La entrada en vigor de la «ley del disparate animal» nos ha pillado de lleno coincidiendo con el inicio de la temporada. Y nos ha pillado merced a un voto por correo que por mi tierra lo llaman ya «el voto del Gran Capitán»: dos votos de Paco y su señora, que le hace caso. Más dos de sus hijos, que los presenta el padre, cuatro; más otros cuatro de oraciones y plegarias a san Carlos Marx, ocho. En fin, que nos la han metido doblada y tal y como el señorito preveía, por el único método que se podía chanchullear: las vacaciones y el voto del Gran Capitán.
Es mucho lo que hemos perdido en nuestro envite y mucho más lo que quieren hacernos pagar, desde la más horrísona de las ignorancias, que ocupa muchos de los sillones desde los que se legisla en España.
Ahora, los que hemos tenido perros antes de que nuestra madre nos concibiera, tendremos que hacer un curso que lo impartirá alguien cuyo currículum será haber pegado carteles durante años, quemar papeleras en varias manifestaciones y rodear el congreso dando gritos y meándose en los jardines, esto último, eso sí, coincidente con los perros.
Y si a todo esto sumamos salir de caza y perder a nuestro can, habremos hecho pleno.
Hoy intentaré transmitir a todos esos cazadores que forman un binomio perfecto con su compañero peludo cómo encontrarlo cuando, de buenas a primeras, desaparezca en el monte y al final de la jornada no esté junto al coche.
Nuestro perro se ha distraído al cruzarse con otra cuadrilla en la que iba una perra movía, se ha pegado un carrerón detrás de una liebre que ha traspuesto más p’allá del infierno o su instinto de cachorrón le ha llevado a dar carreras sin ton ni son detrás de lagartijas, conejos y rabilargos hasta que, de repente, «¿dónde está mi dueño?». Al despistarse ha escuchado un ruido de esos que tanto le gustan hacer al amo y ha corrido en busca de él como un fórmula 1; pero, al llegar, ¡oh, decepción!, detrás de la máquina de hacer ruidos que paran a los conejos hay otro cazador que, cuando él se acerca, le dice chucho y le conmina a largarse. Vuelta para atrás en sentido contrario…
Al mismo tiempo el amo ha empezado a dar carreras cambiando aleatoriamente de cerro, gritos llamando al perdido, maldiciones pensando que se lo han robado y más carreras en una y otra dirección, vuelta al coche y regreso de nuevo a donde dejó de ver a su compañero de fatigas.
Con esto, sin querer, hemos generado una trama de rastros cruzados que, posiblemente, nuestro perro encuentre, pero se volverá loco sin saber cuál es el bueno. Lo mejor que podemos hacer cuando estemos convencidos de que nuestro perro se ha perdido es sentarnos a esperarlo con paciencia. Nuestro amigo se enfrenta, en su desesperación por encontrarnos, con mil olores distintos que confunden su agudeza: el de otros cazadores que deambulan por la zona, el de piezas de caza que despiertan su pasión, rastros frescos de piezas heridas, perfume de gente que se harta de desodorante antes de salir al campo, aroma de otros congéneres que circulan por la zona y vehículos que entran y salen del monte, que le harán imposible concentrarse.
De regreso al coche con nuestro cabreo y nuestra frustración, si el perro no está allí, nos arriesgamos a llevarnos la única referencia que le quedaba: el coche. Este es el momento de hacer las cosas bien. Tranquilamente, cogeremos la prenda de ropa que más hayamos sudado, posiblemente la camiseta, y la dejaremos en la sombra más cercana con un cacharro lleno de agua del que nuestro perro pueda beber. De esta forma estaremos generando una fuente de olores que viajarán en todas direcciones, pero partiendo desde un punto fijo. Olores que nuestro compañero reconocerá en cuanto se los cruce y que, partiendo de algo que siempre está en el mismo sitio, facilitará la tarea de orientación y acercamiento. Cuando nuestro colega llegue al sitio, encontrará una prenda que le asegura nuestro regreso y un agua que calmará sus necesidades y no le obligará a desplazarse a buscarla a otro sitio.
Cuando regresemos a la tarde o a la mañana siguiente, allí estará nuestro perro, cuidando nuestra camiseta y bebiendo del cacharro que huele a manos de su amo.
Carlos Enrique López.