La ‘captura y suelta’, eso que es hoy tan frecuente en la pesca y que parecía vetado al cazador, es una realidad. En su último viaje a Namibia, el autor tuvo la oportunidad de pasar un par de días con un equipo de veterinarios capturando animales vivos para luego devolverles la libertad. Este es el relato de esta singular experiencia.
Desde mi primer safari en Namibia, hace treinta años, las cosas han cambiado mucho. En temas de naturaleza, el término ‘cambio’ casi siempre es a peor, y en este caso esa premisa se confirma. Enormes zonas que eran espacios abiertos, donde los animales se movían con total libertad siguiendo sus migraciones naturales en busca de alimento, ahora se han convertido en fincas cercadas.
Para mí, que soy un defensor a ultranza de la caza de animales en total libertad y salvajes, esta es una parte muy negativa que la civilización está trayendo al continente negro, y me llena de tristeza ver aquellas inmensidades limitadas por una cantidad cada vez mayor de alambradas.
Pero si queremos ver el lado positivo de todo esto, la aparición de estas fincas cercadas se debe al creciente valor que está teniendo la caza en estas zonas. La demanda de safaris de trofeos ha crecido mucho, lo que ha hecho que también hayan crecido las empresas que se dedican a ello, y por lo tanto la superficie de territorio que se gestiona para la actividad cinegética, y que antes se dedicaba a otras actividades, principalmente a la ganadería.
Todo ello ha contribuido a que el número de animales salvajes se haya incrementado, tanto por los cuidados de los propietarios de las fincas, como por el aumento del número de puntos de agua de los que disponen los animales. En muchas zonas de África, el agua es el factor limitante para que aumenten las poblaciones salvajes, y si se pone agua, el número de animales aumenta de forma importante.
Cuando aumentan los animales de caza, también aumentan los depredadores, y felinos como los leopardos y guepardos también han aumentado de forma paralela, lo que sin lugar a dudas es una más que buena noticia.
LOS COLONOS Y LA GANADERÍA
Pero lo que me parece más interesante no es en sí la cantidad, sino la variedad. Con la llegada de los colonos blancos, a finales del siglo XIX y principios del XX se produjeron muchos cambios en lo que se refiere a la fauna y el medioambiente. La principal fuente de ingresos para esta gente era la ganadería, una ganadería exigua debida a un medio semidesértico y hostil.
Se calcula que la carga ganadera de una finca de 5.000 hectáreas (el tamaño medio de las fincas en Namibia) no excede de las trescientas cabezas de ganado vacuno. Además, el país está sujeto a ciclos de siete años (más o menos) en los que se alternan épocas de bonanza, con lluvias más o menos abundantes, con épocas de sequía, que pueden llegar a ser extremas.
Estas condiciones hicieron que los colonos viesen la fauna local como una amenaza, por competencia por el alimento, con el sistema de ganadería que intentaban instaurar en la zona. Por ello, parte del trabajo de los colonos-ganaderos era abatir los animales salvajes que viesen en sus fincas, para que el ganado dispusiera de más alimento.
Esto supuso que muchas especies desaparecieran. Otras consiguieron sobrevivir, en gran medida por su gran capacidad de adaptación al medio, su abundancia previa a la llegada de los blancos, y también –por qué no– porque los granjeros permitían cierto número de estos animales en sus tierras para poder abatirlos de vez en cuando como aporte de carne para la familia.
La carne de antílope es de gran calidad y sabor, pero no se podía vender y producir ingresos para aumentar sus rentas, por lo que el consumo era exclusivamente dentro de la granja.
En este punto, destacar que el país se dividió en dos –literalmente– por una verja de cientos de kilómetros de largo. En la zona sur se erradicaron todas las especies que podían transmitir enfermedades al ganado doméstico, como el ñu azul, antes muy abundante en todo el país, debido a que era un portador y transmisor de la fiebre aftosa, una grave enfermedad que afectaba al ganado vacuno. Algo similar ocurrió con el búfalo, también abundante en muchas zonas, que además de la fiebre aftosa podía ser portador de la tuberculosis.
EL AGUA Y LA CAZA COMERCIAL
Por otro lado, lo primero que buscaban los granjeros era conseguir agua, ya que sin este preciado líquido sus explotaciones eran inviables. Curiosamente Namibia es rica en aguas subterráneas, por lo que, una vez excavado el pozo, se podían explotar zonas donde antes era imposible la subsistencia de animales.
Pero esto benefició también a las especies de la fauna local, haciendo que ellas colonizasen zonas donde antes no podían vivir, y que, si no se las controlaba por la caza, su número aumentaba de manera muy rápida, especialmente durante los ciclos de abundancia.
En los años setenta y ochenta del pasado siglo entró en escena otro factor, la caza internacional. Como me contaba en clave de humor un viejo granjero:
«En aquellos años empezaron a aparecer unos señores muy raros, con unos sombreros más raros todavía, que les gustaba hacer nuestro trabajo de abatir animales… ¡y pagaban por ello!».
Y los safaris se empezaron a hacer populares. Las mejoras en las conexiones aéreas y el auge económico de los países de Occidente hizo el resto.
Entonces se produjo un cambio sustancial a la utilización del medioambiente por parte de los granjeros. Ahora, los animales salvajes que no valían nada empezaron a apreciarse, y mucho, ya que se obtenían más ingresos por abatir un kudú –por ejemplo– que lo que producía una vaca. Es más, la gente pagaba solo por verlos, y el turismo de naturaleza empezó a tener un peso muy importante en el país.
Esto hizo que muchas fincas quitasen el ganado y se dedicasen a gestionar la fauna. Además, los animales salvajes están mucho mejor adaptados a este medioambiente tan difícil, teniendo la ventaja de que aguantaban mejor las sequías, los parásitos, las enfermedades y los depredadores.
Hay que añadir que, si analizamos las diferentes especies de antílopes que habitan la sabana arbustiva de Namibia, veremos que, desde el pequeño dicdic de Damara (el antílope más pequeño) hasta el eland (el más grande), cada uno aprovecha un nivel diferente, por lo que la capacidad de carga del ecosistema es mayor. En otras palabras, se pueden tener muchos más antílopes de diferentes especies en una finca de 5.000 hectáreas que vacas u ovejas.
LA CAZA CON DARDOS
Todo esto tuvo la consecuencia de que se invirtieron los papeles: los granjeros que hace unas décadas perseguían los animales casi sin piedad, se han convertido en gestores de la fauna, y cazadores profesionales, preocupándose por ellos.
No solo eso, sino que intentan que especies antes desaparecidas, vuelvan a la zona, y ahí entra en escena esta actividad, el DARTING o la captura de animales por medio de sedación con dardos, para su manejo y repoblaciones.
Actualmente se ha convertido en una pequeña gran industria, con gente muy especializada en el tema. Nosotros estuvimos con el veterinario H. O. Reuters, de la empresa African Wildlife Services, que los profesionales de la caza lo tenían considerado como uno de los mejores en este campo.
Durante dos días procedimos a capturar veinte nialas y varios sables. Los animales estaban en recintos de varias hectáreas y sujetos a programas de cría, es decir, se tenía un número de machos y hembras controlados y se extraían determinados ejemplares.
Para ello se utilizaba un rifle anestésico que disparaba dardos por medio de aire comprimido. Este rifle, más parecido a un arma militar que a un rifle de caza, estaba equipado con todo lo necesario para que el disparo fuese lo más eficiente posible, sin dañar al animal.
Además de disponer de mira, tenía un medidor que indicaba la distancia a la que se encontraba el animal.
Con este dato, y mediante unas tablas que tenía impresas en la culata del rifle, se calculaba la presión de gas que necesitaba el rifle para que el impacto fuese el correcto, suficientemente fuerte para que el dardo atravesase la piel e inyectase el sedante, y suficientemente flojo para no herir al animal.
Mediante una válvula y un manómetro se introducía el gas suficiente para conseguir la potencia deseada.
En lo referente a los dardos, de colores muy visibles, estaban diseñados para que se quedasen clavados en el animal y no cayesen al suelo, ya que los sedantes utilizados eran extremadamente tóxicos para las personas, y así se evitaba que accidentalmente se pudiese pisar uno de ellos si caía al suelo.
La parte más delicada de todo este asunto era cuando se cargaban con la combinación de productos opiáceos, que se utilizaban como sedantes. Para ello, el veterinario se retiraba a un sitio tranquilo, y lo hacía con extremo cuidado.
En el caso de los nialas, eran animales bastante apacibles y mansos, por lo que aproximarse a ellos y tener un disparo aceptable no fue demasiado problema.
Me explicó el veterinario que, curiosamente, la dosis del tranquilizante que se necesitaba para inmovilizar a uno de estos pequeños antílopes era muy alta, y se aproximaba a la dosis que se necesitaba para un gran animal como un rinoceronte o un elefante.
Una vez que se disparaba, y que el dardo pegaba en el animal –que no pasaba siempre–, se debía vigilar estrechamente sus movimientos para asistirlo lo antes posible, ya que si caía al suelo en mala postura y se le bloqueaban las vías respiratorias, el animal puede morir. Por ello, en cuanto caían, los ayudantes saltaban del coche y corrían para asistirlo y tenerle la cabeza levantada con las vías respiratorias libres.
La técnica con los sables fue la misma, pero la captura de un sable es otra historia. Mucho más duros y difíciles de ‘engañar’ a la hora de aproximarse a ellos, el tema no fue tan sencillo y necesitamos varios equipos para capturar tres machos adultos jóvenes. Un ejemplar nos costó casi un día entero, y varios disparos hasta conseguir sedarlo.
Era tan rápido que en el intervalo que suena el disparo y llega el dardo, el animal se movía y el disparo erraba. Pero mereció la pena porque, cuando se ven de cerca y se manejan estos animales, llama la atención lo fuertes y bonitos que son, con su color oscuro y sus largos cuernos con anillos.
Una vez sedados y metidos en unas lonas a modo de camillas, se los subía a un coche donde se los llevaba hasta un tráiler, diseñado para transportar animales de este tipo. Allí estaba esperando un segundo equipo, que revisaba al animal, le aplicaba un tratamiento a base de vitaminas y antibióticos (para compensar el estrés de la captura y el transporte) y les revertía la sedación lo antes posible. Desde la captura hasta que se les ponía el antídoto apenas pasaban unos minutos, todo se hacía con rapidez, precisión y orden.
Fue una experiencia interesante y bonita, y dentro de todos los cambios que está experimentando África, abre la puerta a la esperanza. A la esperanza de restituir parte de lo que hemos destruido y a recuperar el paisaje que habíamos dañado, y que vuelvan a aparecer especies que casi habíamos llevado a la extinción.