Muchos cazadores miran el campo y apenas las ven; solamente guardan el recuerdo de magníficas tiradas y perchas abultadas. Creen que ya no vienen como antes, que se quedan en África, pero nadie ha demostrado esta hipótesis por el momento. ¿Será cierto que han perdido el hábitat, que habrá factores invernales que desconocemos o queda mucho por saber que no llegamos a comprender? Un viaje en el tiempo y un recorrido por los paisajes de las tórtolas nos llevan hasta los trabajos de investigación que están arrojando luz sobre algunas de las muchas incógnitas.
Como era habitual, Aurelio Segovia llegaba a Palacio Quemado acompañado de “el amarillo”, que hacía de chófer, cargador y hombre para todo. En la finca de los condes de Bagaes se reunían una vez más escopetas ilustres de Madrid, Sevilla, Huelva y Badajoz.
Durante los estíos ya se habían hecho habituales en ciertos corrillos las tiradas de tórtolas después de que el médico sevillano y hermano político del conde, Sebastián Lázaro, las descubriera “por mera casualidad”. Pocos puestos y muchos cartuchos para cazar tórtolas en la comarca extremeña de Tierra de Barros. El 21 de agosto cobran 2.178 tórtolas y hasta final de mes siguen obteniendo perchas abultadas.
Ninguno de los presentes puede superar, por “falta de cartuchos y otras peripecias”, las 421 tórtolas que Aurelio Segovia consigue en la jornada del 25. Cinco días más tarde, la suma de tórtolas cazadas es de 8.273.
Manuel Losada no había nacido en 1942, pero conoce muy bien lo que fue el apogeo de la caza de la tórtola. A pocos kilómetros de Almendralejo, Palacio Quemado era un hervidero de estas aves, que encontraban los campos llenos de recursos.
En los olivares centenarios que aún se mantienen en la finca y que plantó su abuelo, Losada ha vivido tiradas de diez puestos que han pasado de 200 tórtolas cada uno en una tarde. Eran habituales las jornadas en las que se abatían 2.500 tórtolas, y así durante varios días seguidos: “Venían con un remolque y sacos a recoger las tórtolas”.
Durante muchos días de media veda no se comía otra cosa que estas aves y, dado que vivía mucha gente en el campo, se repartían en función de las personas que tuviera cada familia. En el cortijo, todo el mundo las comía durante una buena temporada y Losada reconoce que no se tiraba jamás una tórtola. “En los años buenos, 60, 70 y primeros de los 80, esto empezaba el 15 de agosto y se cazaba todos los días, mañana y tarde, hasta el 10 de septiembre con tiradas buenas. Después eso ha ido disminuyendo, se establecieron como días hábiles de caza los jueves, sábados y domingos. De 150 ó 200 pájaros en un puesto se bajó a 50, 40, 30, y eso se ha mantenido hasta finales del siglo pasado y principios de este”.
Las últimas jornadas de media veda en esta finca, muy distintas de lo que fueron, tuvieron lugar entre 2000 y 2002. Posteriormente ha habido tórtolas de forma esporádica, pero desde hace siete u ocho años su propietario asegura que no se pega un tiro a la tórtola y que la situación es radicalmente opuesta a lo que fue: “Vamos, es que no se ve ni una”.
¿UN HÁBITAT DISTINTO?
Para llegar a la finca de la familia Losada Serra, que es conocida por su bodega vinícola, se dejan atrás viñedos, olivares, rastrojos, parcelas de almendros, barbechos y posíos al oeste del embalse de Alange.
Este paisaje se repite ininterrumpidamente a lo largo de un vasto territorio. El arroyo Valdemedel, que conserva puntos de agua durante el largo verano, atraviesa la finca y era donde sesteaban las tórtolas en el siglo pasado.
En sus playas arboladas, la misma fuente que describe las voluminosas tiradas relata que se capturaban vivas con redes y señuelos por millares. Manuel Losada recuerda que realizaban muy buenas tiradas en las cercanías de su cauce. “Se tiraba todos los días y el descanso se daba cambiando de sitio en la finca”, señala.
Desde un altozano que todavía mantiene la vegetación mediterránea se despliega un paisaje que parece ideal para tórtolas y codornices. “El descenso se ha notado también en la codorniz. Aquí entraba muchísima también, pero ahora es dificilísimo ver alguna. La codorniz se detectaba a la entrada, en primavera, pero se veía muy bien en los remates de la cosecha: cuando ibas en una suerte de tierras haciendo círculos y quedando cogollitos, cuando quedaban los últimos tramos veías salir codornices a esgalla. Y el declive ha sido paralelo a la tórtola”.
Entre estas lindes apenas se dejaron ver una y otra especie en abril y mayo pasados. Losada añade sobre la tórtola que no sabe si “la hemos machacado aquí o la están machacando en África, aunque imagino que parte y parte”, e intenta comprender la notable ausencia partiendo de que la población “no sube” (a España) y ha disminuido “una barbaridad”.
Este cazador sevillano cree que una veda temporal permitiría que se rehiciese.
No solo tórtolas y codornices han desaparecido de Palacio Quemado y su contorno. Las especies de caza menor en general han disminuido en un escenario que parece similar al que había cuando abundaban,
¿QUÉ HA CAMBIADO?
El ingeniero de Montes Alejandro Gutiérrez considera que la maltrecha situación de la tórtola “está muy enraizada con los principales problemas que sufre el campo español”.
Sintiendo afinidad por esta especie y su caza, Gutiérrez está realizando su tesis doctoral evaluando y analizando la población reproductora de tórtola común en las fincas Lugar Nuevo y Selladores-Contadero del Parque Natural de Andújar.
Centra su estudio en conocer la relación entre la carga ganadera y la presencia de zonas húmedas con la calidad del hábitat y el éxito de cría de la especie, planteando que el descenso de la ganadería extensiva y la desaparición de puntos de agua “están literalmente eliminando el hábitat reproductivo de la especie en amplias zonas de la península ibérica”.
Los ecosistemas mediterráneos, para Gutiérrez, hacen aguas por dos vertientes: “la menor disponibilidad de alimento asociada a la reducción de semillas silvestres y cereal, y la desaparición de innumerables zonas húmedas (arroyos, charcas, abrevaderos, etc.) de las cuales la especie es muy dependiente”.
A lo largo de su trabajo doctoral ha comprobado en Sierra Morena que la tórtola cría “extraordinariamente” cuando dispone de las condiciones adecuadas. “Ni la tórtola turca compite como se dice ni se quedan en Marruecos”, afirma añadiendo que “el problema es el hábitat”.
En Palacio Quemado se encuentran rodales sin cultivar salpicados por la finca y se labra procurando dejar algo de margen entre los cultivos. Se siembra trigo blando y cebada, y la avena se está sustituyendo por triticale.
Hay más disponibilidad de agua en la zona gracias a las numerosas charcas que se han hecho, el mismo riego por goteo y, sobre todo, al embalse de Alange, de principios de la década de los 90. Pero algo ha cambiado.
Manuel Losada admite que antes había más variedad de plantas silvestres que han sido borradas del paisaje mediante el uso de herbicidas. “Cuando siembras, tratas con herbicida y algún abonado de fondo, y luego si el año va peor echas un abonado de cobertera en febrero o marzo”.
Matiza que no se han tratado –directamente– las zonas que quedan de monte aunque sí se han reducido para incrementar la superficie de cultivos. Con relación al olivar, el sustrato arbóreo preferido por la tórtola para anidar en la península, Losada cuenta que se trataron “con productos muy agresivos” y que su plaga más dañina es la de la mosca Bactrocera oleae.
La agricultura ahora intenta exprimir el recurso de la tierra con métodos mecanizados e intensivos, pero los productos fitosanitarios se han limitado por normativa, y esto lo sabe José Ortiz.
Comenzó en 1967 su andadura profesional ligada al sector de los agroquímicos y ha visto cómo las prácticas agrícolas y la utilización de químicos han pegado un vuelco: “Los productos que se utilizaban entonces eran muy agresivos para la fauna, como era el DDT y HCH. Se hacían tratamientos masivos con máquinas a todo terreno y las consecuencias eran graves. Estos productos, afortunadamente, fueron desapareciendo”.
Ortiz encabeza por veteranía este sector en Tierra de Barros y ha cazado muchos años en Palacio Quemado, donde dice que se hacían tratamientos aéreos sobre olivares y campos de cereal. La aplicación de fitosanitarios mediante avionetas era habitual y generalizada cuando lo requería la extensión de cultivos a tratar, la complicada orografía o el encharcamiento de los terrenos.
Herbicidas, insecticidas y fungicidas se emplearon de manera masiva sobre los campos para proteger los cultivos de plagas.
“La normativa ha cambiado mucho en bien de todos y en todos los aspectos”, apunta este empresario.
Ortiz muestra su predilección por la tórtola como especie de caza recordando cuando, con 16 años y una escopeta del 20, solo tenía que salir a los rastrojos cercanos a Almendralejo para hacer buenas tiradas.
Intrigado por las causas del declive de la especie, manifiesta una preocupación por esta merma y cree que los productos autorizados actualmente no afectan negativamente en la avifauna en general.
En Palacio Quemado se sembraba cereal un año, garbanzos o guisantes al siguiente y después se dejaba descansar la tierra. Manuel Losada explica que, durante los años 40, los rastrojos eran aprovechados por el ganado, se quemaban en septiembre, se hacía un primer arado de fondo y después ya se sembraba. “Ahora –matiza–, aquí no se hace nada de eso: se cosecha, se le quita la paja y se hace una siembra directa sobre el rastrojo. El herbicida por delante en un tractor y detrás la sembradora haciendo siembra directa; incluso hay mucha gente que en la máquina de siembra lleva el abono de fondo, y ya lo siguiente, si tiene labor de cobertera se hace, y la cosechadora”.
Este cazador y propietario ha sido testigo de la transformación de la agricultura y del desplome tortolero en su finca y las del contorno. Junto a olivos centenarios recuerda que las mejores tiradas de tórtolas eran las de la segunda quincena de agosto.
En la finca de su familia se cazaban de manera continuada durante ese mes de canícula. En septiembre también hubo tiradas destacadas, pero Losada resalta como significativo de este mes el hecho puntual de que en los últimos años se hayan concentrado “una barbaridad” de tórtolas en algún rastrojo de la finca camino de África.
Este viaje de regreso al área de invernada es al que se refieren otros cazadores como fuente principal de las perchas veraniegas. “Pienso que la tórtola que hemos matado en Extremadura ha sido la que ha bajado, la que ha venido de paso hacia atrás y es cuando se han hecho las mejores tiradas”, afirma Juan Dávila, partidario de retrasar una semana el calendario de caza estival y alargarlo en septiembre.
Vecino de Quintana de la Serena, organiza la media veda desde principios de siglo para un grupo de socios. Miles de kilos de una mixtura de pipas, trigo, maíz picado, guisante y algo de yero se desparraman por los cuatro comederos repartidos en casi 3.000 hectáreas, allí donde Tierra de Barros se abraza al este con la Campiña Sur, donde los cultivos de cereal y oleaginosas salpican masas arboladas de monte mediterráneo.
Sobre la tórtola, es rotundo: “Yo cada año veo menos”. Se desentendió de las tiradas comerciales tras vender puestos en los primeros años. Estaban siete socios y vendieron otros siete puestos: “Hubo gente que tiró un cajón de cartuchos… ¡a tórtola, a tórtola! Pero luego me dije, no, esto no merece la pena. Esto es mejor para nosotros, el grupo que estemos y ya está”.
COMIDA SERVIDA
Dávila cuenta que cuando empezó a cazar no salía de casa a buscar tórtolas o a vigilar sus pasos. “Íbamos a los sitios querenciosos, y era muy raro que no cobrases una docena de tórtolas o tener un día de hincharte a pegar tiros. Ahora tienes que controlarlas y gastarte un dineral”, comenta resignado.
Habla del cenizo negro (Chenopodium murale) diciendo que él iba a buscarlos, no a ver tórtolas: “Veíamos los cenizos y decíamos ¡vámonos esta tarde!, y hacíamos perchas exageradas. Ese cenizo ha desaparecido mucho”.
Juan de Tena, uno de los socios, replica: “el cenizo tortolero, que dicen en mi pueblo”. Dávila mantiene que en la caza está influyendo mucho la agricultura agresiva y que el problema de la tórtola cuando llega a España es que no encuentra las semillas silvestres que antes abundaban.
“La tórtola venía buscando esa semilla, ¿pero ahora qué busca aquí? El cereal está verde, el trigo, la cebada, eso no comen. De las otras semillas, con todos los herbicidas… Y luego no dejan crecer nada en un barbecho”.
Insiste en que la maquinaria agrícola y los usos más intensivos han repercutido negativamente. Escuchaba a sus mayores que se sembraba mucha lenteja, y cuando las arrancaban a mano en mayo hacían manojos para luego recogerlos: “decían que las tórtolas en los haces, vamos, como bandos de palomas”.
Cuando los comederos o cebaderos para palomas y tórtolas todavía no se habían regulado en la Orden de Vedas extremeña, Dávila era el único que los hacía en las fincas que ahora gestiona. Los tiros en media veda sonaban ahí, pero no en las fincas colindantes.
Años más tarde, los linderos comenzaron a cebar a las aves y entonces este quintanense comprobó cómo las tórtolas se repartían y eso hacía que los resultados de capturas bajasen. Reconoce que ahora no sabe cómo hacer para tener más tórtolas, cuya disminución más importante la viene percibiendo desde hace un lustro.
En comederos que antes eran visitados exclusivamente por tórtolas, las perchas de media veda se llenan ahora de torcaces progresivamente. “Si no haces comedero no pegas un tiro, eso es más claro que el agua”, concluye.
Para Alejandro Gutiérrez, los comederos son algo negativo porque el objetivo final de los mismos es abatir el mayor número de piezas sin respetarse los cupos.
Como aficionado a la caza, entiende que “es una práctica nada ética que abate animales en condiciones desfavorables para la tórtola”, y asegura que no existe ningún estudio que haya evaluado los supuestos efectos positivos de los cebaderos.
La misma opinión tiene José Miguel Montoya Oliver, que los califica de “anti-fomento” de la especie. “Las falacias que se divulgan en esta materia son inasumibles.
No se trata de comederos sí, comederos no, sino de comederos cómo; la cuestión no es de opinión, ni de creencias, sino de saber hacer las cosas como es debido”.
Ligado a la caza durante más de 40 años, este profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid (Silvopascicultura en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes) cita como problemas de la tórtola el cambio de cultivos y de hábitats en general, así como una excesiva presión de la caza, y declara que su población está cerca del “colapso estructural”.
En este sentido, dándole a la caza el papel que pudiera jugar en la conservación de las especies, es rotundo y pesimista: “No tenemos un porcentaje de cazadores responsables, lo suficientemente numeroso, como para que puedan imponer sus criterios y reconducir la caza menor en España”.
Montoya defiende que la caza en media veda tendría que planificarse de tal modo que las capturas, repartidas a lo largo del periodo hábil, no superasen un porcentaje del renuevo total conseguido en el ciclo reproductor para que no se cazasen más tórtolas de las que se crían anualmente. Sería una forma de restablecer las poblaciones, pero asume que “hoy no hay nada que hacer”.
Para Gutiérrez es inviable volver a los niveles de población de los que fueron testigos, por ejemplo, los cazadores que se reunían en Palacio Quemado cada verano, pero considera que hay acciones que podrían incrementar la abundancia de tórtolas y beneficiar a perdices, codornices y numerosas especies protegidas.
El abuso de fitosanitarios, la estabulación de ganados, laboreos intensivos y cosechas tempranas, incremento de regadíos y la ausencia de linderos son medidas que, según dice, debieran evitarse mediante políticas públicas, centradas en potenciar sistemas agrícolas y ganaderos menos intensivos.
“Esto implica políticas económicas y medioambientales de gran calado y muy diferentes a las que nos tienen acostumbrados. Ahora bien, si estos cambios no se llevan a cabo y todo sigue igual, podemos ir olvidándonos de la tórtola, la perdiz roja y la codorniz en cuestión de unos años”.
VIAJE AL CONOCIMIENTO
El abanico de dudas abierto acerca de la especie y su situación global implica actuaciones coordinadas de los sectores científico, cinegético y agro-ganadero en un marco administrativo lleno de fronteras que las tórtolas cruzan en su ciclo vital, dejando a su paso conjeturas en el sector cinegético y muchas cuestiones por resolver.
“Parece que nos cuesta aceptar que el campo está abandonado a su suerte, y así no hay futuro para la tórtola común. En todo caso, habría menos confusión si en este país hubiera más apoyo a la investigación”, sostiene Gutiérrez.
Mediante un sistema de muestreo con estaciones de escucha pretende establecer un método que permitiera hacer un seguimiento continuado de la especie a nivel nacional: “No se trata de contar todas las tórtolas que llegan cada primavera a la península ibérica, sino de establecer el seguimiento anual de los principales núcleos de nidificación de la especie a largo plazo”. Pero no encuentra el apoyo institucional que necesita y para el que pone a Francia como referente.
En la Oficina Nacional de la Caza y la Fauna Salvaje (ONCFS) se realizan estudios sobre la tórtola europea para evaluar el estado y tendencia de la población, conocer el éxito reproductor y el índice de supervivencia, además de colaborar con los trabajos de diferenciación genética de las poblaciones que se están llevando a cabo a nivel europeo.
Son los primeros en utilizar tecnologías de seguimiento –geolocalizadores (GLS) y emisores vía satélite– para conocer las rutas migratorias de las tórtolas y descubrir las paradas o escalas que hacen estas aves para reponerse del esfuerzo de sus vuelos migratorios.
Las marcadas en Francia han constatado que en sus duros y largos viajes encuentran dos escollos importantes: el Sáhara y el cambio de continente. Después de atravesarlos hacen paradas de varias semanas entre el norte de África y el sur de España para reponer su constitución física y poder seguir en ruta.
Cyril Eraud, que participa en estos proyectos como miembro de la ONCFS, mantiene que es prioritaria la restauración de hábitats de nidificación y alimentación para las tórtolas, pero subraya la importancia de otros factores que puedan afectar a la dinámica demográfica teniendo en cuenta la naturaleza migratoria de esta especie, que pasa dos terceras partes de su ciclo vital migrando y en la región sub-sahariana.
Aunque costosos, de los marcajes de tórtolas con transmisores satélite se obtendrá información valiosa Sobre las tórtolas equipadas con GLS tienen pocas noticias hasta que no actualicen la base de datos con los resultados de los trabajos de este año, ignorando si algunas habrán sido cazadas esta temporada y sabiendo que hay tórtolas que han perdido sus emisores.
Aunque precisa que la caza no es la causa final en el descenso de tórtolas, el ingeniero Eraud explica que actualmente “hay que tener en cuenta que las prácticas de caza no sostenibles pueden contribuir a afectar negativamente a la tasa de crecimiento de la población, especialmente cuando la productividad es baja”.
Por este motivo, recalca que establecer un modelo de gestión que permita determinar la bolsa anual de caza acorde a la situación de la especie “es claramente necesario”, según se reflejaba en el Plan de Gestión de la Tórtola europea.
Para hacer frente a las necesidades de investigación, obtener más datos y desarrollar medidas de conservación, el equipo de Eraud cree que esto sería posible mediante un grupo de científicos europeos y conservacionistas de todas partes, al tiempo que los cazadores y distintos gobiernos “juegan su respectivo papel en la reversión de las tendencias demográficas”.
Una actuación conjunta que logre recuperar la población de tórtola común o europea y permita, sin exponer la conservación de la especie, rehacer su abundancia y protagonismo en la media veda. •
Daniel Puerta Serrano