Historias de esperas

Cada año nos centramos en consejos y lecciones aprendidas tras esperas exitosas y fallidas. Pero la realidad es que una espera es mucho más que el lance y, tras muchos atardeceres y noches con y sin disparo, uno descubre que hay una clave principal y es el viento y su dirección. «El aire» lo llamamos en el argot esperista. «Tengo el aire de cara», «el aire está revuelto», «el guarro me ha cogido el aire» … son algunas de las frases que compartimos con otros cazadores y que indican cómo ha ido la velada.

Decía que una espera o aguardo nocturno es mucho más que si ha habido disparo o no. Personalmente, me encanta poder verlos llegar, sentirlos cerca en su desconfianza y que finalmente se confíen y entren a esos claros donde podemos verlos. Os voy a compartir algunas noches célebres con su anécdota correspondiente.

La competencia por el cazadero


Cazando en la provincia de Toledo, elegí un puesto al borde de una siembra. Cobijado en un montículo y protegido por varias encinas altas, observaba la siembra alta y seca donde podía observar una baña al rebose de un viejo pilón para un ganado que ya no existía en esta zona. Atardecer en calma, quietud casi absoluta salvo a algún conejo que asomaba a ratos. Entrada la noche y con las chicharras ya en silencio, siento un movimiento silencioso y rápido encima mío.

Hay poca luz, pero, por el tamaño y la silueta, sospecho que se trata de un cárabo. Se posa en una rama alta mirando en la misma dirección que yo, como si de una grada se tratase. Y veo que gira su cabeza y me observa largamente. Nos miramos sabiendo que los dos pretendemos lo mismo, cada uno con su objetivo. Emprende el vuelo de manera completamente silenciosa y desaparece en la negrura de la noche zaina. Minutos después siento una corriente de aire repentina y veo que la «sombra» me ha pasado realmente cerca esta vez…

Se vuelve a posar en la rama, no sin antes haberme pegado un vuelo rasante que no me despeina porque hace mucho que no tengo pelo que despeinar. Se vuelve a su rama y esta vez me observa con descaro y siento su reproche por haberle ocupado el cazadero. Tras una hora más en la que veo que se va y vuelve, decido dejarle el cazadero tranquilo entendiendo que él tiene hambre y yo solo ganas.

El ‘ovni’


Tierras extremeñas, monte sucio con jara alta y apretada. Me colocan en una especie de caseta en el suelo frente a un único claro muy tocado por los guarros. Mi amigo Ian se ha colocado en un ribero a un kilómetro aproximadamente de distancia, separados por una sierrecilla que es el dormidero de guarros y otras reses.

La caseta es demasiado estrecha o yo demasiado grande y parece ser el dormidero de todo tipo de mosquitos. Se cierra la noche y oigo levemente movimientos de las jaras. Lo bueno de estar en la caseta es que me aísla en parte del «mal aire», pero me resta visibilidad u oído. Sin duda, el ruido de jaras se va acercando y espero la inminente entrada de algún animal al claro. Pero no, quietud repentina completa. Pasan los minutos y no se mueve ni el aire. Y, de pronto, sin aviso y de la nada, se ilumina el cielo, el claro y las jaras que lo rodean.

Se hace prácticamente de día e instintivamente me aferro al rifle. Tan pronto como ha amanecido, anochece de nuevo de golpe. La primera explicación que se me ocurre es la de haber sido alumbrado por algún potente foco que bien pueda ser mi amigo Ian o algún otro cazador. A los pocos minutos compruebo mi teléfono y veo que mi amigo me ha llamado un par de veces y me avisa de que me espera en el coche. El monte no se ha movido desde el «alumbramiento» y finalmente recojo y emprendo la vuelta.

Al encontrarme con Ian, le pregunto por la luz y me dice que le ha pasado lo mismo, pero que él, al poder ver el cielo, ha visto «pasar una luz» que le ha deslumbrado a una velocidad increíble. Tras varias conjeturas en el camino a casa, nos decantamos por algún meteorito o similar. Es durante el telediario del día siguiente cuando salgo de dudas al anunciar el presentador que ayer se había observado un bólido cruzar la península Ibérica de norte a sur.

Un recuerdo para siempre


Podría haberme centrado en la cantidad de veces que me ha ganado la partida el adversario, como aquella vez que no daba la cara, pero lo oía, primero a mi derecha, después a mi espalda y, finalmente, deje de escucharlo para descubrir, al llegar al coche, que me había dejado un par de «testimonios» físicos al lado del coche, diciéndome sin palabras: «Te he pillado». O aquel encuentro tras una noche tranquila en el sendero de vuelta al coche, cara a cara, los dos quietos, a escasos diez metros, mirándonos… Quizás sólo fueran unos segundos, pero me parecieron largos minutos en las que ni yo ni él movíamos un músculo, hasta que, de un galope, se perdió en la negrura de las retamas.

Cualquiera que disfrute de los aguardos, coincidirá en que el lance es el summum de una espera, pero muchas veces las anécdotas lo hacen tanto o más divertido y, desde luego, se recuerdan para siempre.

Joaquín De Lapatza.