Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer y ya hace un año y medio que me dejaste. Aunque siempre estás conmigo, ya sea en mis pensamientos o a mi lado, como siempre hacías, en esas largas jornadas de caza. Llegaste a mí, un poco de casualidad, sin esperarte, fuiste un regalo inesperado, y ¡vaya regalo!
Por aquel entonces cazaba conmigo otra gran compañera, la Cora, fue tu maestra. Te saqué durante tu primer verano, para irte campeando antes de la temporada, apuntabas muy buenas maneras y tenías un algo, no sé cómo expresarlo, algo especial. Salimos ya en octubre, tu primer día de caza. Cora era la jefa e ibas a remolque, lo normal. No sé qué pasó, supongo que algún gesto mío, pero te empezaste a quedar atrás y cada vez que me giraba, reaccionabas como con miedo…. así pasó ese día y el segundo. De regreso al coche, hablando con mi hermano, se lo comenté e incluso llegué a decirle que quizás no sirvieras…. qué ignorancia la mía. Al tercer día, y como si hubieras entendido aquella conversación, saliste desde primera hora siendo la jefa, muestras, patrones con la Cora, tocando todos los sucios, no dejabas nada sin mirar, siempre a distancia, un giro de 360 grados. Te habías convertido en lo que fuiste hasta el final, una gran cazadora y una compañera única.
La Cora ya era mayor y encima el maldito mosquito de la Leishmania se la llevó antes de tiempo. Nos quedamos entonces solos, tú y yo. Por aquellas fechas contabas con un año y poco, pero te habías convertido ya en una experta. Qué años más bonitos he podido disfrutar cazando contigo. Cualquiera que haya tenido la suerte de verte o cazar a tu lado, lo sabe, eras única y especial.
Has sido una noble y fiel amiga, me diste todo sin pedir nada, y aunque hice, o eso creo, todo lo mejor por ti, seguro que no llegué ni de lejos a tu entrega. Has pasado por mil cosas en tus quince años. Un par de sustos cazando, un atropello, una cesárea y la pérdida de tus cachorros, y jamás te oí un quejido. Siempre con esa mirada, con una expresión casi humana, que reflejaban algo especial. Me acuerdo siempre de un momento… ¿recuerdas cuando te perdiste un día en el coto a última hora?, seguro que sí. Una liebre encamada al lado del bosque y tú de muestra, sin mover un músculo, salió tan cerca que no la pude tirar y fuiste tras ella. Cayó la noche y no volvías, por más que te llamé y vueltas di, no daba contigo. Venía mi hermano y trabajaba al día siguiente, así que dejé el trasportín y mi chaqueta donde teníamos el coche y con gran pesar volvimos a casa. No tardé en volver a salir de regreso al coto, tras no pegar ojo. El viaje se me hizo eterno. Cuando entré en el camino, sólo pedía una y otra vez que estuvieras allí. Al dar la última curva, al final del camino estaba el trasportín y saliste de dentro. Habías dormido encima de mi chaqueta, dabas saltos y no parabas de chillar, no sé quién lloraba más de los dos. De regreso, te puse en el asiento de al lado y mientras dormías no dejaba de acariciarte. Daba gracias por no haberte perdido y que siguieras a mi lado.
Pasaron los años y las historias. Cada día que salíamos al campo hacías alguna faena que demostraba lo especial que eras, ya fuera a los conejos, perdices, zorzales… daba igual lo que cazáramos, tú siempre disfrutabas y yo contigo. No era sólo la cantidad de oportunidades que me brindabas, sino la manera que trabajabas el campo, cómo casi con sólo mirarnos y un movimiento de mi mano ya sabías que hacer, por dónde entrar, ir a mi paso y sacarme la caza a tiro. En este tiempo tuviste dos compañeras más, la Kira, con la que formaste un gran equipo, pero que nos dejó muy joven, con cinco años, por la Leishmania. Y la Dina, que sigue aquí conmigo. Desde luego no me puedo quejar de haber tenido o tener malos perros, pero tú y la Cora habéis sido un punto y aparte en mi pequeño mundo.
Llegó tu merecida jubilación. El último año ya dejaste paso a la Dina, aunque seguías viniendo y trabajando, ya se notaban los años. Aun así, aguantabas las largas jornadas, treinta o treinta y pico kilómetros detrás de las perdices, a buen ritmo, pegada a mí. Yo me decía, que mientras tú aguantaras, no te dejaría en casa. Que, según pienso, ir a cazar es de las cosas que más nos aporta y más felices nos hace.
El último verano ya me diste un buen susto, bueno, nos diste, porque para todos has sido una más de la familia. Saliste de nuevo adelante, como buena luchadora. En octubre ya no viniste conmigo a cazar, no podías, y con pena, te tenía que dejar en casa, con esa mirada tuya de tristeza, porque bien sabías donde me iba. Qué vacío más grande el cazar sin ti, cómo te echaba y te echo de menos. Al volver, me olías las manos, las botas, el pantalón, y me mirabas como preguntando ¿ya no me llevas?. Sólo alguien que cace, y quiera de verdad a sus perros, sabe el vínculo tan especial que se forja en el campo.
Los últimos meses fueron complicados, si bien es cierto que prometí que no te dejaría sufrir, creo que la sola idea de perderte para siempre, me hacía intentar aguantarte un poco más. Pero llegó el día que tuve que tomar la fatídica decisión, no podía verte postrada, casi sin poder respirar, y aunque como siempre no te quejaste, tus ojos estaban tristes, cansados… Creo que ya querías irte y descansar. Estuve a tu lado hasta tu último aliento, te hablé bajito al oído, te dije lo mucho que te quería y que ibas con la Cora y la Kira, que seguirías cazando, que cuando yo me vaya, me iré contigo, como no puede ser de otra manera.
Te llevé conmigo. Es muy difícil de explicar, pero se apoderó de mí una gran tranquilidad, una especie de paz interior, supongo que a pesar de dolerme mucho, había hecho lo correcto por ti. Al poner tu cuerpo al lado de esa gran encina, ya sabía que no estabas allí, estabas seguro cazando con tus amigas. Ahora cada vez que paso cerca, voy a verte y toco la encina. Es como si te acariciara. Y te pido que me saques algún conejete al limpio.
Jara, gracias por todo lo que me diste sin pedir nada a cambio. Por lo que me enseñaste, por tu nobleza, tu cariño y por haber tenido el privilegio de haber cazado contigo. Jamás te olvidaré y siempre estarás en mi corazón, mi querida y fiel Jara.
Ismael Aguilera Pizarro.