Si la cetrería es considerada por muchos una de las modalidades de caza más emocionantes y conmovedoras, practicarla con esta bella y enigmática rapaz la convierte en una liturgia que roza la divinidad. Eso sí, la desconfianza y salvajismo de este ave requieren un tratamiento específico que solamente fructificará si el cetrero se arma de paciencia y perseverancia. Y para comprobar su dificultad, hemos acompañado a Raúl Rodríguez, uno de los más emblemáticos azoreros de nuestro país, en una divertida jornada de caza de acuáticas.
Cuando miras a un azor a los ojos y cruzas tu mirada con la suya, su embrujo te seduce. Es una mezcla de agresividad con nobleza, rapidez con sigilo, potencia con versatilidad… Sin duda, cuando tienes delante a un azor, te das cuenta de que estás ante una de las “máquinas de cazar” más poderosas de la naturaleza.
Siempre he escuchado que manejar un azor, llegar a tener un buen cazador, es una tarea complicada. Su desconfianza y su alta agresividad le convierten en una de las aves de presa más difíciles de manejar.
Precisamente, ese punto tan salvaje es la razón por la que se considera una de las rapaces que mayores retos presentan al cetrero. Sin embargo, esto parece estar cambiando. Supongo que por las nuevas técnicas, una mayor información y una correcta selección de los ejemplares criados en cautividad, cada vez son más los cetreros que se deciden por los azores.
Y si me pongo a pensar, rápidamente me vienen a la mente un montón de buenos azoreros: Daniel Cruz, Oscar Pozas, Ángel Gamo, César Pulet, Pedro San Juan…
En fin, podría dedicar toda esta sección simplemente a enumerar la gran cantidad de buenos azoreros que tiene este país.
BAJO LA SOMBRA DE GARFIELD
Mirando esta lista, desde mi humilde opinión, y por la forma en la que combina caza y competición, uno de los azoreros del momento en cuanto a la caza de pluma se refiere es el catalán Raúl Rodríguez.
Raúl, con su torzuelo de azor Garfield (ruso x finlandés), ha cosechado un gran número de éxitos en los últimos años, llegando a ser campeón de España en 2013. Cuando le preguntas el porqué, Raúl siempre te ofrece el mismo motivo: caza, caza, caza y más caza.
Tomando juntos un café, un buen rato de charla y el recuerdo de algunos lances nos permiten adentrarnos en una emocionante modalidad de caza: la del pato salvaje con azores. Raúl es un loco de los azores… ¡y no nos extraña!
Cuando tienes en el puño a una de estas aves de presa, te das cuenta de su poderío. Si estuviéramos en la sabana, el azor sería un guepardo; y en el océano, sin duda alguna, un tiburón blanco.
Con estas dos analogías nos podemos hacer una idea de lo importante que es el amansamiento de esta especie. “Al inicio de temporada, en cuanto saco a Garfield de la muda, dedico muchas horas a su amansamiento.
Como se decía antiguamente, para mí el “placeo” es fundamental. Lo meto en casa, me lo llevo a tomar un café al bar, lo saco a la calle… Y todo ello para que esté tranquilo, se amanse y acabe confiando en mí”, nos explica Raúl.
Dependiendo de su tamaño, de su subespecie y de los cazaderos de los que disponga el cetrero, el tipo de presas que pueden ser cazadas con los azores es variado: liebre o conejo, perdiz, faisán o pato.
Todas estas especies cinegéticas son adecuadas para la práctica de la cetrería con azores. Pero para este catalán, la caza del pato tiene algo especial, algo que engancha. “Desde mi punto de vista, la caza del pato es la más complicada entre las especies de pluma, de igual forma que lo es la liebre entre las de pelo.
Los vuelos del pato son explosivos, cortos y muy intensos, y esta combinación convierte su caza en realmente divertida”, nos comenta Raúl.
UNA TÉCNICA COMPLICADA
Pero, ¿a qué se debe esta complejidad? La mayor dificultad que entraña esta modalidad se encuentra fundamentalmente en lo escurridizas que son estas presas.
Con el paso del tiempo y a base de fallar y fallar muchos lances, Raúl nos comenta la técnica que emplea y cuáles son los pasos que sigue para ello: “Suelo recorrerme la charca por todo su perímetro.
Una vez detectada la presa, me alejo del acuífero y voy bordeándolo hasta llegar al punto que he tomado como referencia y donde previamente tenía controlados a los patos. Llegado ese momento, me voy acercando a la charca hasta situarme entorno a unos 15 ó 20 metros de la orilla.
No importa que el pato me vea”. Y aquí es donde entra en juego el perro. “La experiencia me ha demostrado que, si me acerco con el azor en el puño, el ánade no tardará mucho en zambullirse en el agua o buscar el perdedero justo y necesario que lo deje a salvo de él.
Por eso utilizo el perro. A una distancia prudencial, le doy la orden para que se meta en la charca, y de esta forma obligo a los patos a que levanten el vuelo, sin presión, simplemente molestos y buscando un nuevo remanso”, nos detalla Raúl.
Es en este momento, mientras el ánade anda confiado en su vuelo, cuando el azor sale del puño como si de un misil tierra-aire se tratara. Sabe que las probabilidades de fallo son altas y con la experiencia aprende que, si no hace lo que tiene que hacer, el pato se sumergirá en el agua en cuanto pueda.
Por todo esto, “el azor trata de ponerse en vuelo rasante sobre el agua, de tal forma que el pato, viendo la situación, alarga su vuelo y no trata de bajar al agua, pues sabe que detrás de él, a muy poca altura y cada vez más cerca, se encuentra el azor”, nos explica Raúl mientras trata de dibujar la escena en una servilleta.
LANCES ETERNOS
Raúl nos describe las zonas y cazaderos a los que suele acudir. “Ver volar a un azor tras una liebre o una perdiz en campo abierto es emocionante, pues los lances son larguísimos, interminables…
Pero cazar el pato entre cañizos, juncos, zarzas y rodeado de maleza es el no va más”. Estas zonas son sin duda un aliciente más a este tipo de caza. Ya no basta con la astucia de las presas, sino que además lo hacen en el terreno más complicado, con mayor número de perdederos y, obviamente, con agua de por medio.
En este sentido, el uso de la telemetría se torna en fundamental. “Son muchas las ocasiones en las que acabas perdiendo el lance y a tu azor de vista. En esta situación, y por el tipo de terreno, no te queda otra que sacar la telemetría para encontrar al azor”, nos señala.
Claro, cuando escuchas todas estas secuencias contadas por un experto cetrero, todo parece sencillo. Pero detrás de todo esto, hay muchas horas de dedicación y pasión. Horas de entrenamiento y preparación para llegar a tener un ave capaz de competir y cazar como lo hace Garfield. “No entiendo otro tipo de entrenamiento que no sea la caza.
Al principio de temporada, mientras musculo y vuelvo a amansar a mi azor, llevo a cabo algún escape controlado. Pero pronto abandono esta fase e introduzco a mi azor en la caza de nuevo.
Es donde más disfrutamos los tres”, concluye Raúl con una sonrisa. Considerado históricamente como “ave noble” y por Diego Pareja-Obregón como “eterno”, el gran trabajo que está realizando el “colectivo azorero” permitirá que en un futuro no muy lejano consideremos a esta rapaz como un símbolo en la caza moderna. Mientras tanto, y a lo largo de toda la geografía, entre bosques y espesura, sin que te percates de su presencia, habrá un azor observándote. •
Texto: Vicente Aragó
Fotos: Pedro Fernández y Francisco Montero