Me llega una foto espectacular del instante en que un cazador va a cobrar su paloma torcaz, y a pocos metros de la misma un lince ibérico, agazapado, da la impresión de que se la disputa. La foto, no me extraña, se ha hecho viral en los días posteriores. Documento impresionante.
Me gusta la foto, quizás por tener claro que es un hecho que, a pesar de ser extraordinario, es perfectamente verosímil. Consultando con amigos madrileños del mundo de la conservación me decían que probablemente se trataba de un montaje fotográfico.
Estos mismos especialistas también habían calificado de ‘montajes’ otras fotos virales que comentamos, concretamente la de una cigüeña comiendo un gazapo, la de buitres leonados atacando a un ternero aún vivo o la de algunos gazapos hallados en el interior de una culebra de escalera. En cierto modo me entristece, como conservacionista, la reticencia de gente que siente como yo a aceptar la realidad, quizás interpretando que puede atentar contra la conservación, o que hay un sector ‘judeomasónico’ que conspira constantemente contra ella.
Al día siguiente me llegó otra foto, secuencia anterior de la primera, que ponía de manifiesto que no se trataba de un montaje, sino de una foto real. La foto me gusta, entre otras cosas, porque se ve al cazador con la escopeta hacia atrás, sin la más mínima intención siquiera de defenderse de una posible agresión del lince. Aprovechando los comentarios que suscitó la foto, algunos amigos me enviaron la noticia de que algún lince se está merendando las gallinas de algunos corrales de Sierra Morena.
Que me perdonen los granjeros andaluces, pero me parecen noticias excelentes. Yo no daba un duro por el futuro del lince ibérico, una especie de felino única en el mundo y abocada a una más que segura extinción, y empiezo a pensar que estaba equivocado. El programa de cría en cautividad y el esfuerzo que científicos, conservacionistas, y todo el país, han hecho está dando resultados positivos y, aunque hay que ser aún muy prudentes, me da la impresión de que volveremos a tener linces en nuestras sierras. El lince puede tener conflictos con las poblaciones rurales, pero no serán mayores que los que originan otras especies silvestres, como por ejemplo los propios jabalíes, por no citar al oso o al lobo. En este caso los daños serán muchísimo menores y, por tanto, muy asumibles.
Hay a quien le preocupa el grado de domesticidad que parecen mostrar. Si nos fijamos bien, esa proximidad con el hombre no es un atributo exclusivo del lince, sino de casi toda la fauna actual. Las ciudades están llenas de jabalíes y palomas torcaces. Las medianas y cunetas de las autovías, de conejos… Los animales se respetan mucho más que antaño y aprenden las indudables ventajas que tiene el convivir cerca del hombre. El lince mata gallinas cuando puede, igual que lo hacen los zorros.
Por otra parte, siempre tengo en mente la opinión que sobre el lince tenía nuestro recordado amigo Josechu Lalanda, que los había visto con frecuencia en los Montes de Toledo. Comentaba que la perdición del lince era su descaro y su extrema confianza en sí mismo. Se creía sin enemigos, como los leones africanos, y no temía apenas al hombre y ni siquiera a los perros.
Ello daba lugar a que fuesen agarrados por las rehalas durante las monterías, o bien cazados con cierta facilidad cuando se hallaba permitida su caza y el gato clavo era visto como una alimaña no deseada. Los linces de hoy no son diferentes a los de antaño, y si, por suerte, la gente se halla concienciada en no hacerles daño, tendremos más casos como el cazador de la paloma torcaz. A mí me gusta y, en general, el balance me parece muy positivo: tenemos linces.
Juan Delibes