En 1990, con diecisiete años, compré un arco de poleas con el primer sueldo que gané trabajando en un restaurante en verano. Era un Barnett Safari de 55lbs, con el que seguí practicando e imaginándome cómo sería cazar con arco. Al terminar mi último año de carrera, con el dinero que había ganado como becario durante el año anterior, me hice con un Jennins Buckmaster de 70 lb.
En 1997, comencé el servicio militar en el Cuartel General de la Armada en Madrid. Seis meses después, durante una noche de guardia, me robaron el coche con todo mi equipo en el maletero. El coche apareció al día siguiente, pero no había ni rastro del arco. Unas semanas después, animado por mi instructora del Club de Tiro con Arco de Galapagar, me dispuse a pasarme por las pocas tiendas de tiro con arco que había entonces en Madrid a preguntar. Fui en primer lugar a Cerra y allí conocí a Juan, que era el dependiente en aquella época. En cuanto le dije lo sucedido, se mostró sorprendido e, inmediatamente, me comentó que un cliente acababa de comprar un Buckmaster de zurdo en una tienda de segunda mano en Delicias que todavía existe: Cash Converters.
Después de hacer el trabajo que debería haber hecho la policía, recuperé mi estimado arco. Ni siquiera con esta información la policía fue capaz de recuperar el resto de mis cosas que aún seguían a la venta en la tienda, pero tenía mi arco.
Con él tiré durante diez años, cacé mis primeras piezas de mayor y menor y gané el primer puesto en el campeonato de precisión de la Comunidad de Madrid en Categoría Novel, en el 2000. Ese fue el primer arco que me permitió unir mis dos grandes aficiones, y que me llevó a experimentar la caza en su máxima expresión.
Hoy en día sigo cazando con arco y también con escopeta y rifle, pero no hay nada comparable a la conexión que siento con cualquier pieza de caza y con el campo en general, cuando cazo con arco. El nivel de exigencia, la forma física que se necesita, las horas de entrenamiento en el campo de tiro (calculo que en estos 27 años habré tirado unas 300.000 flechas), el sigilo y proximidad que requiere, el conocimiento del comportamiento de los animales, de su anatomía, del material que utilizo, de mis propias cualidades y limitaciones, o la propia fortuna, hacen de la caza con arco algo mágico y único que me hace sentir algo similar a lo que, supongo, que sintieron nuestros antepasados cuando cazaban para alimentarse.
Tablilla del jabalí protagonista de estas páginas.
El pasado verano conseguí abatir con arco el jabalí más grande que he cazado hasta la fecha. Llevaba dos años yendo de aguardo a una finca. Hasta ahora había conseguido cobrar dos cochinas, una de ellas de más de 90 kilos y un par de machos pequeños, pero después de más de veinte noches de espera, logré cazar un viejo macho de más de 100 kilos, con un bonito trofeo. Fue un lance increíble. Durante la última hora de luz, me entraron dos piaras de rayones y bermejos guiados por una cochina vieja seguida de otra más joven. La cochina vieja esperaba entre el monte buscando vientos, gruñendo y realizando arrancadas a la más mínima sospecha. Más tarde, como a las diez y media de la noche, un guarro se acercó solo por detrás de mí. Pude ver su sombra en un claro entre el monte a escasos 15 metros, pero la posición no me permitía abrir el arco y preferí esperar. No llegó a ponerse a tiro y se marchó algo desconfiado, pero sin espantarse.
Sería la una y media de la madrugada cuando volví a oír ruido entre el monte. Miré por los prismáticos y pronto vi que se trataba de nuevo de uno de los grupos de rayones, seguido por una hembra resabiada. A los pocos minutos, oí un ruido a la derecha del claro donde ya estaba la piara. La cochina vieja también lo escucha y en un instante desaparece en dirección al origen del sonido.
Por un momento pienso que algo les ha espantado y que se han esfumado las opciones una noche más, pero, unos segundos, después reaparece la cochina y esta vez va seguida por otro animal, bastante más grande. Por los prismáticos y aunque hay algo de luna, no aprecio bien lo que tengo delante, pero la silueta y su comportamiento, me dicen que no es otra cochina. Con infinito cuidado, enciendo el punto de mira del visor, abro muy despacio el arco y apunto al segundo bulto que veo. Enciendo la linterna del arco, pero no logro distinguir bien las formas del animal.
Tras unos instantes de duda, decido no mantener la luz encendida más tiempo sin tirar. Pongo el punto de mira sobre la parte delantera del animal, intentando apuntar ligeramente bajo, y suelto. El culatín traza la trayectoria en el aire y la flecha impacta en el animal emitiendo su sonido seco característico. En una fracción de segundo el jabalí desaparece, pero el movimiento del culatín luminoso no deja lugar a dudas; va pegado y huye hacia adelante. No quise acercarme al lugar del tiro ni mucho menos empezar a pistear, pues no sabía si el tiro había sido mortal.
Otro de los arcos que Enrique Alonso utiliza para el rececho junto a una muflona.
Al día siguiente volví acompañado del guarda y su teckel. Durante una hora y media estuvimos dando vueltas sin ver nada, pero, finalmente, encontré las primeras gotas de sangre. Era escasa y muy negra; no pintaba bien… Pero la perra cogió el rastro y en unos minutos más dimos con el guarro. Era enorme de cuerpo, con unas amoladeras imponentes y 7 cm de colmillo fuera. Se había tumbado sobre sus patas y había muerto en esa posición a escasos 80 metros del tiro. Efectivamente, el tiro no era perfecto, quedó ligeramente atrás y algo más alto de lo que hubiera deseado, pero rozó los pulmones por su parte trasera y había impactado también en el hígado. Por ese motivo la sangre en el suelo era oscura y escasa. Al desollarlo, vimos que la punta fija de tres filos, había producido una gran hemorragia interna en el tórax del jabalí.
La caza con arco exige un buen entrenamiento para acertar en los puntos vitales de las piezas.
Cuando cazas con arco, el lance lo es todo. Conseguir no ser detectado en un aguardo a pocos metros de distancia, escuchando cada pequeño sonido del monte e interpretando cada sombra, cada movimiento, o ponerte a distancia de arco cazando a rececho, compitiendo mano a mano con los animales en su propio terreno, sube el listón varios niveles. El trofeo pasa a un segundo plano.
Jabalí abatido en una espera con arco en los Montes de Toledo.
Vivir esa experiencia y honrar a la pieza abatida aprovechando su carne después de un gran esfuerzo, es todo a lo que aspiro como cazador arquero.
Ha sido un camino de tenacidad, de algunos aciertos y muchos errores de los que he aprendido más que de ninguna otra cosa, y solo deseo poder disfrutar de esta pasión unos cuantos años más.
Hoy en día, cualquier tuercebotas con un poco de interés y prácticamente ninguna habilidad, puede abatir una pieza de caza ayudado por todo tipo de medios técnicos y humanos. Se me revuelve el estómago cuando veo en televisión grabaciones de monterías en cercones con jabalíes gordos que se mueven sin prisa ni astucia, abatidos por tiradores al blanco, o ciervos con la lengua fuera de dar vueltas al perímetro de una finca vallada, perseguidos sin piedad por drones hábilmente pilotados, zumbando junto a sus asustadas orejas.
Último jabalí abatido por el autor.
Cacemos con lo que cacemos, debemos ser nosotros los que midamos nuestras fuerzas y habilidades con las de los animales, ganándoles el mano a mano en su propio medio y a tan poca distancia como nos sea posible. Solo así mantendremos la esencia de la caza y transmitiremos sus valores a las siguientes generaciones.
Enrique Alonso-Barajas Gómez.