El caso es que, en el horizonte, se ven planeando guantazos que, mucho me temo, nos los van a dar a los cazadores, aunque sea para escarmiento de otros. La tan esperada época estival de esperas o aguardo a los gorrinos, una gran afición, con rasgos de enfermedad para algunos, se está empezando a transformar en excusa, tapabocas o necesidad, dependiendo del rincón del que se quiten las telarañas.
Si se toma como excusa nos deja como aprovechados insensibles que, en esta época negra, cazamos mientras los demás se mueren. Si tapabocas, quedamos como tontos a los que una piruleta tranquiliza, relaja y calla mientras que el resto del mundo se dedica a algo serio: luchar contra la pandemia más grande de la época moderna. En el más temido –por mí–, escenario, que es la necesidad, seremos los asesinos a sueldo que acabarán pidiendo dinero por matar pigglets (lechoncitos, véase Winny de Poo). Como decía mi señor padre: si canto me llaman loco y, si me callo, cobarde. Ya metidos en faena y, como nos las van a dar de todos modos, agachamos las orejas y seguimos por la linde, aunque esta se acabe.
Pienso que hay una serie de aspectos que hay que considerar a la hora de perseguir a esos cerdos hirsutos, que a algunos robaperas les da tanto enojo y a nosotros nos dan tanta gloria. No los voy a enumerar ni a nombrar ahora, porque seguro que me sale alguno más y luego me da rabia corregir, así que, ‘los vamos a ir viendo’.
Sé de algunos que ponen gran cantidad de comederos y que se divierten ‘mucho’ oyendo el crujir del grano –en esas noches tan calmadas y con amplificadores de sonido– de otro comedero a ciento cincuenta metros. Comederos: uno y a esperar, que es de lo que se trata, de lo contrario, es rececho, acecho, vaqueo o lo que sea.
Como lo que queremos es un gran cochino, hay que ponerlos en zonas de comida, no en medio de los pasos, ya que en ellos entrarán piaras, que es lo que menos quieren los verracos en esta época. Además, si se encuentran con algo nuevo en una trocha, lo más seguro es que lo extrañen y desconfíen.
No creo conveniente que se transforme el aguardo es un spa gorrinero. Con esto quiero decir que no debemos apelotonar las ofertas: baña, comida, rascadero, manicura… todo en veinte metros. Puede pasar que el gocho, si es que lo toma, no se separe demasiado de ello y que se espante en cuanto aparezcamos.
Además, ellos, aunque cerdos de poco cerebro, tienen su instinto y sus querencias, que es donde debemos aguardarlos, aumentando un poco las ofertas que la naturaleza les brinda, es decir, que no se acabe el alimento donde comen, el agua donde se bañan ni el atractivo en el rascadero. No deberíamos variar esos entornos en absoluto, es más, cuanto menos lo toquemos, lo andemos y lo movamos, mejor.
No me creo, con todos los respetos, que alguien haya conseguido un buen trofeo situando el puesto a una distancia tan corta que el marrano pueda oler nuestro aliento. Eso podía ocurrir en épocas de la pólvora negra y ‘las de los ojos negros’, de ahí que la inmensa mayoría utilizase las postas. Ahora, con todos los artilugios que tenemos, considero un atraso ponerse cerca de los comederos, bañas y demás, lo que nos lleva a otro punto: aprovechar terrenos limpios o sucios de monte.
Nadie duda ya que los topos y los cochinos, sobre todo de noche, visitan al mismo óptico: a uno tan ciego como ellos. Por eso y, conociendo su oído y su olfato, podemos deducir que, cuanto más lejos, mejor.
También tenemos que considerar que un depredador estará al acecho entre el monte, por lo que los jabalíes andan más cautos en lo sucio. En las siembras y rastojos es más fácil detectar los peligros, están viendo algo más y los aires y los sonidos son más claros. No andan con la misma confianza en limpio que entre el monte. Que se paran en la raya a ver, oír y airearse…, sí, de acuerdo; pero, ¿quién tiene prisa?
Más importante que los aires, por regla general, es la orientación de la postura. Para el aire, lo único que hay que hacer es aumentar la altura de la torreta.
Pero un gran error, del que nos damos cuenta siempre tarde, es la orientación con respecto a la luz de la luna. ¡Siempre de espaldas, nunca de frente! Rebrillamos más que el jueves de Corpus: dan reflejos reloj, visor, rifle, gafas, anillos, cremalleras, costuras reflectantes… ¿Y esas caras? Esas caritas redondas como panes, que se nos ponen perladas de sudorcillo y que se ven desde la otra punta del mundo.
¿Y cuándo nos echamos el visor a la cara? Esas sombras, esos reflejos, esas chiribitas caleidoscópicas que aparecen cuando entra la luz de Selene por el tubo, ¡qué maravilla! Y nosotros buscando el bulto y ¡venga rifle para arriba!, ¡y venga visor para abajo!, ¡y brillos por aquí y brillos por allá! Pues eso: orientación.
Los aparatos, calibres, visores y demás, me temo que deberán ir a estudiarlos a la Universidad de París, léase don Juan Francisco.
Hay costumbres que, cuando uno ya es mayor, las toma como dogmas de fe y que no son más que eso: costumbres que no les sirven a todos. Pero como no creo que esto de la caza sea un deporte y menos una competición, echo dentro de la olla unas cuantas ideas tan inservibles para unos, como útiles para otros.
Creo que no hay que perseguir ni forzar situaciones, lo más importante es poder jugar el lance cuando el animal esté más tranquilo.
Aunque no me he creído nunca lo del escudero, más creo en el impaciente, no hay que tener prisa en disparar y, si se usan visores de los modernos, buscar al animal más alejado y quieto: un cochino grande sabe que, en cuanto quiera comer, le dejarán tomar el comedero y se apartarán.
No corramos detrás de la primera sangre: es fácil que, según vamos dando tropezones en la oscuridad, vayamos espantando un animal herido que, en condiciones de tranquilidad, se tumbaría en el primer sitio que encontrase, hasta enfriarse y morir.
No llenemos los charcos de aceite ni gasoil: el Zotal es igual de efectivo, más barato y biodegradable. No nos denunciarán por su uso. De todos modos, no lo uséis en donde pueda acabar en cursos de agua.
En siembras y rastrojos se consiguen buenos trofeos, aunque haya que recechar de vez en cuando.
Y, siempre, cuidado con los compañeros de espera.
Juan Pedro Juárez