Caza con arco de un rebeco en los montes de León

Si la caza con arco es un reto en sí misma, practicada en montaña tras una especie como el rebeco hace que el éxito de la empresa sea, cuando menos, muy dudoso. El autor relata en este artículo su primer intento de abatir un rebeco con arco, una cacería sufrida que fue justamente recompensada.

Este iba a ser el primer rececho de rebeco que íbamos a realizar; siempre ha sido una especie que me ha fascinado, pero por circunstancias de la vida nunca antes había tenido la oportunidad de cazarlo. Tenía una ilusión desmedida de realizar este viaje.

Tras una larga espera llega el gran día y ponemos rumbo a León. Después de 4 horas de viaje llegamos sobre las 11 a la casa rural, donde nos atienden muy amablemente y nos dan una habitación estupenda. Habíamos quedado con Pedro a las 7 de la mañana en la puerta del hotel, por lo que tocaba madrugar al día siguiente.

Preparamos un poco la ropa y los enseres que nos llevaríamos al día siguiente y nos dispusimos a descansar debido a que nos esperaría un día largo. Esa noche Coro y yo llegamos a un pacto en el que ella llevaría consigo su rifle y si yo fallara el rebeco le tocaría tirar a ella.

Son las 6 y media de la mañana y suena el despertador; el sueño se había apoderado de nuestros cuerpos y tocaba darse prisa dado que nos teníamos que cambiar y desayunar. Debido a que era muy temprano la señora de la casa rural nos había dejado desayuno la noche anterior. Tras desayunar recibo la llamada de Pedro diciendo que salga fuera que ya está.

Tras unas indicaciones de por dónde suelen estar los rebecos, me dice que mejor vayamos solos para intentar hacer el menor ruido posible debido a que los rebecos, además de buena vista, tienen un oído prodigioso.

Comenzamos la ascensión desde la misma puerta del hotel. El comienzo fue muy placentero debido a que no había mucha inclinación. El único pero es que hacía algo de frío y solo llevaba guantes yo y se los tuve que dejar a mi novia para que no protestara, y se me estaban congelando las manos.

Tras una hora de ascensión sin parar pero con un ritmo lento –no queríamos desfondarnos antes de haber comenzado– entramos en el cazadero, por lo que realizamos una parada para empezar a otear las montañas. Estábamos en la falda de las montañas; ante nosotros, una pared de unos 400 metros de altura y unas vistas increíbles; aunque lo mejor estaba por venir.

rebeco-con-arco-paisaje

Miramos detenidamente todos los recovecos que tenían las montañas pero no veíamos nada. Así que continuamos el ascenso, sin prisa y con alguna pausa que otra; no había prisa, eran todavía las 8 y 30 de la mañana y teníamos mucho tiempo por delante.

Cada tramo que subíamos parábamos para volver a otear con los prismáticos; cuando llevábamos 200 metros de ascensión vertical vimos a un grupo de senderistas que subían la montaña a unos 700 metros a la izquierda, por lo que decidimos ascender por la parte de la derecha ya que si los rebecos divisaban a los senderistas o bien se alejarían demasiado hacia la izquierda o bien se acercarían a nosotros o se volcarían a la otra parte de la montaña.

Cuando creíamos que íbamos a hacer cumbre nos dimos cuenta de que era una cumbre relativa y que todavía nos quedaban unos 200 metros de desnivel; aunque estábamos en un punto estratégico, dado que nos permitía visualizar gran parte de la otra cara de la montaña, por desgracia para nosotros seguíamos sin ver ningún ejemplar.

Aquí hicimos una parada un poco más larga ya que eran casi las 11 de la mañana y estábamos algo cansados. Ya recuperados, proseguimos con nuestra ascensión, aunque ahora no era de manera recta sino que íbamos mirando en los distintos barrancos. Ya habíamos llegado a la cumbre.

rebeco-con-arco-coroYo iba unos 5 metros delante de Coro y me disponía a observar la otra cara de la montaña… y a menos de 80 metros se encontraban los rebecos, pero se dieron cuenta de mi presencia y huyeron a una velocidad vertiginosa hacia abajo y a la izquierda. Como ya era la una de la tarde y se acababan de escapar los animales, decidimos tomar un tentempié y hacer algo de tiempo para ver si volvíamos a dar con ellos.

En ese momento la paz era lo que reinaba, no había un solo ruido que no fuese de la naturaleza, las vistas eran inmejorables, es un paraje único.

Tras el tentempié nos dirigimos hacia unas rocas a ver si dábamos con ellos pero se los había tragado la tierra. No aparecían por ningún lado.

Aquí estuvimos un rato largo esperando a ver si observábamos algo de movimiento, pero nada, no tuvimos suerte; así que decidimos movernos y cambiar de posición.

Ahora decidimos ir a otra cumbre y fue en este momento cuando, a unos 1800 metros, vimos un grupo de 6 rebecos: estaban demasiado lejos, así que decidimos declinar el rececho pero disfrutamos viéndolos un rato. Al cabo del tiempo nos movimos y cambiamos de cara de la montaña.

Prismáticos en mano, oteamos la montaña en busca de los preciados sarrios pero nada de nada; lo que sí que vimos fue un gran buitre leonado oteando el horizonte. Decidimos ir cresteando y así poder ver las dos vertientes. Dado que ya eran las 5 de la tarde, todavía estábamos muy altos y por lo menos íbamos a tardar unas 4 horas en bajar, decidimos ir bajando y quedarnos a unas dos horas del pueblo para no tener que bajar de noche esas empinadísimas montañas llenas de piedras sueltas, que si ya de día era bastante complicado no me quiero imaginar lo que hubiese sido de noche.

Tras dos horas de bajada, en las que solo habíamos hecho una pequeña parte del camino, decidimos hacer una parada para comer algo y esperar ahí, debido a que nos había dicho Pedro que era un paso de rebecos. Por lo tanto nos quedaríamos una hora; además el calor ya había hecho acto de presencia y tenía los pies bastante doloridos por las ampollas que me estaban haciendo las botas.

Tras la hora de espera, siendo ya las 8 de la tarde y viendo que no habíamos visto nada, decidimos emprender la vuelta. Esta zona era ya más fácil de andar debido a la menor inclinación del terreno pero todavía se antojaba bastante complicado. Al final llegamos a las 8 y 45 a la casa rural. Estábamos un poco abatidos por el desánimo y por haber estado andando durante 13 horas. Hablamos con Pedro y quedamos al día siguiente un poco más tarde, sobre las 7 y 40 de la mañana.

Tras haber dormido como unos bebés debido al cansancio y a una buena cena en el pueblo de San Emiliano, nos arreglamos, desayunamos y a la hora puntual nos encontramos con Pedro. Tras hablar, cambiamos la estrategia del día anterior: Coro se iría con él y me buscarían los rebecos desde debajo de la montaña y yo iría acompañado de Rubén.

Fuimos por un camino con el coche y nos dejaron en el comienzo de la montaña; tendríamos que subir hasta la cima y desde ahí nos guiarían si es que veían algún rebeco antes que nosotros. Por la distancia que hay hasta la cumbre estimo que en dos horas y media estaríamos arriba.

Comienza la ascensión y Raúl parecía que tenía reactores en los pies; me costaba seguirle el ritmo y me preguntó en varias ocasiones si quería que fuera más despacio, pero yo le niego con la cabeza y le digo que soy un chaval y que puedo ir más rápido si quiere, aunque sé que no.

Aprovecho cada paradita de observación para beber algo de agua de la mochila: me da la vida. Al final, por esta cara de la montaña no hemos visto ningún animal y ya hemos llegado a la cima en solo hora y media. A 20 metros de la cima nos paramos para descansar un poco dado que es posible que al otro lado se encuentren los rebecos.

Tras haber descansado 5 minutos colocamos todo como si estuvieran los rebecos. Por desgracia no había ninguno a la vista y nos pusimos a buscarlos con los prismáticos, pero no veíamos nada. Llamamos a Coro y nos cuentan que hay varios grupos de rebecos a nuestra derecha, algunos muy buenos.

Nosotros no los veíamos debido a las cárcavas de las montañas, y eso nos da una ventaja ya que podremos acercarnos con la protección de la montaña. Al primer grupo que les estábamos haciendo la entrada se percataron antes de que pudiésemos hacer nada y salieron en dirección contraria a donde estaban los otros grupos, ahí la fortuna estuvo de nuestra parte.

Nos habían dicho que en la siguiente cárcava había otro grupo formado por dos rebecos, un macho y una hembra. Avanzamos muy sigilosamente para no ser descubiertos; el aire lo tenemos de cara, nos asomamos y los vemos: están un poco largos pero no nos podemos acercar más sin ser detectados.

Mido con el medidor que me había dejado David de Vital Archery y mide 70 metros clavados con la compensación de ángulo. Los nervios, que los tenían bastante controlados, me empiezan a salir a borbotones y el pulso se me dispara, noto perfectamente cada latido.

Tomo aire profundamente y no me lo pienso dos veces; es una distancia muy larga pero no voy a tener muchas más oportunidades, así que tenso el arco y apunto. Lo equilibro bien, es un tiro muy complicado por el desnivel que hay y por la distancia.

El animal está tumbado, así que tengo tiempo, no me debo precipitar. Cuando estoy seguro suelto la flecha, que veo cómo hace una parábola perfecta e impacta claramente en el animal. Le he dado, el tiro es un poco trasero, lo he empanzado. Le cuesta levantarse pero corre hacia abajo.

rebeco-con-arco

A los 30 segundos nos llama Coro y nos dice que solo ha pasado un rebeco; suponemos que está más abajo tumbado y decidimos acercarnos por la cresta de la cárcava, y vemos al rebeco tumbado. Esta vez está solo a 40 metros: le vuelvo a tirar otro flechazo y esta vez sí que le pego mucho mejor.

El animal se levanta y anda unos 100 metros y cae desplomado. Objetivo cumplido, me emborracho de felicidad, he logrado un magnífico ejemplar con el arco. Después vamos a hacernos las fotos y precintarlo.

rebeco-con-arco-foto-final

Lo arreglamos y lo metemos en la mochila. Tras esto nos dirigimos al fondo del valle, donde se encuentran Coro y Pedro, y tras comentar el lance emprendemos el regreso al hotel entre bromas y risas; y todos muy felices por haber no solo disfrutado de dos días estupendos sino también por haber abatido el animal.

Fernando Hinojosa

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