Manos cocineras

Montear es una de las modalidades de caza colectiva con mayor tradición en España y por qué no decirlo, única en el mundo.

En la montería se reúnen monteros de muchos rincones de la geografía española, no solo con el objetivo de cazar en su puesto, sino para compartir momentos, vivencias y disfrutar en buena compañía, sean amigos o familiares, de un día de montería.

Y qué mejor que compartir estos momentos en una mesa, en pleno campo y disfrutando de los manjares que nos proporciona el tan olvidado mundo rural.

Las imprescindibles migas que templan nuestros cuerpos antes del sorteo o esas tradicionales judías cocinadas a fuego lento y que nos acompañan en la sobremesa en buena compañía y compartiendo los lances acaecidos durante la jornada montera.

Y para que todos los monteros tengamos esa mesa preparada hay un trabajo detrás de personas que, con cariño y buen hacer, nos permiten disfrutar de estos manjares tradicionales con sus ‘manos cocineras’.

Un trabajo a la sombra

Su trabajo empieza antes de amanecer, un trabajo en la sombra, a un ritmo rápido y sin pausa para tener todo preparado cuando lleguen los monteros a la junta.

Manos que mecen con cariño las migas a fuego lento, removiendo en su justa medida para lograr esa textura y sabor que nos recuerda al campo, a tradición montera, cuya elaboración es un ritual heredado generación tras generación y nos acompaña en las típicas mañanas de otoño e invierno para calentar nuestros cuerpos y aplacar los nervios previos al sorteo.

A cualquier montero que le preguntemos, el mejor recuerdo que tiene cuando llega a la junta es el reencuentro con amigos y poder compartir un tradicional desayuno con ellos mientras se habla de lo que más nos apasiona, la montería.

Todo listo para el fin de la batida

El desayuno y el sorteo tocan a su fin, pero el trabajo no acaba cuando los monteros parten hacia los puestos, a partir de este momento cuando la junta se queda vacía, sin el bullicio propio del sorteo llamando a los monteros y los postores avisando de la salida de su armada, ahora es cuando viene la segunda parte de su jornada, la preparación de la comida.

Antes de empezar, un merecido café acompañado de unas deliciosas migas o un dulce típico de la zona para templar el cuerpo y planificar toda la preparación de la comida; es un momento importante e imprescindible en el que se organizan el trabajo con el fin de tener todo bien planificado para cumplir con los tiempos marcados.

Saben que el tiempo es oro, que, en unas pocas horas, una vez finalizada la batida, los monteros volverán, algunos con la alegría de haber culminado un lance con éxito y otros con el sabor agridulce de no haber tenido la tan ansiada suerte, pero todos con un denominador común, ganas de saborear un delicioso guiso.

Para ellos, las manos cocineras trabajan sin pausa para acompañar alegrías y calmar alguna pena de aquel montero que todavía se está preguntando como ha fallado ese tremendo navajero que ha cruzado el cortadero.

Poco a poco los guisos van cogiendo forma, las manos cocineras siempre pendientes del fuego, del sabor, de la textura para llegar a ese momento tan importante en el que, con su experiencia, saben que ya está en su punto.

Parece sencillo, pero llegar a ese punto en el que un guiso está en su momento óptimo no todo el mundo sabe. Las manos cocineras, gracias a muchos años detrás de lumbres, fogones y aprendizaje transmitido de sus ancestros, saben cuál es el momento clave en el que, con una simple prueba del caldo, su cara cambia de semblante, con una profunda sonrisa vanidosa dicen ¡ya está! y deciden retirar de la lumbre la cazuela.

Al mismo tiempo preparan las mesas y todo lo necesario para poder servir cada plato, cada cubierto, que no falte agua, el vino, el pan, los dulces para terminar la sobremesa y el imprescindible café.

Ya todo preparado, llega la hora de la vuelta de los monteros a la junta, todo organizado para ir sirviendo la comida, algunos con prisas, otros con calma, pero disfrutando de este momento tan agradable que es la sobremesa montera.

Las manos cocineras siempre atentas a que no falte ningún detalle, orgullosas de ver como disfrutan los monteros en la comida, para ellas es un orgullo que tras unas cuantas horas de trabajo en las que han puesto todo su cariño, esfuerzo y saber hacer, obtienen el mejor reconocimiento y que no es otro que los platos queden vacíos.

Juan Antonio Cáceres y parte de su equipo, más de veinte años dedicándose al catering para jornadas de caza.

Tradición y trabajo

Y poco a poco el día va llegando a su fin, todavía queda trabajo, reservan parte de la comida para todo el equipo que está trabajando, postores, muleros, rehaleros, a ellos todavía les queda tarea, pero no les faltará un buen plato caliente cuando hayan finalizado su trabajo.

Y, a última hora de la tarde, ya con la tranquilidad de haber culminado con éxito su trabajo, toca recoger, no sin antes reponer fuerzas con un buen almuerzo hecho por ellas; un trabajo que siempre se hace más tedioso, pero no menos importante y teniendo en cuenta que ya llevan unas cuantas horas trabajando desde el alba.

Pero no importa, ellas saben que su trabajo tiene una importancia vital en la montería, que forman parte de ella y que, sin sus manos, su cariño cocinando y su saber hacer, nunca sería lo mismo.

Son tradiciones culinarias que perduran a lo largo de los años, que siempre han estado presentes en cada montería y que todos los monteros debemos respetar, valorar y felicitar a estas personas por brindarnos la oportunidad de saborear unos guisos que forman parte de nuestra vida montera.

Personas que pertenecen a nuestro mundo rural tan maltratado últimamente y que, temporada tras temporada, están en cada junta trabajando para brindarnos la oportunidad de saborear cocina tradicional, de campo y con sabor añejo transmitido generación tras generación.

Es un orgullo que tras unas cuantas horas de trabajo en las que han puesto todo su cariño, esfuerzo y saber hacer, obtienen el mejor reconocimiento y que no es otro que los platos queden vacíos.

Por este motivo, debemos defenderlo, muchas familias viven de este trabajo cocinando para muchos cazadores, deleitándonos con sabores de campo y que estamos obligados a saber respetar y valorar como se merecen.

Si se pierden estas tradiciones, nuestra historia, nuestra cocina de campo, nuestros pueblos, nuestras raíces se perderán y con ellas, gran parte de nuestra vida pasada.

Por último, quiero expresar mi agradecimiento a Juan Antonio Cáceres y a todo su equipo de Cáceres Pajuelo que llevan ya veinte años sin faltar ni un solo fin de semana de cada temporada a su cita con los monteros.

Un equipo con los que pude compartir su trabajo, degustar su maravillosa cocina y poder transmitir a toda persona que lea este artículo la importancia que tienen para la montería española ‘las manos cocineras’.

Carlos Muñoz

@miradasmonteras

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