Parte de una antiquísima tradición de más de 2000 años de antigüedad, la cetrería y la caza con grandes águilas reales en países como Kirguistán, Kazajistán o Mongolia es una modalidad única en el mundo.
Se dice que antaño una aldea pequeña dependía de la destreza del Berkutchi o maestro cetrero y su mortífera ave. Este era el encargado de proporcionar pieles y carne a todo el poblado, especialmente en invierno, cuando más difícil se hacía la supervivencia del clan al completo.
La cetrería y el arte de la caza empleando aves rapaces es una práctica antiquísima y que lleva desarrollándose desde tiempos inmemoriales, principalmente en Eurasia, desde Europa Central, pasando por la península arábiga, China y Corea.
En Kazajistán se han hallado petroglifos (dibujos en piedra) con motivos cetreros de al menos el primer milenio de nuestra era, y las historias épicas recogidas en legendarios poemas turco-mongoles del siglo XIII han seguido registrando estas actividades que se han perpetuado hasta nuestros días.
En 1874 el viajero y general ruso Alexander Kaulbars describiría en su cuaderno de campo durante su visita a las extensas regiones que baña el mítico río Amu Darya como
«un buen número de halcones y alguna que otra águila real son mantenidas dentro de las yurtas (enormes casetas de campaña circulares de las tribus nómadas) entrenadas para la caza».
En la zona que nos ocupa existen etnias kirguisas y kazajas repartidas en sus países natales así como en territorios de Mongolia y China, que destacan principalmente por el entrenamiento y manejo de dichas águilas reales (Aquila chrysaetos).
El adiestramiento y uso cetrero de esta gran especie es única en esta zona y no se da en ningún otro lugar del mundo.
Existe una federación habilitada a tal fin, la denominada Federación Kyran, mientras en Kirguistán destaca el Salburun, ambas encargadas de tramitar las fichas de los socios, consultas legales y burocráticas, habilitar permisos y certificados veterinarios, así como la organización de los festivales cetreros, que suelen ser anuales y multitudinarios.
No obstante, hay una desconexión importante con otras naciones cetreras aledañas, como China o Mongolia, debido principalmente a la diferencia existente en la legislación y la política relacionadas con estas aves y su repercusión cultural a nivel nacional.
Actualmente existen solamente unos setenta cetreros especializados en la caza con águilas reales, y son respectivamente una ‘estirpe’ y una práctica que podrían llegar a desaparecer.
No obstante, y tras el colapso de la Unión Soviética a finales de los años ochenta, la cetrería en los países mencionados ha tenido una segunda oportunidad.
No cabe duda de que antaño estas prácticas eran mucho más comunes, pero el socialismo se encargó en cierto modo, y en regiones concretas, de erradicar dichas costumbres.
Por ello, y tras la independencia de las repúblicas que tratamos, ha habido un resurgir de este noble arte. Los maestros cetreros son ahora considerados como iconos culturales y los motivos asociados a la caza con águilas pueden ser hallados en sellos nacionales, placas conmemorativas, esculturas y como tema principal de algunas canciones populares así como de algunas películas y documentales nacionales.
CAPTURA, MANEJO Y MANTENIMIENTO
Un águila real puede vivir más de treinta años en cautiverio, donde como ave cetrera goza en cierto modo de una vida privilegiada. Las diferentes especies cetreras son obviamente obtenidas del medio salvaje.
Debido a que la mayoría de las especies de rapaces se hallan protegidas e incluidas en el Libro Rojo del país, no existe manera alguna de ‘hacerlo legal’. No obstante, sucede todo el tiempo y es una especie de operación a lo mercado negro.
Muchas veces se hace un ‘encargo’ a un diestro cazador, a veces es una cesión entre amigos, otras una venta in extremis cuando el propietario no puede alimentar una boca más y necesita efectivo. En raras ocasiones aves difíciles, o menos hábiles, son vendidas por cazadores frustrados o poco experimentados que no logran suficientes ni espectaculares capturas.
Algunos políticos o miembros muy influyentes de la sociedad son a veces ‘obsequiados’ con el ave nacional. Este gesto suele ir acompañado de donaciones oficiales a las federaciones cetreras, una especie de ‘colaboración estatal’.
Los métodos de obtención de jóvenes águilas son principalmente dos y condicionan de manera clara el comportamiento del futuro cazador alado:
– Captura directa de nido: El pichón es extraído a finales de la primavera (las águilas ponen de abril a mayo), a las pocas semanas de vida, por un cazador que se la juega escalando lisas rocas y empinados acantilados para acceder a los nidos.
En muchas ocasiones es una operación bastante arriesgada porque los pichones están a cientos de metros y los progenitores defienden sus nidadas de manera salvaje.
No es raro que el cazador sufra ataques y en más de una ocasión resulte herido por las poderosas y afiladísimas garras del águila, o el recio y duro pico.
No obstante, esta ave desarrolla una unión mucho más fuerte con el cetrero, que es ahora su padre adoptivo, aunque a veces son consideradas águilas impetuosas y temperamentales. Aun así, su ventaja es que pueden llegar a cazar presas mayores, como lobos jóvenes y grandes zorros, ya que resultan más atrevidas y fieras.
Estas águilas no cuentan con la ‘experiencia’ (mala y buena) de un animal salvaje y los posibles fracasos y peligros que ha tenido que enfrentar, y por ende sufrir.
– Captura de ejemplares juveniles o volanderos: Estas son capturadas usando un sistema de postes y redes. Se construye una especie de jaula/falsete de unos 2 m de alto en el campo, cebada con una paloma, perdiz o ave similar atada en el centro. La rapaz se lanza en ángulo para atraparla, enredándose inexorablemente.
Un águila atrapada de esta manera, llamada tor bürküt o ‘águila red’. Como ha aprendido a temer al hombre puede ser más manejable en el proceso de entrenamiento. Tras haber desarrollado sus instintos en la naturaleza, también pueden ser cazadoras más fiables que las capturadas en nido.
No obstante, esta condición puede acarrear una mayor timidez y cautela a la hora de atacar presas grandes que en un pasado las hayan puesto en serio peligro. El ave recuerda estos peligrosos episodios, por lo que mide sus acciones al milímetro antes de lanzarse al ataque.
El ave es inmovilizada usando trapos y telas, apresándola con cuidado y colocando las alas de manera que no sufra lesiones. Inmediatamente se le coloca una caperuza para calmarla.
Tras la captura comienza de inmediato el entrenamiento, así como el manejo del ave. Se requieren unos cuatro años para un completo adiestramiento del águila, que debe ser monitorizada a diario siempre por la misma persona.
Dependiendo de la edad de la rapaz, ya sea pichón o aguilucho, las primeras horas con su futuro maestro son cruciales. Si esta es prácticamente recién nacida, el cetrero le silbará incesantemente para que se acostumbre a su voz y la ‘grabe’ en su memoria, reconociéndola de inmediato como si de su progenitor se tratara.
El cetrero acariciará al pichón a menudo, acurrucándolo e incluso besándolo, principalmente en la cabeza. También tratará de darle trocitos de carne, para que el ave asocie el nuevo cambio con la recompensa del alimento.
Inicialmente se mantendrá despierto al pichón toda una noche para que el cansancio lo vaya ablandando, y de esa manera también, exhausto, tome el alimento. Una vez esto sucede el vínculo habrá sido creado, y la sociedad cetrero-águila formalizada.
Con los aguiluchos se procede de manera similar, aunque la joven águila es atada por las garras y encapuchada. La idea es que se relaje lo máximo posible, evitando que se altere.
Nuevamente la primera noche es vital. El cetrero permanece despierto durante horas, evitando que el ave se duerma a base de pequeños toques con un palito o colocándola en una cuerda.
El continuo balanceo de la rapaz la mantiene alerta, cansándola a la vez, lo que hace que al cabo de varias horas, nuevamente exhausta, comience a tomar el alimento ofrecido por un no menos extenuado cetrero.
Se dice que en Kazajistán esa primera noche se pasa junto a un río, para que el aire frío del torrente mantenga al ave despierta. Hay quienes incluso mantienen a las aves en sus yurtas cantándoles y tocando suaves melodías para que el águila, en su nuevo hogar, se vaya relajando y acostumbrándose a la presencia y sonidos humanos.
Una vez esta empieza a tomar alimento de la mano humana la conexión ha sido establecida. La inteligente rapaz se da cuenta muy pronto de que el humano representa una segura forma de acceder al alimento, convirtiéndose más tarde en un potente aliado a la hora de cazar. El vínculo no es creado en torno al afecto o la comprensión, es una asociación más bien pragmática con un único y claro objetivo: el conseguir presas y alimento.
Tras un espacio de tiempo que varía según la edad del ave, su grado de nerviosismo o confianza hacia el humano, la rapidez con la que se adapte a la comida y la vida en cautiverio, así como algunos otros factores (paciencia del cetrero, calidad y abundancia del alimento, entorno familiar bullicioso o relajado, higiene y cantidad de espacio, etc.), el ave entra en contacto con las pieles y los restos de los animales que debe cazar.
Los pichones que ya se encuentren completamente emplumados comenzarán sencillos ejercicios que implican el apresamiento, el contacto y la familiarización con cueros animales y otras partes.
El entrenamiento continúa realizándose cada vez con más complicados ejercicios, como la caza simulada de pieles de zorro que son arrastradas mediante largas cuerdas por caballos al galope, simulando un movimiento y una huida real por parte de la ‘curtida e inanimada’ presa. Este señuelo es a veces alternado con otros reales, como una liebre semidoméstica o conejos criados por el cetrero.
Bokonbaevo, al sur del famoso lago Issy Kul, en la provincia homónima, es la localidad por excelencia asociada al arte de la cetrería en Kirguistán, donde hay más cetreros, maestros, aprendices y entusiastas, y donde una incipiente actividad ligada a las grandes rapaces es registrada.