Cuesta abajo ruedan las piedras, caen las ramas y tropiezan los pensamientos… Cuesta abajo se corre más rápido, se piensa menos y se sueña más. Cuesta abajo se galopa inseguro. Cuesta abajo se tiene miedo. Cuesta abajo se anda mal y se sufre menos… Y galopando cuesta abajo se ve quién es hombre y quién niño.
Voy a lomos de “Aljuvial”. Gasta encaje muy fino. Hijo de baya y alazano. Muy cruzado. Metido en años. Es un caballo de curtida batalla como lancero. He oído hablar de él en los corrillos de expertos. Ni me imagino que pueda caer sobre su montura. De pronto, con ese duende caprichoso llamado Casualidad, me lo ponen en bandeja: vamos a lancear en sitio arduo y pedregoso. Hay buena baraja de marranos. Y voy a lomos de “Aljuvial”. Dios existe. Y quiere recompensarme por una gran labor hecha en otra vida. No encuentro otra explicación.
Y salta el marrano, el último de la tarde, buscando lo sucio más que la libertad. Y vuela “Aljuvial” por aquel terreno áspero como el lomo de un erizo. Salta ramas, regatos, piedras… Se araña con jaras y chaparros. No cesa. “Mejorana” –su amiga infatigable- le imita más arriba, careando a su presa hacia el claro. “Aquelarre” la sigue en el medio. Es zaino y bravo como un fuego en mitad de la noche. El cochino se siente acobardado y salta por fin al raso… “Aquelarre” avanza. “Mejorana” también. Me quedo en el medio, amparando a derecha e izquierda a mis compañeros… Dos derrotes que marran. La presa que se vuelve por sus pasos acelerados y, junto a mí, toma la cuesta abajo en dirección a los zarzales que le llevarían a la gloria de la salvación…
Analicé el día, completo, con sus lances todos sublimes. Me impresionó la fortaleza de un caballo de más de cuatro lustros… Y más aún me impresionó que su corazón superaba a sus pulmones… y a mis riñones. Pues aquel legendario animal, que jamás olvidaré de mi memoria de lancero, giró con agilidad de rabona y estirando cuello y patas decidió morir antes de dejar escapar al vil jabalí… Suelto rienda, le dejo hacer, animo con las espuelas… El caballo sabe de sobra el momento en el que tiene que entrar y yo le iba a dejar elegir… Quedan pocos metros para terminar o morir… hay piedras y pendiente… estamos galopando a tumba abierta por una cuesta abajo en la que todo lo malo del mundo puede ocurrir. Y estiré el brazo, gimiendo, mientras mi caballo -ese caballo que no puede ser comprado con dinero- me ayudó a derribar y ganar al cochino veloz que intentó echar un pulso a la muerte.
La tarde termina, el viejo caballo lancero resopla y camina meneando el mosquero sabiendo que su día de caza ha terminado. Ha demostrado que ninguno de los presentes le supera en nobleza y corazón. Y me muero de rabia de no haberlo conocido diez años antes… Y hubiera deseado que conociera a “Jaleo”… Y sigo contando los días para galopar de nuevo tras un cochino, lanza en mano, en la cuesta abajo más escarpada del mundo a lomos de cualquier montura, para demostrar al mundo que no es el jinete si no el caballo, quien tiene valor y ganas de sangre…
¡Gran caballo eres “Aljuvial”! Y que Dios te conserve por más años, amigo.
M.J. “Polvorilla”.