huevo frito y unas alubias con perdiz. Mejor final a esta inolvidable jornada, imposible.
Patricio Simó.