Carlitos no es un amigo mío ni es mi primo ni mi hermano ni mi tío ni nada que se le parezca. Carlitos es/era un ciervo, un venao que, a fuerza de arrimarse a las inmediaciones de la pedanía de Linarejos (Zamora) y de pasear por sus calles como si tal cosa, terminó, vaya usté a saber por qué, bautizado con nombre de emperador. Lo mismo era en halago a su real corona, pues Carlitos porta/ba unas cuernas de catorce puntas rematadas en unas bellas palmas, de esas que no pasan desapercibidas.
Pues el bueno de Carlitos la lío parda en Linarejos al embrollar a sus diez habitantes en una contienda propia de un combate en época de berrea. Según algunos habitantes el venao era/es un animal bien dócil que, lejos de causar problema alguno, hacía las delicias del respetable, salvo de vez en cuando algún manzano con sus cuernas para deleitarse con el fruto del árbol prohibido.
Pero, hete aquí, que no todo el mundo lo tenía tan claro y que a algún vecino –y a las autoridades medioambientales de Zamora– el cornúpeto les parecía que tenía unas astas como un miura (aunque astas no portase realmente, sino cuernas), y que el ciervo podía representar cierto peligro para los habitantes de la pedanía, pues, de salirle a la luz el encaste, igual en una arrancada en la época de celos se llevaba puesto a alguno de sus simpáticos habitantes por delante. Y, claro, de acontecer el hecho, que probable es, ya se sabe que luego comienzan las reclamaciones por responsabilidad civil, patrimonial o la que corresponda. Y, claro, la administración –que para esto se la coge ya con papel de fumar– envió a sus agentes medioambientales (según cuentan las redes) a darle un susto al bueno de Carlitos para que se ausentase del lugar y se fuese a la sierra donde, al parecer, le correspondía estar. Y, al parecer, algo así debió de suceder.
Otras fuentes, como no podía ser de otra manera, indicaron que, pese a las peticiones de «indulto» de varios habitantes del pueblo y 54.000 firmas recogidas, el cérvido fue puesto en el plan de caza para ser abatido por algún desaprensivo cazador. Unos dicen que fueron los agentes, otros que el cazador, pero que, sin duda, el cuerpo de Carlitos, sin cabeza y con una pierna cortada en la que presentaba una cicatriz, por la que le distinguían de otros venaos, según indicaba una buena vecina, fue uno que encontraron en las inmediaciones del pueblo a los pocos días del inicio de la berrea.
Y, así, los titulares no se hicieron esperar Linarejos llora a Carlitos, el ciervo de ocho años, para el que se había pedido el indulto.
El hecho en sí no tiene desperdicio, más allá del comprendido sentimentalismo hacia un bello animal; lo del indulto excede con mucho a la naturaleza del indultado. Vamos, que Carlitos no dejaba de ser un ciervo, un animal salvaje, libre y sometido a las leyes de la naturaleza.
Dudo que Carlitos se acercase a la pedanía por pasar un buen rato con sus amables vecinos y departir con ellos entre befas y mofas, sino que, más bien, encontró allí un nicho en el que atiborrase de manzanas, que resultaban muy de su agrado, y un lugar en el que huir del despiadado ataque del hermano lobo (lo que, al parecer, según alguno de los fervientes indultantes, ya había pasado en alguna ocasión), que se pasa el indulto por el forro de sus peludos caprichos.
Quién sabe si Carlitos anda aún cumpliendo con su instinto animal, juntado hembras en alguna plaza en la que pegarse un festín parejo al de las manzanas, pero de otra índole, sin acordarse en absoluto de sus protectores de Linarejos. Que se sepa, autopsia no se les hicieron a los restos del venao que apareció apiolao en las cercanías de Linarejos, por lo que nadie, a ciencia cierta, salvo particulares presunciones, puede aseverar que tales fuesen los restos del bueno de Carlitos.
Hombre, un venado de ese porte es del gusto de cualquier cazador que tenga sangre en las venas; pero ninguno, que también la tenga –salvo deshonrosas excepciones de no verdaderos cazadores– daría caza al bueno de Carlitos delante del pueblo. Allá por las sierras, y con todos los permisos en regla, sería, probablemente, harina de otro costal.
Lo cierto es que quiero creer que Carlitos sigue por esas sierras de Dios berreando a sus anchas, tras el susto de los forestales, para deleite de ciervas, cazadores y lobos, y tranquilidad de los linarejos y linarejas (no vaya a ser que no cumpla con la igualdad en este escrito) que Dios tenga en su gloria, sin importarle un ápice saber si fue indultado o no, quedando sometido en exclusiva al imperio de la ley natural, esa que de forma reiterada unos cuantos se empeñan en desdibujar, adulterar y eliminar, para complacencia de sus conciencias y demérito de los seres que ordinariamente se rigen por la misma.
Larga vida a Carlitos.
Ramón Menéndez-Pidal.