Un libro a leer. El autor, delibeniano confeso, manifiesta haber vivido esta etapa que define como de ‘lealtad con Trofeo y sus lectores’, cuando ha sido un periodo escaso de toda una vida dedicada siempre a la fidelidad con la caza más ortodoxa y al mandato eterno de su ídolo Miguel Delibes.
Cada año, en marzo, Eduardo Coca Vita llora públicamente al gran Delibes y nos recuerda lo que perdemos todos con algunas muertes. Este querido amigo, irreductible cazador y escritor incómodo para algunos poderes venatorios, ha sido siempre fiel a nuestro querido paisano ‘cazador que escribía’ y para quien, en tiempos de Lorenzo (Diario de un cazador-1955), el ideal del cazador era ser “un hombre libre, sobre una tierra libre, contra un pájaro libre”. La libertad de opinión se paga, amigo Eduardo.
Acabaron aquellos tiempos y vinieron para bien, a mi entender, los cotos de caza local y social sin negocio y, para mal, las perdices de jaula y artificio. Pero entiendo que te preocupa más que hayan llegado ahora tiempos peores para los cazadores de número, incluidos los estructurados socialmente, que están empezando a ser manejados y conducidos por entidades con ninguna base social, que mueven los hilos de la ‘caza de negocio’ para provecho propio y de esos patrones, que son en realidad quienes manejan las marionetas venatorias.
Algunos cazadores, con más o menos éxitos, hemos convenido mentalmente plantear similares batallas, tenemos conceptos muy semejantes de la caza pura y nos gustaría ser “iguales a Eduardo’, para estar en la nómina de ‘los diferentes’, que canta Sabina. Hablo de un buen cazador que siempre he creído que debe ser como un buen ganadero de especies silvestres, que deja madre suficiente y nunca se come todos los intereses que produce el campo.
Tampoco acepta solo disparar y abatir, son más importantes para Eduardo las contestaciones a estas preguntas: ¿sobre qué terreno se caza la especie?, ¿qué valor silvestre de bravura tiene la pieza?, ¿qué modalidades y métodos de caza se han utilizado?, ¿sobre qué población se incide?, ¿qué fin destina el cazador al animal capturado? Desmenuza las formas éticas de cazar que la mayoría reconocemos. Hace hincapié en las cualidades de la cuadrilla.
Eduardo caza de la mano de la Ley con el mismo mandamiento conservacionista que Juan Lobón, legalmente en las antípodas de Eduardo, pero con el mismo sentido de la sensatez natural: no dispara a la res que lleva en la barriga la caza del año siguiente, ni al bando escaso, ni en el bardo ruin y nunca dentro de un aprisco. Un diálogo sobre cercones, con su envidiado y admirado Mariano Aguayo, otro sobresaliente, retrata a un escritor y cazador irreductible.
Cada concepto alrededor de la caza está escrudiñado en este libro y con artículos concretos analiza y describe a los diferentes tipos de cazadores en una serie de Columnas (‘A rececho’): cazadores crueles, desaprensivos, mentirosos, violentos, vanidosos, ricos y esforzados, elegantes, ecologistas, etc. En su sección más amplia (‘Desde mi postura’), habla de cacerías habituales y sus modalidades, dando los matices de maestro que le caracterizan al describir especies, perros, cuadrilla y cazadores en general, dando a cada elemento la importancia y protagonismo que tiene. Se puede definir a Eduardo, como lo hacía el director de cine Antonio Giménez, refiriéndose a su ídolo Delibes: “Uno de los pocos seres que dicen lo que piensan, piensan lo que dicen y hacen lo que piensan y dicen”; tal cual.
No habla a humo de pajas, aunque entre sus libros u opúsculos esté “El fuego del hogar” dedicado a la lumbre casera y “al calor entubado”. En otro “Manual ecológico del conductor de caminos” habla sobre las formas de comportarse algunos usuarios del medio rural donde con sus potentes vehículos no respetan linderas, plantas y sardones. Ha escrito varios sobre la ‘perdiz roja’ que es especie de punto aparte y recientemente “Mil y pico refranes de caza”. Todos llevan el sello de su impronta y sensatez.
Por todo esto, no es de extrañar que fuera galardonado en 1998 por “Caza y comercio” con el premio al mejor artículo periodístico en defensa de la caza, de la Real Federación Española de Caza (RFEC), y que en 2003 lo fuera con el prestigioso Jaime de Foxá, del Real Club de Monteros. A este taurino de pro le hacen el paseíllo de los prefacios cinco grandes del pensamiento cinegético y directores de Trofeo: Juan Delibes, José Ignacio Ñudi, Israel Hernández, Juan Francisco París y Pablo Capote, para quienes Eduardo ha colaborado en esa revista de prestigio.
Lo que no concuerda es que habiendo sido nominado para el Carlos III y reuniendo como pocos los valores que inspiraron la creación del mayor galardón federativo, no lo obtuviera. Pensé yo entonces lo que decía Catón: “Prefiero que todo el mundo pregunte ¿por qué no tiene Catón una escultura en Roma?, a que pregunten ¿por qué la tiene?
Va a ser un placer leer sosegado este libro de “Trofeo y yo” y rememorar tus mensajes en estos tiempos de incertidumbre. Será para mí un examen de los principios éticos en los que hemos coincidido en cuanto a la calidad y respeto a las especies silvestres y a las formas de practicar la caza.
Si tú dejas de defender algunas cosas, cada vez habrá menos fuerza porque muchos de los que te jalean, jamás darán un paso a favor de tu mensaje de libertad, ni de esa perdiz silvestre y mucho menos denunciando a algún “cacique de área” que da codazos y predica su rango de exclusividad en estudios y opiniones sobre fauna, para asegurar su sueldo y demostrar su eficacia.
Y finalizo estas referencias recomendando a quienes tenemos tanto que aprender de la escritura intachable de Eduardo, de cómo mantiene su libertad conceptual irreductible, de cómo se defienden los valores silvestres de la bravura de las especies y de cómo se ejemplariza con las formas de cazar; que se dirijan a Editorial Solitario S.L. y se deleiten con la lectura de este libro, escrito con pluma que solo se ha humillado ante las órdenes de la RAE y que ejercita siempre este excelso cazador y escritor. Y además las ventas se donan a la ‘Asociación de Mayores Don Adelaido Almodóvar’ en el Viso del Marqués.
Un admirador.
José Luis Garrido Martín