Hace ya mil mundos que la caza ha cambiado, en general para bien y se ha, digamos, popularizado. Esto viene a cuento porque es imposible que consigamos un resultado igual al de hace decenios, pero, con cien veces más aficionados y con un cuarenta por ciento menos, pienso yo, de terreno apto para la práctica cinegética. Esto último nos adentra en la primera labor que deberemos realizar, en nuestro acotado, una vez comenzada la veda, y que es el censo.
¿Qué hemos abatido durante la temporada? ¿Qué nos falta? ¿Qué hemos visto y qué se han llevado las alimañas? ¿Qué nos queda? Es decir: ¿qué tenemos? Y en base a esos números aproximados, teniendo en cuenta cómo se avecina la primavera y, sabiendo que de donde se saca y no se mete, se acaba viendo el fondo, tendremos una idea más o menos acertada de lo que tenemos que hacer.
El asunto es básico: pocos predadores, pero sin provocar efecto sumidero, mucha comida y agua, tranquilidad y respeto. Sobre todo, respeto.
En este apartado tendremos en cuenta todos los animales que causen un perjuicio a nuestra fauna cinegética, desde ratas hasta jabalíes, incluyendo a humanos. Los que no sea legal abatir, caso del lince, meloncillo, humano, etc., habremos de entorpecer sus ‘tareas cinegéticas’. ¿Y cómo? Fundamentalmente, entaramando vivares, escondiendo, multiplicando y esparciendo bebederos y comederos, y procurando conseguir que nuestros pájaros perdiz campeen, coman y beban en zonas algo más ‘sucias’ que los barbechos y rastrojos tan cómodos de andar, para nosotros, claro.
Las ratas comen huevos, más que las urracas, pero allí donde haya una edificación se pueden poner trampas para ellas, al ser legal. El jabalí es otro animal que se puede controlar y, además, añadirá un motivo más para disfrutar del acotado.
Perros y gatos asilvestrados, allí donde esté autorizado eliminarlos o capturarlos, han de ser, desde mi punto de vista, nuestro principal objetivo, pues está comprobado que son mucho más dañinos que el zorro. No temen ni respetan rastros o ruidos humanos, por lo que no dejan de cazar hasta que se les captura. Ni de noche ni de día lo dejan, paran cuando tienen sus panzas llenas, además de criar regularmente, al no ser de reproducción estacional como las especies salvajes.
Evidentemente, los animales salvajes tienen sus comederos y bebederos en su hábitat natural. No se morirían de hambre si no les ayudásemos; pero, bien comido y bien bebido, se está mejor. Si dispersamos bebederos y comederos conseguiremos, de igual forma, dispersar a los bandos o familias, no habrá competencia por las cercanías a los puntos de agua y comida, y a las alimañas les resultará más difícil la caza. Además, ante una goma o boya rota, es menos engorroso arreglar y llenar diez bebederos de cincuenta litros que uno de mil.
Es muy importante contar con los puntos de agua naturales por la vegetación que mantienen y, aunque se crea lo contrario, es preferible poner los bebederos en sitios con humedad, ya que la hierba que crece alrededor atrae insectos y los pollos de perdiz son exclusivamente insectívoros casi durante su primer mes de vida; si se emplazan los bebederos en donde haya aguaderos que se secan en verano, mejor que mejor.
Si tenemos jabalí o posibilidad de ello, hay que proteger los depósitos y los bebederos en la medida de lo posible, incluso se los puede elevar. Si no se quiere mantener a la mayoría de los pájaros de la comarca, se les puede dar maíz a las perdices y a los conejos. No se compliquen: ni fruta ni verdura, solo maíz y pan duro.
Este apartado es de exclusiva competencia humana, pues los que rompemos la tranquilidad del entorno somos nosotros. El arma de fuego, aparte de ser poco efectiva, es ruidosa y conlleva movimiento de coches y de personas a horas de tranquilidad en el campo. En un paseo desde el aguardo hasta el coche podemos espantar un bando que será carne de cañón durante el resto de la tarde y la noche y, si son jóvenes, peor. Los lazos legales son efectivos y trabajan a tiempo completo. De todos modos, los cazadores deportivos debemos evolucionar con los tiempos y los lazos encierran cierto peligro para otras especies.
Para seleccionar especies a controlar y, dentro de ellas, ejemplares determinados, además de no alterar la tranquilidad del campo en época de cría y desarrollo de nuevos ejemplares, lo mejor son las jaulas-trampa.
El animal que suele caer es, casi siempre, joven, y cuando se queda encerrado se aplasta y ni se mueve, el calor le ataca menos, por lo que, ante una falta en el repaso diario de las trampas, no muere y se puede decidir si se elimina o no el animal capturado. Las jaulas funcionan, pero hay que cogerlas el tranquillo.
La tranquilidad quizá sea lo más importante, porque nuestros cotos ya no son las grandes extensiones de antaño y, muchas veces, en tres o cuatro vuelos mal dados y apretadas por un motivo inusual, las perdices y demás aves se pierden en los cotos vecinos. Cuatrocientas hectáreas no son nada para un bando y un zorro puede cazar en dos o tres fincas en una noche.
Como decía un torero famoso, “Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible”. Si vemos que flojean los conejos, no cacemos el descaste. Si hay pocas parejas de perdiz, no abusemos con el reclamo. Si no se ven liebres, soltemos un perro en vez de dos y el cachorro. Todos buscamos cotos para varios años y luego nos comportamos como si nos fuésemos a ir mañana.
La caza nos proporciona momentos y situaciones de lo más placentero. No nos quieren, porque nos envidian. No entienden cómo el simple movimiento del índice mueve tantas ilusiones, tantas alegrías, tantas emociones y tanto dinero y empleo.
Cuidemos de nuestros animales y de nuestra afición con exquisito cuidado para poder dejar a nuestros hijos el mejor de los legados: la vida y el campo.
El efecto ‘sumidero’
Todos sabemos ya que la mayoría de las especies predadoras son territoriales, de modo que donde vive y cría una pareja de zorros adulta es casi imposible que admitan otro ejemplar fuera del grupo familiar, por muy provisional que sea tal grupo.
Una vez decidida la ‘propiedad’ del territorio, basada en señales sonoras, olfativas y visuales, el dueño de la zona mantiene ‘su concesión’ libre de intrusos.
Así, eliminar demasiados ejemplares adultos resulta contraproducente, porque, en vez de una pareja en el valle, habrá una hembra y a su alrededor tres o cuatro machos desparejados intentando ocupar ese territorio. Entonces, tendremos cinco bocas para demandar alimento en vez de dos. Y puede que tarden en dirimir la propiedad más de un mes.
Por eso las hembras de zorro se cierran, en la época de celo, con dos o tres machos, porque no son capaces de marcar un macho dominante de forma clara, ya que, en muchos de los casos, se podría comprobar que son hermanos de camada. Nuestro objetivo tiene que ser los cachorros y jóvenes, y conservar, aunque suene extraño, a los adultos ‘titulares’ que mantendrán el número de ejemplares foráneos a raya.
Juan Pedro Juárez