El rececho es una modalidad que consiste en el acercamiento sigiloso al animal para capturarlo o, más frecuentemente, para darle muerte.
Es, quizás, la modalidad más extendida en el mundo y probablemente la más antigua, practicándose desde tiempos inmemoriales, como lo atestiguan las pinturas rupestres del hombre prehistórico en persecución de las piezas de caza.
Sin embargo, el rececho se ha asociado y se asocia habitualmente a una modalidad diurna, que supone recorrer un terreno, generalmente a pie y muchas veces no exento de un esfuerzo físico importante. La caza en ausencia o escasez de luz diurna añade una importante dificultad.
Ha sido, precisamente, esa falta de visibilidad, a la cual el hombre está escasamente adaptado, la que ha hecho que especies de hábitos antaño fundamentalmente diurnos (como los cérvidos) hayan transformado sus costumbres en evitación de nuestra presencia.
En la caza nocturna, de hecho, se requiere una mínima luminosidad que permita, en primer lugar, saber qué terreno pisamos y, en segundo, qué animales nos rodean. La identificación animal en la noche se puede hacer muy ardua, máxime si se quiere ir más allá.
Distinguir sexos, estados de madurez, clases de edad o trofeos se puede convertir en tareas ímprobas bajo una escena de escasa luminosidad.
LA LUZ LUNAR.
Por ello, es lógico que la caza nocturna se apoye en la principal fuente luminosa durante la noche, nuestra imprescindible luna.
Si bien la luz de luna no es igual que la luz solar, aunque sea reflejo de ésta, pues su potencia y radiación es infinitamente menor (hacen falta aproximadamente 450.000 lunas llenas para igualar la luz solar que llega a la Tierra) pero suficiente para vislumbrar objetos, aunque dejemos de apreciar los colores.

Hablar de caza con luna es hacerlo casi siempre de espera, siendo el rececho nocturno una modalidad poco conocida en España.
Además, la luminosidad de la luna varía con la fase en la que se encuentre y con su posición en el cielo (sale 50 minutos más tarde cada día), lo que hace aún más intrigante la caza nocturna.
Esto, unido a factores como la nubosidad, la duración de la noche, el reflejo o albedo del terreno (por ejemplo un barbecho frente a un rastrojo) o las sombras producidas por un follaje del arbolado más o menos denso, hacen que los factores que participan de la caza con luna sean numerosos aunque en este caso muchos de ellos puedan ser fácilmente predecibles (por ejemplo la hora de salida de la luna, la duración de la noche, la nubosidad, etc.).
Otros muchos serán impredecibles o inciertos (abundancia poblacional, movilidad de los individuos, sex ratio de la población, experiencia del animal, abundancia y distribución del alimento, presencia de especies competidoras, depredadores, rachas de viento local, etc.).
Esto consigue que los factores implicados en la caza nocturna sean los comunes a la caza diurna, múltiples y muchas veces impredecibles, pero con el añadido del factor “luz” que cuando aparentemente todos los factores están de cara, éste puede determinar el destino final del animal.
Es, precisamente, por esa escasa luminosidad por lo que la caza nocturna no es apta para muchas especies cinegéticas (como los cérvidos), ya que el trofeo del macho es muchas veces difícil o imposible de apreciar.
Sin embargo, otras especies como el jabalí, de muy difícil observación a plena luz del día, son más propensas a su caza en la noche. La prueba está en que el jabalí en nuestras tierras se caza habitualmente a la espera o aguardo y la caza a rececho (nocturno) queda limitada a pocas zonas donde es costumbre practicar la ronda (rececho nocturno con ayuda de perros).
De hecho, en muchas comunidades autónomas la única caza nocturna autorizada es la espera o aguardo al jabalí, quedando el rececho relegado desde una hora antes del amanecer hasta una hora después del ocaso.
Asimismo, no ha existido nunca una fuerte tradición al rececho nocturno, al menos en España, mientras que en otros países sí se estila esta modalidad, como es el caso de Turquía o Argentina.