Este artículo aborda el debate sobre la importancia del parásito Cephenemyia stimulator, causante de la miasis faríngea del corzo. Los autores aportan información para señalar que no hay pruebas suficientes hasta la fecha que permitan asociar al parásito con una mayor mortalidad o con una pérdida de la calidad del trofeo, pero indican la necesidad de profundizar en el estudio de las enfermedades de la caza.
El corzo es el cérvido ibérico que más ha incrementado su área de distribución y su abundancia en las últimas décadas. A lo largo de este proceso, ha pasado de duende del bosque a pesadilla de conductores y agricultores hasta en zonas en principio poco favorables para su presencia.
Pero por encima de ello, el corzo constituye un atractivo natural, forma parte importante de la dieta de predadores como el lobo y es una de las principales y más apreciadas especies de caza en España. El corzo es muy abundante en algunas regiones, particularmente en la mitad norte peninsular, lo que no sólo facilita su observación, sino también la circulación de parásitos y enfermedades.
CICLO DEL PARÁSITO
Las miasis nasofaríngeas se deben a oéstridos, unos dípteros (moscas) muy especializados cuyas larvas son parásitas y se desarrollan lentamente en el interior de cavidades de los mamíferos afectados.
Las formas adultas, en cambio, no son parásitas y tienen una vida relativamente corta.
Las moscas hembras fecundadas deben buscar hospedadores adecuados sobre los cuales depositar su progenie, para dar lugar a una nueva generación de larvas.
Las larvas tienen tres fases de desarrollo, conocidas como larva 1 (L1), L2 y L3, respectivamente.
Estas larvas cuentan con unos pequeños pero fuertes ganchos, que utilizan para desplazarse por las superficies mucosas como la nasofaringe, la cavidad oral y la tráquea de su hospedador.
Las L1 son diminutas, casi imperceptibles a simple vista, y se desarrollan principalmente en fosas y senos nasales.
Las L2 ya son visibles, principalmente en la faringe.
Las L2 maduran a L3, que son las que abandonan al hospedador, se entierran y forman una pupa (el estadío en el que se produce la metamorfosis a mosca adulta).
A finales de primavera o en verano las pupas darán lugar a nuevas moscas adultas, en busca de pareja… ¡y de corzos!
EL EQUILIBRIO ENTRE PARÁSITOS Y HOSPEDADORES
Parásitos y mamíferos llevan muchos siglos, milenios, de convivencia. A lo largo de ese tiempo se han producido adaptaciones en unos y en otros hasta alcanzar un equilibrio. En una población cualquiera de mamíferos, la mayor parte de los individuos no tiene ningún parásito de una especie concreta, o sólo unos pocos. Algunos individuos, por su parte, son hospedadores para cantidades modestas de parásitos.
Excepcionalmente, ciertos individuos concretos (los menos resistentes) resultan fuertemente parasitados, sirviendo de hábitat a una enorme cantidad de parásitos. Obviamente, muchos parásitos juntos pueden causar daño, a veces mortal, al hospedador. Aquí es donde se produce el equilibrio: si unos pocos individuos mantienen a muchos parásitos, cada vez que desaparece uno de ellos (por culpa del parásito o no), desaparece una porción importante de la población total de parásitos.
Pero como hay muchos otros hospedadores que mantienen pocos parásitos, la supervivencia del parásito a largo plazo está asegurada. Este equilibrio por tanto beneficia al parásito, pero paradójicamente también beneficia al mamífero hospedador: no es interesante para el parásito producir muchos casos de parasitación masiva, ya que ello causaría demasiada mortalidad en los hospedadores que al fin y al cabo constituyen su único hábitat.
Hay excepciones, por supuesto: por ejemplo, una población de hospedadores muy debilitada por otras causas (sobreabundancia, falta de recursos, otras infecciones) resulta mucho más propensa a la parasitación. Igualmente, un parásito nuevo, frente al que el hospedador carezca de resistencia inmune adquirida, puede causar mayores daños que los parásitos ya establecidos.