Increíble rececho de venado

El cielo amenaza tormenta, las nubes van cerrando el azul intenso y a la vez se van oscureciendo. Mientras cargo los bultos de caza en el todoterreno, me viene a la mente el desánimo que me  envuelve en esta nueva berrea, irregular y escasa.

Sin ir más lejos, esta mañana salí al coto al amanecer, y tan solo pude ver un vareto y 4 hembras. Pero algo corre por las venas de un cazador que le impulsa a no darse por vencido. Coto por cierto en abierto, no concibo la caza en fincas valladas, los corrales para las gallinas.

– ¡Vamos, Mauro! Espabila, que llegas tarde a tu cita con Jero (compadre de cacerías sin fin) -resonaba en mi cabeza cada minuto.

Una hora más tarde llego a casa de Jero, a los pies del coto. Un relámpago azul intenso, seguido de su trueno estremecedor, me reciben al poner pie en tierra. Acto seguido empieza a jarrear sin tregua.

– Jero, creo que hoy no podremos salir…
– ¿Qué dices? -contesta Jero con voz firme y decidida.- En cuanto pare la lluvia se va a quedar una tarde espectacular para la berrea.

Ciertamente, así es. Los venados viejos, esos que no salen del bosque ni para berrear, se pueden asomar por un tiempo breve, después de la lluvia, a algún claro para sacudirse el agua que los chaparros les van soltando cual ducha intermitente después de la lluvia.

Así las cosas, en cuanto deja de llover (media hora larga), decidimos subir hacia una ladera de chaparros, espesa, cerrada, lúgubre e inmensa. El refugio de los ciervos fantasma, esos que no dan la  cara jamás.

Aguardamos unos minutos bajo un chaparro a que termine de escampar el cielo y el agua.

Súbitamente, un berrido atronador retumba entre los girones de niebla que exsuda el bosque húmedo y nos quedamos como electrocutados por unos instantes. Los prismáticos escrutan la ladera. Nada. No vislumbramos ningún movimiento.

De repente, Jero exclama: ¡Allí! ¡Ya lo veo! Está con 3 hembras.
– Pero, ¿dónde? No veo nada… -contesto nervioso.
– Sí, a tu derecha, sobre un claro, a unos 700 metros, ¿los ves?
– ¡Ah, sí! ¡Ahora los veo!

Había un ciervo que parecía grande, correteando nervioso detrás de varias hembras.
– ¡Jero! Fíjate 20 metros más abajo, hay otro macho que también parece bueno -le señalo yo.

Siguen unos minutos intensos mirando y remirando. Nos duelen los ojos por incrustarlos en los prismáticos con la vana idea de vislumbrar algo mas.

El grupo cervuno anda nervioso e inquieto, las hembras no acaban de estar receptivas, y aparecen y desaparecen de nuestra vista a cada instante. La niebla, además, parece ponerse de parte de los cérvidos.

– ¿Qué hacemos? -nos preguntamos al unísono.
– ¡Hay que ir a por ellos! -exclama Jero.
– Pero Jero, ¿tú sabes lo que dices?, no hay senda, tendremos que reptar como serpientes para pasar entre los chaparros, por no hablar del pedregal de lajas calizas sueltas y resbaladizas. Haremos un estruendo peor que un regimiento de caballería -sentencio yo, temeroso de fastidiar la “entrada”.
– No tenemos alternativa, o lo intentamos o nos quedamos aquí viendo como desaparecen de nuestra vista como dos idiotas -apostilla Jero.
– ¡Vamos! -respondo al instante.

Iniciamos una subida infernal, a cada paso nos calamos de agua que desprenden los chaparros, las lajas sueltas desprenden notas agudas golpeándose entre sí por nuestros atolondrados pasos. Los bramidos se escuchan cada vez más lejos.

– Jero, están subiendo más deprisa que nosotros, y lo peor es que no vemos nada en esta jungla.

Después de media hora de fuerte ascenso.

– ¡No te muevas Jero! Estoy viendo un macho allá arriba.

Unos 200 metros por encima nuestro, el imponente animal nos mira desde un minúsculo claro. Visto y no visto, en un instante desaparece de nuestra vista. Jero se queda con cara incrédula, pues no ha llegado a verlo. Acto seguido, a nuestra altura, enfrente de la vaguada selvática que tenemos, escuchamos un violento golpeo de arbustos como si de un yeti se tratase, entremezclado con bramidos secos y cortos.

– Lo tenemos a menos de 100 metros – exclamo yo a tenor del potente del concierto (era otro macho).
– Prepárate, Mauro, en cualquier momento igual lo vemos entre los chaparros.

Me preparo como puedo, quito el seguro de aleta de mi rifle W.& O. Dittmann acción Mauser M98, calibre 6,5×68 S, trato de controlar mis pulsaciones, haciendo ejercicios de respiración consciente. El tiempo parece haberse detenido…

Sorprendentemente, me encuentro tranquilo. Quizás nunca aparezca a nuestra vista -pienso por momentos. De repente, y sin previo aviso sonoro, aparece una hembra cruzando por un claro. La tensión es máxima. Ahora o nunca -pienso. Y tres metros detrás como un toro saliendo a la plaza aparece un majestuoso macho. Va al paso, no tengo tiempo de juzgarlo bien, la experiencia me dice que es bueno.

– Jero, páralo, con un bramido tuyo -susurro yo.

No hay tiempo, decido tirar sin esperar más. El claro es minúsculo y se va a perder en la espesura. Retumba el disparo en la vaguada y al unísono veo a través del visor como se desploma el macho.

– ¡Al suelo! -exclamo yo.
– ¿Por qué has tirado? -me pregunta con voz desolada Jero- ese macho no es bueno.
– Pero, ¿qué dices? -respondo yo, temblando por una posible equivocación- Yo lo he visto bueno.
– En fin, -murmura Jero- subimos a verlo, pero ya te digo que es malejo.

Cruzamos la vaguada selvática como podemos, con la duda en mi cabeza que me atormenta a cada paso. El sudor empapa toda mi ropa. Llegamos a las inmediaciones de donde se produjo el tiro y…

– ¡Dame tu rifle! -exclama Jero- El macho se va entre la maleza y tú ya no puedes ni con tu alma.

Le doy el rifle y, por instantes, me quedo desolado, a la duda de la valía del ciervo ahora se suma la incertidumbre del cobro. Reflexiono entre la confusión del momento, y pienso: tengo que encontrar el lugar del disparo entra tanta maleza, eso nos dará pistas sobre el rastro. Camino en círculos como puedo, para tratar de orientarme, y de repente aparece ante mi inerte el enorme macho en el mismo lugar donde recibió el disparo. La descarga de adrenalina que recorre mi cuerpo es indescriptible.

Nervioso, empiezo a llamar a Jero que ha salido hace unos instantes y debe estar en otra provincia. No he escuchado ningún disparo. Finalmente decido llamarle por el móvil.

– ¡Jero! El macho está aquí muerto a mis pies.
– No puede ser, -me contesta- lo he tenido varias veces a mi vista entre la maleza, pero no he podido tirarle.
– Jero, déjalo ya y vuelve aquí, ¡rápido!

Llega Jero incrédulo y comprueba los acontecimientos. Otro macho más joven debía de estar rondado la zona, para disputarle la hembra al rey del bosque.

Ahora sí, nos fundimos en un abrazo y contemplamos por un instante en silencio el resultado del lance espectacular vivido.

Aviamos el animal, cargamos con la vianda y el trofeo para iniciar un descenso no más fácil (a oscuras y mojados), pero sí inmensamente relajados. Había sido un rececho muy duro y trabajado.

En algún lugar del norte montañoso alicantino. 20,30h. del 19 de septiembre 2023.

 

Mauro Matarredona.

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