La andadura es de galope impetuoso, alargado, velocísimo, con tendencia a una gran constancia de ritmo y a una dirección rectilínea. Devorador de terreno, en la translación, observándolo de perfil, se ve el tronco oscilar sólo levemente alrededor de un punto imaginario (centro de figura), que se mantiene alineado a una distancia invariable del suelo, utilizando así todo el impulso de los músculos en el desplazamiento. La facilidad y elegancia del movimiento revelan excepcional potencia y dan fe de resistencia inigualable. La línea dorsal queda derecha, sólo la renal se arquea hacia abajo y se junta como se separa mientras las articulaciones posteriores se proyectan hacia atrás al máximo en poderosa cabalgada. El porte de cabeza y nariz es alto, dominador. Las orejas vibran, pero no baten demasiado por encima del cráneo. Se diría que todas las facultades convergen en un sólo propósito:
GALOPAR: Más que una búsqueda se diría que es una carrera desenfrenada, pues tan grande es la fe en el prepotente olfato que lo hace estar seguro de sí mismo. Plantada la nariz al viento con incidencia favorable, se abandona poco a los exámenes de detalle. La cola la lleva según prolongación de los riñones, pero más alta y en la galopada rectilínea oscila sólo de arriba a abajo. La búsqueda entrecruzada se desarrolla a lo largo de amplias diagonales rectilíneas, bien espaciadas la una de la otra. Entrando en un leve efluvio, desvía la búsqueda hacia el origen presumible, a veces encruzando serrado, otras veces apuntando decididamente, pero sin ralentizar demasiado el galope. Persuadido de que se trata de una falsa alarma, reanuda la carrera como se describe arriba, cabeza y nariz siempre altos. Cuando, por el contrario, se da cuenta de que el efluvio lleva a la caza, sale enfilándolo rápidamente (a veces precedida de una breve parada rápida), con decisión segura “a golpes de espada” con tiempos de galope reunido, mezclado con ralentamientos y reanudaciones de trote serrado o de paso tembloroso y galope nuevamente, para concluir en una parada repentina, de golpe, como si hubiera chocado con una pared invisible para nosotros.
LA MUESTRA. Erecto, estatuario, el cuello proyectado casi haciendo línea con la cabeza, la caña nasal horizontal o bien en montante, las narices dilatadas, los ojos desbarrados, demoníacos, las orejas erectas al máximo, los músculos salientes, una pata anterior subida en completa flexión y una posterior alzada olvidada inverosímilmente hacia atrás, mientras que la parte baja del cuerpo tiene un temblor nervioso que se traduce en levísimas vibraciones involuntarias hasta la punta de la cola, rigidísima, tensa o ligeramente arqueada hacia abajo. Y así se queda inmóvil, con expresión de certeza inequívoca. Cuando por el contrario, entra, cortándola, en una zona fuertemente impregnada de efluvio, de forma que tiene la inmediata certeza de la presencia de la caza, cae siempre en breve muestra inmediata y después sale a “golpes de espada”, como se ha descrito antes, para enfilar en muestra definitiva. Si después se encuentra de improviso al lado de la caza, lo cual consiste para él en un incidente desagradable, muestra definitivamente y de golpe, con la cabeza menos alta, dirigida hacia el presunto refugio del perseguido. Otras veces (en las vueltas con viento malo) efectúa al aire un giro-vuelta de 180 grados y cae como puede, pero estatuario, ya rígido cuando aún está en el aire y se queda como se encuentra. En este caso y sólo en este caso, a veces muestra por tierra o acostado, como consecuencia de la rigidez de la muestra y del instintivo retirarse, por sentirse demasiado al lado de la caza. Cuando la caza intenta alejarse caminando, la muestra erigiéndose mayormente, llevando la caña nasal decididamente más alta que la horizontal. Se diría que no tiene miedo de perder al fugitivo. Casi se deleita dejándolo alejarse, como jugando al gato y al ratón. Después, cuando el conductor se acerca, vuelve a salir inmediatamente y más a menudo no sigue lo directamente, sino que corta y recorta la dirección recta de persecución con rápidas y leves pasadas (lazos) de galope uniforme, entremezclado con alguna brusca indicación de pararse, concluye en una nueva muestra de huida, y sigue mientras dura la guía, que es una continuación de tirones. Siempre erecto y apenas flexionado sobre las articulaciones, pero con el esternón siempre bien alejado del terreno, queriendo siempre dominar en el viento, apoyándose siempre y sólo en la emanación directa. Pero sí se presta a la orden de acercarse demasiado a la caza inmóvil para conseguir el vuelo. En todo caso, siempre avanza a tirones. Este trialer de fogosidad devoradora. (así como el setter inglés) no se presta espontáneamente a modificaciones atenuantes de su grandioso trabajo, dependientes del cambio de caza o de ambiente. Ni son deseables en competición, si no es posible para el juez valorar lo que pueda ser fruto de la voluntad constrictora o bien de la incapacidad o titubeos impeditivos, pues es indiscutible que sólo el trabajo del momento (y no otro precedente o posterior) puede ser tomado en consideración. Las acciones descritas corresponden condiciones idóneas de ambiente y caza, de ellas se pueden deducir, proporcionalmente atenuadas, cuales serán en otros casos, pero de esto se deberá hacer justa valoración.