EL fuego es, sin duda, el protagonista estos días. España arde. Por un lado, el derecho según se mira el mapa, los pirómanos separatistas, independentistas, soberanistas, secesionistas, o como quieran llamarlos, nacionalistas al fin y al cabo, incendian el panorama político. ¿Con qué propósito? pues con el mismo que cualquier incendiario, sembrar el miedo y la confusión al margen de la ley. Y ¿nos afecta esto a los cazadores españoles, que es lo que aquí importa? Hoy por hoy parece que poco o nada.
Creo que al final podré seguir yendo de vez en cuando a cazar con Ramonet al Alt Pallars o a seguir el rastro de algún tasugo con José Carlos, que son dos amigos guardas forestales catalanes, sin tener que viajar al extranjero. Y es que parece claro que el fuego provocado por el procés en realidad es un fuego de artificio.
Más preocupantes son los incendios que asolan el otro costado, el noroeste peninsular. Estos son de los de verdad, de los que no saben de fronteras ni nacionalidades y se extienden sin miramientos y parece que sin posible contención. Al cierre de esta edición son centenares los focos que se mantienen activos y sin control en Galicia, Asturias y Portugal, con frentes de muchos kilómetros que han arrasado ya muchos miles de hectáreas y se han llevado ya más de treinta vidas.
Mal podía imaginar hace unos días, charlando sobre los incendios forestales con Antonio Bienvenida, hijo del mítico torero y piloto de las brigadas contra incendios, del que publicamos este mes una receta de pochas con codornices, que ya pasado el estío, el verano volvería y con él, de nuevo, los incendios. Acababan de arder casi 10 000 ha en la Cabrera leonesa, una zona donde suelo ir a cazar.
Sus montes arden todos los veranos y, aunque parezca increíble, este no ha sido el mayor registrado los últimos años. Según me cuentan se han encontrado bandos de perdices pardillas calcinados y varios lobos, aún vivos, con las patas quemadas por el suelo incandescente, incapaces de andar. ¡Y lo que nunca encontraremos!
Pero lo de hoy es aún más grave, y desde Trofeo queremos solidarizarnos con quienes han perdido sus casas, sus trabajos y, sobre todo, con quienes han perdido a seres queridos.
Viajé hace unos años un verano a Portugal con mi mujer y mis hijos y puedo dar fe de que es cierto que puede hacerse de noche a mediodía por un incendio. Da miedo de verdad. Además he tenido casa en las rías bajas, en Baiona, así que he vivido de cerca las consecuencias del fuego y así es fácil entender y compartir el dolor de la gente.
Lo que no se puede entender es que la mayoría de los cientos de focos, aún activos, hayan sido provocados. Los pirómanos conocen bien la fórmula 30/30/30, que dice que con más de 30 grados de temperatura, menos del 30 % de humedad y vientos de más de 30 kilómetros por hora el riesgo de incendio es máximo.
Las vidas humanas que se pierden están claras y las pérdidas económicas pueden calcularse, pero el daño ecológico y la pérdida de biodiversidad serán más difíciles de valorar, aunque también serán altos sin duda.
España tiene una de las mayores masas boscosas de Europa, creo que la segunda tras Suecia, siendo además en décadas pasadas el país en el que más crecieron los ecosistemas forestales a pesar del cambio climático y la desertización; no obstante, es de los países que peor gestiona este recurso renovable y sostenible. Esa falta de cultura forestal ha llevado al abandono del monte; y esto, unido a la pérdida paulatina de explotaciones tradicionales como la ganadería extensiva y otras actividades rurales tradicionales, hace que vivamos en una tea.
Confiemos en que la sociedad y las autoridades entiendan que explotar los recursos naturales de una forma racional y sostenible no supone solo un beneficio económico, es ante todo un beneficio medioambiental. Eso bien lo sabemos los cazadores.
Mientras, seguiremos mirando al cielo a ver si llueve.
Pablo Capote Urosa