Abatir una macho montés, una de las especies autóctonas más emblemáticas de nuestro territorio nacional, es una experiencia única. Incluso muchos experimentados recechistas afirman que es de los retos cinegéticos más exigentes si tenemos en cuenta el gran esfuerzo físico que requiere seguir sus pasos entre riscos y barrancos. El autor de este artículo puede dar fe de ello, pues acompañó en sendas aventuras a un cazador estadounidense en pos de este majestuoso animal.
Acababa de llegar de montear en Las Mesas, la finca de Lolo Mialdea, el pasado 1 de noviembre cuando recibo una llamada de mi buen amigo Luis Miguel de la Rubia, gerente de spanishibex.com, preguntándome si quería acompañarle para realizar un reportaje fotográfico de unos recechos de cabra montés en dos parajes andaluces, la Serranía de Ronda y Sierra Nevada.
No lo dudé ni un momento: “¿Cuando salimos?”, le pregunté. “Mañana te espero en Ronda”, me respondió. Solté los bártulos de la montería, busqué los de rececho, preparé mis cámaras y, tras una buena ducha, me marché a la cama, pues al día siguiente tocaba de nuevo ponerse en carretera camino de la sierra.
TRAS EL GRAN “EMPERADOR” EN LA SERRANÍA DE RONDA
Luis Miguel llegó por la tarde procedente de Madrid, donde había ido a recoger a su cliente, Ryan, un simpático y amable estadounidense que ya conocía España de anteriores recechos de cabras. El viaje desde su Wyoming natal había sido largo, pero no quería perder ni un minuto de su estancia aquí, aunque el jetlag le estaba pasando factura.
Aunque ya estaba avanzada la tarde, decidimos dar una vuelta para conocer el tiradero y, de camino, intentar abatir la primera cabra, en este caso un selectivo, siguiendo el plan de caza previsto: una cabra selectiva en Ronda y después intentar cobrar un trofeo en Sierra Nevada. Para ello disponíamos de cuatro días, tiempo que Luis estimaba suficiente para abatir las dos cabras, pues no hay que olvidar que íbamos a cazar en fincas abiertas.
EL TIEMPO NOS RESPETÓ FINALMENTE
Conforme íbamos subiendo a la zona de caza, las nubes bajas empezaron a rodearnos, aunque la visibilidad era buena, lo que permitía ver con claridad a más de 300 metros. En eso estábamos cuando, tras doblar una cerrada curva de la pista forestal por la que transitábamos, una cabra seguida de su cría se nos atravesó de repente parándose delante nuestra.
La cara de alegría de Ryan al verlas nos dejaba claro que el rececho comenzaba con buen pie. A izquierda y derecha vislumbramos pequeños grupos de hembras con algún joven macho, pero no vimos ningún animal que cumpliese lo que andábamos buscando: un macho selectivo de no más de siete años de edad.
El celo de las cabras ya se empezaba a notar por estas serranías, un poco tardío tratándose de la latitud y las fechas en que nos encontrábamos. Ya nos había comentado Antonio, nuestro guía, que esta temporada se estaba retrasando algo, sin verse aún a los grandes machos acercarse a las hembras, si acaso algún ejemplar joven.
La noche se iba echando rápidamente por las cumbres y decidimos volver a Ronda, donde nos esperaba una buena cena. Tras ella nos retiramos a nuestros alojamientos, no sin antes programar minuciosamente nuestros planes de caza para el día siguiente. La jornada se presentó nublada y con una lluvia fina, aunque sin frío. Tras desayunar rápido, salimos antes de que diesen las 7.30 horas, pues queríamos estar pronto en las cumbres.
MANOS A LA OBRA
Llegados al sitio, aparcamos el vehículo en un lateral de la pista forestal y emprendimos el rececho. Por un lado, Ryan, el cazador, acompañado de Antonio, el guía, y de Luis Miguel; y a cierta distancia, detrás de ellos, y para no estorbar, yo con mis cámaras.
Tras una buena caminata sin observar ninguna cabra de las que íbamos buscando, y ya cerca de las 8.30 horas, Antonio vio un grupo de cabras en unas quebradas, a nuestra izquierda, entre las que se encontraban un par de machos “tirables”.
Estaban tranquilas, pues aún no nos habían localizado gracias a nuestra entrada pausada, vigilando siempre el viento y sin hacer el menor ruido. Quedamos en que se acercarían Luis Miguel y Ryan hasta unas rocas situadas a unos centenares de metros por debajo de nosotros para poder desde allí tirar a los machos.
Mientras, Antonio y yo nos situamos tras unas peñas, observando con los prismáticos. Tras un acercamiento lento y sin perder de vista a las cabras, lograron situarse en las rocas, a unos 300 metros del grupo de animales que estaban enfrente, un poco más arriba de su posición.
Luis Miguel le preguntó a Ryan si quería disparar, advirtiéndole que el macho buscado estaba, según el telémetro, a 340 metros exactos, a lo que Ryan contestó afirmativamente.
Un ligero viento del norte les entraba por su derecha, mientras caía una leve llovizna. Colocar el rifle encima de la mochila, señalarle Luis Miguel a Ryan cuál era el macho al que debía disparar, regular el visor y apuntar fue cuestión de un minuto… que se hizo eterno. Al momento, el trallazo del disparo retumbaba por los barrancos, poniendo en alerta al resto de los animales, a los que pilló por sorpresa.
Un pequeño encogimiento del macho fue lo único que acusó la cabra al entrarle por debajo del jamón derecho el proyectil, solamente un “sedal”. Pudimos comprobar con los prismáticos cómo la bala dejaba al salir una pequeña salpicadura de sangre, pero sin llegar a impactar en la otra pata. Tras ello, desapareció de nuestra vista.
¿DARÍAMOS CON ÉL?
Después de dar un gran rodeo y subir una buena pendiente, dimos con el lugar del impacto. Unas pequeñas gotas de sangre denotaban que el animal estaba herido. Con Lola atraillada, la teckel de Luis Miguel, procedimos a ponerla sobre el rastro para intentar encontrar el macho. Después de más de una hora de pisteo, y en vista de que el macho no solamente dejaba de dar sangre, sino que huía ladera arriba, desistimos de seguir buscando.
Mal empezábamos el día, pero no perdíamos ninguno la esperanza de acabarlo bien, como así sucedió más tarde. Aún dio tiempo esa mañana a recechar un par de horas más, pero sin suerte. Por ello decidimos tomarnos la comida que habíamos llevado, regándola con un buen vino, para, tras acabar, montarnos en el todoterreno y bajar hacia otra zona que, según Antonio, era muy querenciosa para los machos y donde tenía localizados algunos ejemplares como los que buscábamos.
Se trataba de un pequeño llano, con unos cultivos a nuestra espalda y enrente de un circo formado por tres cerros escarpados en cuyo fondo se encontraban unas pequeñas encinas rodeadas de una vegetación muy tupida. Dejando el vehículo aparcado fuera de la vista, nos acercamos para observar en los alrededores por si lográbamos ver la cabra que andábamos buscando.
¿ESTA VEZ SÍ?
En eso estábamos cuando Antonio divisó cómo, por encima de nosotros y casi en la cumbre del cerro central, se estaba dejando caer un macho que cojeaba ostensiblemente. Era un poco más grande de lo que andábamos buscando, pero Luis Miguel decidió que era a ese al que íbamos a intentar abatir.
Esperamos más de media hora cuando por fin apareció el macho detrás de una chaparra, por encima de nosotros. Para entonces ya estaba Ryan colocado en una roca, preparado para disparar, y a su lado Luis Miguel, dándole instrucciones sobre cuándo debía hacerlo. Esta vez Ryan se tomó su tiempo, apuntando cuidadosamente y esperando a que el macho estuviera más descubierto para poder disparar.
En vista de que no nos daba el costado y que la distancia a la que estaba era de 155 metros, optó por disparar. Esta vez la bala le entró por el pecho limpiamente. La cabra dio unos pasos y desapareció en la vegetación, pero no la vimos salir por donde se suponía que era su huida, así que esperamos un rato para que se enfriase.
Esta vez Lola no tuvo mucho trabajo. Fue subir la pendiente e irse directamente al macho, que yacía abatido en unas rocas. La alegría de Ryan era inmensa. Sonrisas para todos y abrazos por doquier. ¡Lo habíamos logrado! Las fotografías de rigor, más abrazos y felicitaciones, tras lo cual bajamos al macho, que después de ponerle el preceptivo precinto, procedimos a desollar. Aquí fue Ryan el encargado de hacerlo, ya que nos comentó que en su tierra siempre lo hace con las reses que cobra. ¡Una buena costumbre!
La noche nos cayó ya de vuelta a Ronda. Aún teníamos que cenar, pues a la mañana siguiente nos pondríamos de camino, muy temprano, hacia Sierra Nevada.