Ya he escrito en el pasado que tenemos que cambiar la forma en la que cazamos los corzos si queremos sacar el máximo de nuestros Capreolus: España es un paraíso para esta especie gracias a los buenos y suaves inviernos, que aumentan la supervivencia de las crías, y al abundante cereal en amplias zonas, lo que ayuda a pasar lo peor del año. Esto nos ha llevado a haber tenido nada menos que 27 corzos entre los 100 mejores de Europa. Se dice pronto, 27 % de los mejores trofeos de Europa en un país que no alberga ni siquiera un 5 %-10 % de la población.
Disminución del tamaño del trofeo.
Pero ese dato es engañoso. Porque la realidad es que esos grandes trofeos se han dado casi siempre en las zonas recientemente colonizadas, donde las condiciones son las mejores y los machos pueden engordar antes de que la presión aumente. En el resto de España cada vez es más complicado abatir un buen macho. ¿Por qué?
Hay dos grandes responsables de esta falta de grandes trofeos. La primera es el exceso de densidad que nos ha traído la caza en exclusiva de machos. A mayores densidades menos alimento para los corzos y por ello peores trofeos.
Siempre me gusta decir que las hembras, cuando hay demasiada abundancia, es como si se alimentaran de cuernas de corzo y no las dejaran crecer. Cuando tenemos un desequilibrio entre el número de corzos deseable y la realidad, cosa que pasa en casi toda el área de distribución de la especie desde hace algunos años, los corzos pasan hambre y eso se traduce en menor tamaño de cuerna.
Tan solo con una excelente alimentación podemos conseguir que los machos den el máximo potencial y pasen de sobra esa barrera de corzo medallable que todos buscamos. Pero no solo hace falta que un macho engorde. Es necesario dejarle que cumpla unos pocos años para conseguir lo mejor de su genética. En cuanto a la altura máxima de cuerna, la va a alcanzar con 2 o 3 años, pero el grosor y volumen solo se obtienen con un par de años más y se alcanzan sobre los 5 años.
Pero eso es casi una quimera en este país, porque tanto el sistema de caza por precintos como los contratos de alquiler de las zonas de titularidad municipal de periodos de 5 años no ayudan en absoluto.
En efecto, cuando se arrienda un coto, digamos con 8 precintos, en un término de unas 2000 hectáreas, cifra muy ajustada a lo que hay por ahí, el precio puede superar con creces los 10.000 y eso significa que cada corzo legal estaría en 1250, por lo que nadie lo va a usar para abatir un corzo que no sea el mejor.
Pero los precios a veces son muy superiores y muchos de nuestros «lazarillos de Tormes» usan la más impune picaresca para abatir todo lo que tenga una cuerna decente de 6 puntas.
Todo hay que decirlo; que, como el ciego del libro, los alcaldes corruptos venden un precinto al precio de 2 y al final el pícaro se toma 3. Eso nos deja el mejor de los cotos en unos años con una población de machos en su inmensa mayoría de menos de 3 años. Así es imposible obtener un buen trofeo.
Abatir juveniles y hembras.
Si seguimos con el mismo coto, la realidad es que en esas 2000 hectáreas, con una densidad normal de unos 8 corzos por km2 se deben abatir todos los años no menos de 25 o 35 machos y otras tantas hembras, o incluso más. Si matamos machos adultos trofeo el sistema no funciona, por ello se deben abatir al menos 2 tercios de machos jóvenes y viejos, siendo tan solo trofeos esos 8 precintos.
Insisto en que tan solo abatiendo animales jóvenes y hembras podremos mantener el coto en regla con densidades óptimas que permitan abatir machos con edad suficiente y con trofeos de bandera. Es, por tanto, necesario un cambio de paradigma en cuanto a la gestión. En primer lugar, con una diferenciación en los precintos para que se puedan establecer unos para trofeo y otros para corzos no trofeo.
Y en segundo lugar, que los contratos de arrendamiento deban ser de al menos 10 años para que se pueda hacer una gestión ordenada y dar tiempo a una recuperación de los machos en cualquier coto descastado por esos lazarillos que ya he mencionado.
Pero para poder implementar este tipo de gestión, al menos debemos dar alguna pauta para poder saber qué debemos cazar, así que ahí vamos.
Existen algunas características propias de los corzos adultos, tanto en la apariencia de su cuerna como en su aspecto físico. Si bien el tamaño de la cuerna no puede considerarse un dato fi dedigno, ya que un corzo de dos años puede lucir un gran trofeo, la disposición de las rosetas sí puede servir de referencia.
Cada vez que el corzo cambia la cuerna, los pivotes pierden algo de hueso, más en la parte exterior de los mismos, así que con el tiempo las rosetas van adoptando ese ángulo y los pivotes se van acortando, dejando cada vez más la cuerna pegada al cráneo.
Por otro lado la estructura física del corzo también cambia con la edad, perdiendo gracilidad y ganando en fortaleza. El cuerpo del corzo adulto es más compacto y marcadamente más robusto, y su cuello engrosa con el paso de los años, adoptando una postura más gacha.
¿Qué se debe cazar?
Los machos jóvenes son ciertamente fáciles de identificar, puesto que sus características son evidentes: animales muy ligeros de cuerpo, con el cuello muy fino. No solo son fáciles de centrar por su físico, sino también por su comportamiento. No tienen la picardía de los machos de más edad y por ello resultan hasta facilones.
En abril están todavía sin desmogar, lo que los diferencia claramente de los machos adultos. Así que podemos usar ese criterio para retirar los que peor condición corporal presenten. Luego podremos aprovechar que van a ser los más tontos del patio a la hora de acudir al reclamo, puesto que hormonas tienen pero no las necesarias para entender que no va con ellos.
En cuanto a los corzos viejos, podemos identificarlos por las hechuras de animal adulto con signos de cansancio porque llevan la cabeza en posición más baja que el común de los corzos, además empieza a caérseles la grupa. Pero quizás el rasgo que mejor los encuadra es la posición de las rosetas, que están muy pegadas al cráneo y en forma de tejadillo, siendo más baja la parte externa y más alta la interna.
Esto se produce porque con cada desmogue la cuerna se lleva una parte del pivote óseo, siendo el desgaste mayor en el exterior del mismo. Con los años se produce un desnivelado de la base de ambos pivotes y un acortamiento que pega la cuerna al cráneo.
En cuanto a los corzos maduros, debemos diferenciar los que prometen por jóvenes y los verdaderos trofeos a abatir. Los primeros son animales que ya han pasado su primer año, es decir, dos a cuatro años, y que todavía conservan características de animal joven: cuerpo todavía ligero y sobre todo con cuello poco aparente después de la muda de invierno. Hay que poner especial cuidado en julio durante el celo porque a todos los machos se les engrosa la piel en esa parte del cuello y eso nos puede confundir. Si tenemos dudas es mejor dejarlo un año más.
Para terminar, tendríamos aquellos machos maduros de 5 a 6 años que ya han cumplido y que se reconocen por lo compacto de sus cuerpos y el tamaño exagerado de sus cuellos. Son muy evidentes al estar en la plenitud de sus fuerzas.
Si llevamos un buen control del coto, al repetir los machos territorio, es posible identificarlos de una año a otro y ver cómo van evolucionando para poderlos cazar cuando toca. Supongo que el lector atento se habrá fijado en que no he mencionado para nada el tamaño de la cuerna cuando he hablado de los criterios de edad y selección.
Es una decisión deliberada puesto que un corzo de un año puede ya tener una cuerna excelente que nos lleve a engaño; o incluso que con 3 años un macho pueda ya ser un trofeo medalla holgada, pero que habría que haber dejado crecer un poco más.
Ante un corzo, lo primero es mirar las hechuras y luego, cuando ya tenemos una idea de la edad, fijarnos en el tamaño de la arboladura. Sé que es como clamar en el desierto, pero así empezamos algunos hace más de 20 años con las corzas y hoy ya hay quien no duda en cumplir su cupo de hembras. Así que no me cansaré de empujar en esa dirección que nos lleve al cambio de paradigma en la caza y la gestión del corzo en España.
Rafael Centenera