El pasar de comer frutos, bayas y raíces a poder alimentarse de carne, con la ingesta de proteínas que ello supone, dependió, en exclusiva, de la posibilidad de cazar. Esto supuso un hito de tal envergadura, en el desarrollo del cerebro en aquellos homínidos, que hizo factible la andadura –nunca mejor dicho– hasta llegar a lo que hoy somos.
A pesar de que, en algunos individuos, vivos y coleando en este siglo XXI que nos preocupa, sea complicado apreciar semejante desarrollo, pareciendo, más bien, que cualquier Australopithecus, de andar por casa, aventajase, de largo, las habilidades del intelecto de estos, nuestros presuntuosos sapiens.
Debían, primero, bajar de los árboles parar tener opción a capturar animales con la envergadura suficiente como para alimentar a la comunidad de la que se tratase, y llega entonces la segunda clave del proceso: el grupo.
La necesidad de organizarse fue apremiante: exploradores para encontrar las presas, pisteros para seguir los rastros, ojeadores para conducirlas hasta los ejecutores: ¡toda una montería! Sin unión y coordinación, las posibilidades para aquellos simios de capturar a casi cualquiera de los grandes y poderosos animales que dominaban sus territorios, eran del todo inexistentes. La caza promovió la comunión de objetivos, el desarrollo de los instintos y también del intelecto que les permitía pensar, discurrir y elaborar planes, por muy rudimentarios que estos fuesen, que funcionaban. ¡Cazaban! y, gracias a ello, se alimentaban mucho mejor, el cerebro aumentaba su tamaño, se vestían y podían trabajar con nuevos utensilios.
Hay que recordar de dónde venimos, hay que tener en cuenta quién y qué somos, hay que regresar, mentalmente, a las raíces: es el pasado primero. En lo simple reside, muchas veces, la respuesta al más complejo de los dilemas. Y no es necesario que hayamos de transformarnos en primates, aunque algunos no les haga falta alguna la transmutación para actuar como tales.
Llamo «pasado evolutivo» al más o menos contiguo, que nos precede en el tiempo. Puede abarcar varias o muchas generaciones, tantas como queramos, hasta, eso sí, la inmediata anterior: no es este nuestro «pasado propio».
Durante este tiempo pretérito, en el que el Hombre se supera a sí mismo con inimaginables avances médicos, sociales, técnicos y científicos, el progreso marca el día a día y el devenir de la humanidad; la caza no se quedará atrás.
Los avances armamentísticos tienen su reflejo inmediato en los métodos de caza. De la lanza al arco y las flechas, luego… con las armas de fuego y el acceso generalizado a todos los medios de transporte, antes inexistentes y luego al alcance sólo de unos pocos, llega la apoteosis. Las posibilidades de cazar animales, hasta entonces casi inalcanzables, en parajes, antes casi inaccesibles, dan alas al arte venatorio hasta alcanzar su particular siglo de oro: de mediados del XIX a mediados del XX.
Alberto Núñez de Seoane.