¡Aleluya!, los animalistas, «protectores», «defensores» y «salvadores» de los animales todos, que en el mundo son, nos han venido a traer la buena nueva: «sus» animales –porque suyos, y solo suyos, son– son seres vivos, a los que hay que mantener, cuidar y querer.
¡Menos mal que el cielo, benevolente, nos ha querido enviar a estos apóstoles del «ecologismo»! ¡Menos mal que, gracias a ellos, aquí, en el campo, sabremos ahora lo que tenemos que hacer para convivir con cabras y ovejas, con marranos y vacas, con gatos y perros…! ¡Menos mal que aquí, en el monte, seremos, a partir de ahora, conscientes del valor de guarros y venaos, corzos y machos, lobos y gamos! ¡Gracias por enviarnos a los profetas verdes de Bambi y el Gato con botas, que han arrojado luz sobre nuestros corazones, sumidos en la más profunda oscuridad hasta que el resplandor de la nueva fe, con la que los «santos verdes» nos regalan, guía y alumbra nuestro antes triste y desconcertado peregrinar, perdidos por los procelosos caminos de una naturaleza que solo ellos conocen y a la que solo ellos, con sus primigenios conocimientos, pueden ayudarnos a acceder y comprender!
¡Gracias, «hermanos verdes», gracias por vuestra generosidad! De no haber gozado de vuestro advenimiento, de seguro que umbrías y solanas, prados, bosques y cerros y barbechos y siembras, se habrían visto privadas de cualquier atisbo de vida animal. ¿Qué habría sido de nuestras serranías y campos sin vosotros, que estabais desde siempre aquí, velando por el alimento de las reses cuando el frío y las heladas arrasaban su sustento? ¿Cómo hubiésemos sido capaces de contar con la mayor variedad de especies de Europa sin vuestro continuo y sacrificado trabajo, en verano e invierno, con agua o con nieve, desde Picos de Europa a Los Alcornocales y desde Beceite a La Culebra… De nada habría servido el trabajo, sudor y lágrimas, de guardas y pastores, de cazadores y agricultores… De nada el dinero gastado por propietarios y aficionados, por peñas cinegéticas y comunidades vecinales…
Se empañan mis ojos… un nudo, gordiano, atenaza mi garganta, un torbellino sacude mi corazón, la emoción me embarga… cuando pienso en lo que la Naturaleza y los que la respetamos y amamos, os debemos a todos vosotros «mis muy apreciados y verdes hermanos», sin duda, elegidos por la divinidad y marcados por un épico destino, auténticos héroes –y héroas– que empeñáis vuestro tiempo, invertís vuestro recursos, incluso sacrificáis vuestras vidas, para que a Micifú no le falte un tarrito de crema de salmón ahumado con reducción de Pedro Ximénez, o para que Goliat, el caniche del quinto, pueda lucir el último polo de Zara.
¡Gracias por vuestra labor en favor del bienestar de los animales… qué sois!
Alberto Núñez de Seoane