El tipo de terreno, el estado de la luna, la óptica a emplear… son algunos de los factores que deberemos tener en cuenta si queremos tener éxito en la práctica de esta emocionante modalidad. A través de anécdotas y vivencias propias, Pablo Capote nos desvela, acompañado por los mayores expertos aguardistas de nuestro país, todos los secretos sobre esta caza.
Podría decirse que formo parte de una de las cofradías más selectas de expertos esperistas de este país, un grupo de amigos con los que me reúno cada cierto tiempo para comer un cocido o lo que se tercie, y aunque confieso que en esta hermandad ostento el cargo de oveja negra, he pensado que las impresiones de un recechista sobre los aguardos podían tener algún interés.
Todo surgió hace unos años cuando Alfredo Martín convocó a una serie de amigos que le habíamos ayudado en la edición de uno de sus libros para celebrar su publicación, y la cosa de alguna forma se institucionalizó.
Como muchos lectores sabrán, Alfredo, El Tío Luna, es un reputado esperista y, como Dios los cría y ellos se juntan, en el grupo están presentes, además del propio Alfredo, varios de los especialistas más reconocidos de la Península, como su hermano Antonio, Félix Díaz del Campo, Paco Basarán, José María Baranda o Mariano Fernández Bermejo; como ven, la flor y nata de la espera española.
Así que resulta curioso que este escogido corro de aficionados al aguardo compartan cocido con alguien incapacitado genéticamente para esperar nada, como un servidor.
A lo largo de los años hemos tenido reuniones de todo tipo, donde no ha fallado la gastronomía, la música ni la diversión, y nos hemos encontrado en restaurantes y también en la finca de uno u otro para pasar un par de días y además cazar.
Hemos dado batidas al jabalí, incluso han conseguido que pase cierto tiempo quieto en una espera y que cobre alguno, sin duda toda una azaña por su parte. Y es que las esperas no están hechas para un culo inquieto como yo.
No sabría decir por qué necesito moverme: puede que sea la consecuencia de un trauma infantil por haber pasado muchas noches de verano subido a una higuera esperando a un cochino “malqueda”, o lo mismo es para bajar los cocidos, o simplemente me muevo para no estar quieto, como dijo a su madre el hijo de un amigo cazador al dar un pisotón a un escarabajo cuando esta le increpó: “¿Por qué lo has matado?” y el niño le contestó: “Porque estaba vivo”.
El caso es que me cuesta estar parado y en muchas ocasiones acabo saliendo del puesto y dando un paseo o, mejor dicho, un pequeño rececho nocturno, y así he descubierto que lo que me diferencia de mis amigos es eso, que me aburre permanecer inmóvil, ya que otras de las sensaciones y experiencias de la caza nocturna creo que las disfruto también.
En estos recechos nocturnos o rondas sin perros y con rifle me he dado cuenta de que deben cumplirse ciertas condiciones importantes que quizás en una espera al uso no lo sean tanto.
EL TERRENO
Mientras que una espera puede hacerse casi en cualquier tipo de terreno, un rececho debe plantearse en un espacio lo más limpio y abierto posible, ya que la clave es ver al jabalí de lejos y que la silueta contraste con el fondo para distinguirlo.
El recechista debe desechar de entrada otro tipo de terreno y centrarse en estas zonas tipo dehesas, tierras o rastrojos, que son tomadas sin problema por los guarros al amparo de la noche; aunque cerciorarnos de su presencia antes, mirando si hay muestras, es muy conveniente.
LA LUNA
Un rececho a la luz de la luna es toda una experiencia. En una espera, una luna más o menos llena es de gran ayuda, pero se puede cazar también en noches cerradas. En un rececho nocturno es imprescindible algo de luz, aunque solo sea para poder andar.
Con luna llena los guarros grandes recelan más y, recechando, es más difícil valorarlos; pero, en contrapartida, se tiene la ventaja de cubrir más terreno y poder ver a los animales de lejos.
En cuanto a la posición con respecto a la luna, he comprobado que, al contrario que con el sol, el animal se ve mejor a contraluz, ya que, a cierta distancia, el costado en sombra del jabalí se recorta mejor con el fondo que si la luz de la luna le da de plano.
Al hacer más sombra, que es lo que en realidad se ve, se advierte mejor el movimiento. Como en cualquier rececho, el secreto es mirar mucho.
En zonas donde no hay mucha presión es normal que los guarros salgan del encame entre dos luces o directamente de día, con lo que la luna no es tan fundamental.
De esta forma, no es raro encontrarse con jabalíes recechando corzos o rebecos, y hay comunidades en las que se pueden tirar; hasta hace poco en Castilla y León estaba permitido cazarlos en estas circunstancias, algo que, incomprensiblemente, se ha vuelto a prohibir.
Yo, la verdad es que he visto muchos guarros grandes recechando pero, aunque he tirado alguno, reconozco que me pasa algo parecido a ese de Bilbao con las setas y los Rolex, y si voy al corzo me cuesta disparar a un guarro; hay quien tiene manías vascas sin serlo.
Sí que me gusta intentar entrarlos para ver cuánto consigo acercarme, es un entrenamiento que me parece impagable. Para mí, que soy pescador de trucha, es como la captura y suelta, y tengo claro cuándo he ganado la partida al jabalí sin necesidad de cargar con él, y la experiencia merece la pena.